Siempre gana la banca
Thriller-comedia, España, 2012, 100 min. Dirección: Eduard Cortés. Guión: E. Cortés, Piti Español. Fotografía: David Omedes. Música: Micka Luna. Intérpretes: Daniel Brühl, Lluís Homar, Miguel Ángel Silvestre, Oriol Vila, Vicente Romero, Blanca Suárez, Eduard Fernández, Marina Salas, Hui Chi Chiu. Cines: Vialia, Plaza Mayor, Rincón de la Victoria, Málaga Nostrum, Miramar, La Cañada, Ronda, El Ingenio.
The Pelayos era el nombre por el que se conocía una banda familiar de asaltadores (legales) de bancas de casino liderada por Gonzalo García-Pelayo, singular personaje de la historia reciente de España que se ha movido con soltura y desparpajo, también con un punto de alegre bon vivant, entre el cine, la radio, la música y los negocios más variopintos en torno al mundo del espectáculo.
De todas sus facetas artísticas, la de jugador de ruleta e inventor de un método infalible (y legal) para ganarle la partida a los casinos de medio mundo ha sido la que más renombre (y fortuna) le ha dado a García-Pelayo, por más que, para un servidor, sus películas andaluzas de finales de los setenta y primeros ochenta, Vivir en Sevilla, Manuela y Corridas de alegría, sean, de largo, su mejor y más reivindicable aportación a nuestra cultura pop.
Con el material de la biografía La fabulosa historia de los Pelayos (2003), el irregular Eduard Cortés (La vida de nadie, Otros días vendrán, Ingrid) se propone emular el modelo de probada eficacia genérico-comercial de cintas como Ocean's eleven o 21 Black Jack, películas sobre el mundo del juego de reparto coral y trazado previsible, bien servidas de estereotipos (el pillo astuto vs. el empresario malencarado) con los que elaborar el retrato antagónico de los idealistas y los visionarios frente a la todopoderosa maquinaria del dinero.
Así, The Pelayos desarrolla su historia sabida con un pelín de distancia cómica sobre sus criaturas, sin tomarse a sí misma demasiado en serio, conscientemente deudora de su look de diseño y de sus propios peajes de cara al entretenimiento familiar. No en vano, se trata aquí de reivindicar al clan unido camino del éxito y contra la adversidad, prescindiendo de detalles realistas y subrayando siempre, desde la textura de la fotografía al vestuario retro, de los encadenados narrativos a la música jazzística de su banda sonora, la condición de ligero producto de género.
Homar engrandece la figura menos atractiva del auténtico García-Pelayo, mientras que el resto del reparto masculino aspira sin demasiado éxito a darle al asunto el justo equilibrio entre los rostros bonitos y la tipología juvenil que parecen ser peajes inevitables en todo casting nacional que se precie estos días. A su lado, los personajes femeninos siguen siendo meras comparsas de una partida, siempre la del cine, en la que, a pesar de supuestas rebeldías e inconformismos disfrazados de sueños, siempre acaba ganando la banca.
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