Rubén Darío, el escritor que cambió la lengua castellana

Detalle de la ofrenda floral a Rubén Darío en la población nicaragüense de León, donde se crió y falleció el poeta.
Detalle de la ofrenda floral a Rubén Darío en la población nicaragüense de León, donde se crió y falleció el poeta.
Wilder Pérez (Efe) Managua

08 de febrero 2016 - 05:00

El poeta nicaragüense Rubén Darío era un niño cuando descubrió sus sueños de autor, fue fiel a su ideal y terminó modernizando la lengua castellana, a la vez que construía una firma que continúa vigente un siglo después de su muerte, fecha que se alcanzó justo ayer.

Bautizado como Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916), su mente pródiga no sólo le permitió aprender a leer a los tres años de edad y gozar de una portentosa memoria, sino que también le otorgó una extraordinaria capacidad de raciocinio, que utilizó para mezclar deseos y talento aún en la infancia.

"Su ideal era sobresalir en las letras, él se consideraba un dotado de ese don y destacó por ese ideal, que desde niño lo tenía y lo aprovechó al cien por cien", asegura el director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Francisco Arellano Oviedo. En su obra autobiográfica, Rubén Darío, nacido el 18 de enero de 1867, resaltó: "A los diez años ya componía versos y no cometí nunca una sola falta de ritmo".

A pesar de que su obstinación y su talento lo llevaron a escribir en múltiples periódicos de Centroamérica siendo todavía adolescente, alcanzar su ideal no fue fácil para el poeta nicaragüense. En 1882 intentó convencer al Gobierno de su país para que le otorgara una beca de estudios en Europa, pero su poema en cien décimas El libro fue recibido con incomprensión por parte de las autoridades.

El mismo Darío recordaría más tarde que ni siquiera le fue fácil entrar en Chile, pues sólo logró viajar porque un grupo de amigos juntaron dinero para el billete en 1886, y sufrió por tener rasgos claramente latinoamericanos. "Llega pobre a Chile, y se ve la diferencia, allá la gente viste de traje y abrigos, él viste como centroamericano, con ropa ligera, más casual", comenta Arellano.

Pero fue su ideal el que lo lanzó a lo más alto de la literatura de Chile y del mundo, coronado con el poemario Azul, considerado uno de los hitos más importantes de la lengua castellana. A Azul le siguieron grandes obras como Prosas profanas (Buenos Aires, 1896), España contemporánea (París, 1901) y Cantos de vida y esperanza (Madrid, 1905), entre otras. Fue entonces cuando el ideal de aquel niño nacido en Metapa, hoy llamada Ciudad Darío en su honor, un pueblo pobre ubicado a 90 kilómetros al norte de la capital del país, Managua, modernizó la lengua castellana. "El español en ese momento era una lengua muerta, sin intelectuales importantes, pero Darío viene a cambiar todo esto, porque el mundo empieza a concentrarse en conocer más la literatura en castellano", señala el director del Instituto Nicaragüense de Cultura, Luis Morales Alonso. De ahí que se conozca a Rubén Darío como el "padre del Modernismo" o el "príncipe de las letras castellanas".

El poeta no sólo "desempolvó muchas frases del vasto inventario de vocabulario del castellano", sino que también las puso en boga e introdujo recursos de la literatura francesa "de una manera tan magistral que deslumbró al mundo", explica Morales Alonso.

Rubén Darío fascinó al mundo y a los nicaragüenses, de quienes se dice que "quien no es poeta es hijo de poeta", y cuyo país cada año atrae a cientos de autores de todas partes del mundo para participar en el Festival Internacional de Poesía de Granada, el más importante que acoge la región de Centroamérica. "Rubén Darío fue un estímulo, una guía que nadie ha logrado trascender, tenemos muchos poetas extraordinarios, pero quien enciende la tea es Darío", insiste el director del Instituto Nicaragüense de Cultura.

Por eso Nicaragua lo nombró ayer Héroe Nacional, con motivo del centenario, mientras que en Madrid la Casa de América se iluminó de azul, Chile exhibe sus manuscritos y Argentina ha emitido un sello dedicado al escritor. En León, la ciudad de su tierra de origen donde se crió y donde decidió morir a los 49 años, un felino de mármol con semblante triste guarda los restos de Rubén Darío, y con estos el ideal que llevó la modernidad de su lengua.

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