VII Roma: Centro Histórico-Trastevere: Del Palazzo Altemps al Palazzo Farnese
Desde el Palazzo Altemps, nuestro ilustre cicerone, nos condujo hacia la orilla del Tiber para cruzarlo por el Ponte Umberto I y llegar a una gran plaza llamada del Tribunal
V Roma: centro histórico - Trastevere (de Piazza Barberini al Palazzo Chigi)
Tal como quedamos con Vasari, comenzamos este paseo por la Roma del centro histórico donde habíamos acabado el anterior, esto es, en la puerta del Museo Nacional Romano del Palacio Altemps que habíamos visitado. Después del recibimiento, Vasari comenzó a explicarnos brevemente lo que fue el movimiento artístico que él había bautizado como “rinascita”: El Renacimiento fue un movimiento que cambió la forma de ver el mundo. Si la Edad Media fue teocéntrica, el Renacimiento vino a implantar el antropocentrismo acudiendo al mundo clásico. De pronto, en el siglo XV, todo comenzó a girar en torno al humanismo y nació el Renacimiento que prácticamente duró dos siglos, el Quattrocento y el Cinquecento italiano. En sus comienzos destacaron arquitectos como Brunelleschi o Leon Battista Alberti, escultores como Donatello o Ghiberti y pintores como Botticelli, Della Francesca, Lippi o Mantegna.
Era la época del poder de los Medicis en Florencia y los Sforza en Milán. El Renacimiento terminó cuando comenzó la época del poder de los papas y cardenales pertenecientes a las poderosas familias romanas. Su fin quedó marcado por las tres grandes figuras de todas las disciplinas artísticas: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti y Rafael Sanzio. Pero, ¡ojo!, hay que tener en cuenta que no fue un movimiento exclusivamente italiano, sino que también se desarrolló paralelamente en toda Europa. El Renacimiento evolucionó hacia el Manierismo que comenzó en la segunda mitad del XVI y supuso una reacción contra el equilibrio de las formas del arte clásico. Se distingue por la abundancia de formas poco naturales, amaneradas.
No duró mucho; desembocó, a finales del XVI y comienzos del XVII, en el movimiento que conocemos como Barroco, caracterizado por la complicación de formas y por la abundancia de curvas y adornos. En cualquier caso Roma nos ofrece, en una unidad de tiempo y espacio, la belleza de todos esos movimientos, especialmente del Barroco, que no fueron otra cosa sino la expresión del poder civil y eclesiástico. El arte se convirtió en el escaparate de la vanidad y el poder, exactamente igual que lo fue para los poderosos romanos del Imperio.
Desde el Palazzo Altemps, nuestro ilustre cicerone, nos condujo hacia la orilla del Tiber para cruzarlo por el Ponte Umberto I y llegar a una gran plaza llamada del Tribunal. En ella se encuentra el “Palacio de Justicia”. -- Este enorme y monumental edificio de estilo barroco, fue construido entre finales del s. XIX y principios del XX. Estaba recién proclamada Roma como capital del Reino de Italia. Tuvo tantas críticas y tantos problemas el edificio que lo más bonito que se dijo de él en la época fue: “es una masa de travertino presa del tétanos”. La verdad, -comentó Vasari-, es que nunca supe qué quiso decir con ello el famoso historiador y crítico de arte Lionello Venturi. Lo cierto es que, como podréis comprobar, la época moderna poco ha aportado a Roma que sea interesante. Este monstruoso edificio es uno de los ejemplos.
La fachada de atrás del Palacio de Justicia da a la Piazza Cavour. Junto a la plaza, en el nº 13 de Vía Crescenzio, hay un magnífico restaurante llamado Hostaría Da Cesare. Allí, nuestro cicerone, recomendó degustar dos platos típicos: flores de calabacín rebozadas y un bacalao igualmente rebozado. Realmente exquisitos, según dijo. Nos llevó después, Vasari, hasta el “Castel Sant`Angelo”. Referencia de entrada a la Ciudad del Vaticano, reino del Papa: El emperador Adriano mandó hacer su mausoleo a imagen y semejanza de las antiguas tumbas de la Vía Apia, pero lo hizo a una escala gigantesca. De ahí que a lo largo de los siglos haya servido de fortaleza, de refugio de papas y emperadores y hasta de cárcel. A finales del s. XV, con el papa Alejandro VI, fue amurallado y en el s. XVI, el papa Julio II le colocó un ángel en la encimera, por lo que pasó a llamarse Castel Sant`Angelo.
Tanto el mausoleo-castillo, como el puente que lleva su nombre, son de ineludible visita para todo aquél que viene a Roma, ya que es la entrada al Vaticano. De hecho, una recta y ancha calle, la Vía della Conciliazione, une el Castel con la Plaza de San Pedro.Como nuestro amable y erudito cicerone sabía que el Vaticano lo considerábamos un capítulo aparte de nuestra visita a Roma, nos condujo por la avenida Corso Vitorio Enmanuele II hasta la Piazza della Chiesa Nuova. Se detuvo en ella ante la fachada de la iglesia para que viésemos un claro ejemplo del estilo de transición del renacimiento al barroco. Sin embargo, nos dijo, el interior es una autentica exaltación barroca.
-- Sobre una iglesia del s. XII dedicada a Sta. Mª del Valle Pequeño (Sta. Mª. in Vallicella), en el siglo XVI, el que luego fue santo, Felipe Neri, con la aquiescencia del papa Gregorio XIII, construyó una nueva iglesia (la “Chiesa Nuova”) bajo la dirección del arquitecto Matteo di Cittá di Castello, de apellido Bartolini. Solo unos años después, Martino Longhi il Vechio (el Viejo), que ya os dije que había trabajado conmigo en la Santa Croce de mi pueblo, le añadió el ábside semicircular, el transepto (nave más corta perpendicular a la nave central) y la cúpula. Bien entrado el s. XVII, nuestro querido amigo Giacomo della Porta, modificó la planta de la iglesia añadiéndole dos naves, una a cada lado. En el interior son fantásticos los frescos del techo, pero sobre todos destaca el cuadro de Rubens “La adoración de la Virgen” que se encuentra en el altar mayor.
Pero lo curioso, porque parece magia, es que los sábados por la noche el cuadro de Rubens se eleva y deja al descubierto un icono medieval.Cuando llegamos a Campo di Fiori el bullicio de gente era tal que aquello parecía un hormiguero. En la plaza ponen un mercado de verduras y alimentación varia y su entorno está cuajado de bares, cafés y restaurantes, por lo que suele haber un ambientazo. La plaza, sus alrededores y la Vía Giubbonari son zona peatonal y de especial interés para las compras a buen precio.
De allí bajamos hacia el sur para encontrarnos con el “Palazzo Farnese”. –Es el más claro y bonito ejemplo renacentista. Fue obra, a lo largo del s. XVI, primero de Antonio da Sangallo, para mí uno de los mejores arquitectos cuya biografía incluí en “La vida de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores”. Algunos de sus proyectos me gustaron tanto que no pude dejar de alabarlos públicamente, tal fue el caso del ajardinamiento de las pendientes del Monte Mario. Después de él, intervino el mismísimo Miguel Ángel y, finalmente, Giacomo della Porta. Los tres se encargaron de realizar este magnífico palacio para la familia Farnese, mejor dicho, para Alejandro Farnese que después sería el papa Paulo III. -- Alejandro Farnesio tuvo una vida y un papado plagado de hechos importantes y asombrosos. Para empezar es nombrado cardenal diácono por el papa Alejandro VI que era amante de su hermana Julia Farnesio. Después fue obispo de Ostia y de Parma. A pesar de lo cual le dio tiempo para tener cuatro hijos con Silvia Ruffini, una dama de la nobleza romana. Practicó el nepotismo hasta el punto de nombrar cardenales a dos de sus nietos.
Pero no dejó de hacer también cosas más cercanas a su reino espiritual, entre ellas la “bula Sublimis Deus” por la que prohibió que los indios fueran esclavizados. Defendió su racionalidad en cuanto que son hombres, declaró que tenían derecho a su libertad, a disponer de sus posesiones y a abrazar la fe, que debía serles predicada de forma pacífica, evitando todo tipo de crueldad. Aprobó la fundación de la Compañía de Jesús y Promovió el Concilio de Trento. Como mecenas Paulo III confirmó a Miguel Ángel el encargo, hecho por su antecesor Clemente VII, de pintar “El Juicio Final” en la pared del altar de la Capilla Sixtina. Su retrato más famoso fue pintado por Tiziano.
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