Sucesos en Málaga: el caso de la estafa de vino (14 de diciembre de 1925)
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La gran mayoría de los delitos son cometidos por pobres gentes, más pícaros que asesinos, como el mozo que vendió el vino y lo sustituyó por agua
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Los historiadores y arqueólogos, tiempo ha que se dieron cuenta de que la historia no se debe limitar sólo a dar testimonio de los grandes acontecimientos protagonizados por los hombres importantes, sino que, junto a ellos, la historia de la vida cotidiana, el diario hacer de los seres humanos, fuere cual fuese su estatus social, es lo que nos da un fiel reflejo de la Historia con mayúsculas. No solo son importantes en la Arqueología los objetos que portaban reyes y generales, sino que lo son también aquellos útiles que nos dicen cómo vivían nuestros antepasados o qué conocimientos poseían para el desarrollo de su vida.
Es tan importante el estudio de las grandes batallas, las conquistas o los descubrimientos realizados por hombres eminentes, como el estudio de las manifestaciones y hechos tenidos como poco importantes. Lo cotidiano, lo consuetudinario, la vida social, los afectos, las relaciones, el sexo, el trabajo, la alimentación,…, es fundamental para poner ante nuestros ojos la radiografía de la época histórica que estemos estudiando. Todo en su conjunto nos hará comprender nuestro comportamiento como seres gregarios a lo largo de la historia de la humanidad. Igual que con la Historia o la Arqueología nos ocurre con el conocimiento de hechos o sucesos actuales que son de una naturaleza cotidiana, pequeña, sin importancia, pero que nos muestran la vida tal como es.
En el tema de los delitos y las investigaciones policiales estamos acostumbrados a la fotografía que nos ha mostrado la apasionante y subyugante “novela negra” o el “cine negro”, habitualmente con grandes crímenes resueltos por detectives superdotados. Pero, aunque la realidad supera la ficción, como se suele decir, la mayor parte de los grandes y atroces crímenes narrados son ficción y esos súper-detectives que descubren a los criminales son productos de la imaginación del novelista. Las novelas policiacas famosas nos ha conducido a sentir un enorme interés y admiración por esos extraordinarios investigadores como Poirot, nacido de la imaginación de Aghata Christie; Maigret, creado en la mente de George Simenon o, como el arquetipo del detective de excepcional inteligencia, dotes de observación y capacidad deductiva, Sherlock Holmes, pergeñado por la pluma de sir Arthur Conan Doyle.
Pero la realidad es otra. La gran mayoría de los delitos cometidos en el mundo son pequeños hechos en los que se infringe la ley por pobres gentes, más pícaros o bribones que asesinos sin escrúpulos, que son investigados y detenidos, en su caso, por agentes totalmente anónimos como nuestro guardia civil T. L. Oliver. A través de los relatos basados en los atestados de este agente de la Benemérita podemos conocer la realidad social, económica y cultural de la Málaga de una de las épocas más desgraciadas de nuestro país.
«Tudescos Moscos de los sorbos finos, / Caspa de las azumbres más sabrosas, / Que porque el fuego tiene mariposas, / Queréis que el mosto tenga marivinos. // Aves luquetes, átomos mezquinos, / Motas borrachas, pájaras vinosas, / Pelusas de los vinos envidiosas, / Abejas de la miel de los tocinos, // Liendres de la vendimia, yo os admito / En mi gaznate pues tenéis por soga / Al nieto de la vid, licor bendito. // Tomá en el trazo hacia mi nuez la boga, / Que bebiéndoos a todos, me desquito / Del vino que bebiste y os ahoga.»
Este soneto de Quevedo titulado Bebe vino precioso con mosquitos dentro, lo había copiado con una esmerada y perfecta caligrafía, algo que solía hacer en los ratos de asueto, y dio la casualidad de que ese mismo día tuvo que prestar un «servicio de correrías» que dio lugar, por mor de una denuncia recibida, a este relato sobre un robo de vino. (Debo decir que dicho servicio de correrías, que es tan antiguo como la propia Guardia Civil, consiste en patrullar por parejas una demarcación o territorio con el fin de proporcionar protección a los vecinos.)
«T. L. Oliver, guardia de segunda clase de la quinta Compañía de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, perteneciente al puesto de Poniente por el presente atestado hace constar: Que prestando servicio de correrías por la demarcación del mismo término municipal del distrito de Santo Domingo de la capital de Málaga, acompañado del Guardia Civil de su clase J. R. Ternero, de la misma Comandancia y destacamento, serían como las doce del día catorce de diciembre del año mil novecientos veinticinco, al llegar a los Portales llamados de Gómez (hago la aclaración para situar al lector: margen derecha de Carretera de Cádiz, dirección Torremolinos, donde estuvo las cocheras de Portillo, Flex y Ciudad Condotte), su morador Don Felipe Valverde del Camino, propietario de un establecimiento de bebidas en dicho sitio, nos denunció que a su mozo José Pérez Pardo lo mandó a la capital al almacén de vinos de los señores Ríos y Albert a por cien litros del llamado Valdepeñas, observando que dicho producto venía adulterado con agua, haciendo diligencias ha podido enterarse de que vendió en el camino veinticinco litros, supliendo la falta con agua; seguidamente fue interrogado dicho sujeto que manifestó llamarse como queda dicho, de cuarenta años de edad, mozo en la casa antes expresada, de estado casado y habitante en las esterqueras de la Pesebrera (hoy barrio de Haza de la Pesebrera, bloques de protección oficial construidos a comienzos de los 80 del pasado siglo bajo la dirección del arquitecto Salvador Moreno Peralta)), negando toda participación en lo denunciado por su amo, pero en virtud a llevarlo a la casa donde vendió el vino declaró que efectivamente lo hizo por la necesidad que tiene y en la creencia de que el dueño no lo echaría a ver, diciendo que lo vendió a una viuda que tenía una tabernilla en el Fielato (en Carretera de Cadiz), que conoce por María, a la que nos trasladamos por estar muy cerca para comprobar los hechos: Interrogada dicha viuda dijo llamarse María Díaz Oliva, de cincuenta años de edad, de estar viuda, habitante en los Portales del Fielato, manifestando además que efectivamente le ha comprado veinticinco litros de vino Valdepeñas blanco en la cantidad de quince pesetas a insistencia de dicho sujeto pero que ignora la procedencia, que nada más tiene que decir. Por lo que fue recogido el vino y las quince pesetas que con dicho sujeto se ponen a disposición del Señor Juez de Instrucción del referido distrito a los efectos de justicia, cerrando este atestado en dicho sitio a las quince horas, el cual consta de un folio útil sin la cubierta, firmando todos a quienes afecta después de leído literalmente.»
Se recoge, tras las firmas, la Diligencia de entrega: «En Málaga a las diez y seis del día catorce de diciembre de mil novecientos veinticinco se le hace entrega al Señor Juez Instructor de Santo Domingo del detenido por delito de estafa José Pérez Pardo, una damajuana verde con veinticinco litros y quince pesetas y del presente atestado, de todo lo cual se nos proporciona el recibo prevenido y para que conste se pone por diligencia que firma el compañero de pareja y el que certifica.»
La Málaga del decenio 1920-1930 era pobre y con un ambiente trágico. Este año de 1925 se estaba juzgando en el Tribunal Supremo el motín ocurrido en el puerto de Málaga en 1923, cuando se sublevó la tropa que embarcaba con destino a Melilla, en cuya mente estaba aún presente el desastre de Annual ocurrido el verano de 1921. En Málaga embarcaban las tropas destinadas al frente de la Guerra de Marruecos y a sus hospitales arribaban todos los heridos. Una Málaga en la que el analfabetismo alcanzaba al 73 % de la población mientras que la media en España era del 43%.
El suceso trajo a la mente de T. L. Oliver el soneto de Quevedo que con tanto esmero había copiado en sus cuadernillos de papel. Y también pensó que en este caso era de aplicación la popular frase: «que no te lo den con queso» (que proviene de la argucia que usaban los vendedores de vino dándolo a probar al comprador acompañado con queso para encubrir su sabor), ya que si algo quedó meridianamente claro es que el mozo no era más que un pobre diablo inculto, en tanto que a su amo, al tabernero, no se lo daban con queso.
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