El sello de la inspiración
Taller Gravura
El Ateneo de Málaga celebra los 40 años del Taller Gravura con una exposición que reúne una significativa selección de sus fondos y que se inaugura este viernes
Málaga/Decir a estas alturas que la historia de la cultura en Málaga habría sido muy distinta en los últimos cuarenta años sin Gravura significaría incurrir en la perogrullada. Y por distinta, aclaremos, cabría entender más pobre, más sosa, con menos alma. La cuestión, sin embargo, debería ser otra: en todo este tiempo, el taller ha ofrecido un modelo concreto para la experiencia artística y literaria, desde la más absoluta independencia y con la feroz determinación de ofrecer lo que sin Gravura no se podría haber encontrado en Málaga, desde un compromiso no menos pedagógico y enriquecedor; y cabría preguntarse, por tanto, por qué este modelo no ha dado más de sí en una ciudad que lo habría agradecido a gritos; por qué no han cundido otras experiencias como Gravura, capaces de articular el mejor talento que la ciudad es capaz de alumbrar en un discurso único y reconocible como propio, y por qué han tenido que atravesar sus responsables tantas dificultades para que el taller siga siendo a día de hoy una realidad de puertas abiertas. La respuesta parece sencilla: los otros modelos, los acomodaticios, los que se asientan en las garantías de la intervención pública, y al cabo los de mayor aceptación, no requieren tantos quebraderos de cabeza. Y su éxito explica, en gran medida, por qué a la cultura malagueña le cuesta a veces la misma vida encontrar una conexión fértil con su ciudad y su identidad. Desde 1979, Gravura ha sido mucho más que un taller de grabado: su verdadera esencia tiene que ver con un nido de inspiración compartida al que han acudido artistas, escritores y creadores de muy diversa índole para sentirse más parte y más cerca de la ciudad en la que trabajan. Sea como sea, corresponde celebrar que, cuarenta años después de su institución de la mano de José Faria, y desde 1981 bajo el rumbo bien fijado por Paco Aguilar, Gravura sea una realidad viva.
Y si la celebración es justa y necesaria, el Ateneo de Málaga ha decidido tomar nota e inaugurará este próximo viernes, 10 de enero, una exposición que mostrará una significativa y amplia selección de fondos del Taller Gravura. La muestra viene a ser una consecuencia de la Medalla del Ateneo concedida al centro el año pasado por su aportación a la cultura en Málaga y servirá no sólo para dar cuenta del (por otra parte soslayado) potencial de la ciudad en lo que a las artes gráficas se refiere; también para brindar un caleidoscopio del que formarán parte numerosos artistas imprescindibles que han trabajado en Málaga en los últimos cuarenta años y que en algún momento optaron por el grabado para dar rienda suelta a sus inquietudes (así como, en correspondencia con el espíritu de la técnica, facilitar el acceso a la creación y el coleccionismo de obras de arte). Así, la exposición reunirá obras de Diana García, Chema Lumbreras, José Hernández, José Faria, María José Vargas Machuca, Nias Selfati, Michele Lehmann, Fátima Conesa, Francisco Peinado, Enrique Brinkmann, Javier Roz, Christian Bozon, Nieves Galiot, Stefan von Reiswitz, Alba Blanco, Rafael Alvarado, Eryk Pall, José Antonio Diazdel y Paco Aguilar, artistas de muy distintas generaciones, adscripciones y tendencias, que confluyeron sin embargo en Gravura como casa común de las musas.
Fue en septiembre de 1979 cuando el artista lisboeta José Faria inauguró el Taller Gravura, que tuvo su primera sede en El Perchel. Faria, conocido en Málaga como El portugués, llegó a la ciudad en 1977 y, tras entablar amistad con Jorge Lindell y Stefan von Reiswitz (del que fue inquilino), contribuyó a la realización del primer homenaje a Picasso que se llevó a cabo en Málaga y a la constitución del Colectivo Palmo, del que formaron parte Enrique Brinkmann, Manuel Barbadillo y Dámaso Ruano, además de los citados, y que rompió de una vez los cerrojos del academicismo y el adocenamiento para el arte en la ciudad. No satisfecho aún, Faria hizo lo que nadie se había atrevido: abrir un taller de grabado para divulgar una técnica que, muy a pesar de su popularidad creciente entonces, pocos llegaban a dominar aún en Málaga. Faria asumió como modelo la Cooperativa de Grabadores de Lisboa Gravura, en la que él mismo se formó en los años 60, hasta el punto de que decidió bautizar el centro con el mismo nombre. Entre los alumnos del primer curso se encontraba Paco Aguilar, quien formó un tándem único con Faria y tomó las riendas del taller en 1981, cuando el fundador decidió regresar a Lisboa, donde trabaja desde entonces. Eso sí, Faria mantiene su vínculo con Gravura a través de exposiciones (como la que le dedicó el taller en 2007) y otras actividades puntuales, mientras que Gravura, en su emblemática sede del Pasaje de Nuestra Señora de Dolores de San Juan, mantiene su espíritu intacto bajo la batuta de Aguilar. Aunque la crisis entrañó un obstáculo más que serio a partir de 2008, Gravura sigue remando con sus clases y exposiciones. Por el bien de todos.
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