Vega se reencuentra con Málaga y arranca una oreja tras ser volteado
toros | segunda de abono en la malagueta
Los tres matadores obtuvieron un trofeo
Se colgó el cartel de no hay billetes sobre el 50% del aforo permitido
21 de agosto de 2021
Ganadería: Daniel Ruiz. Toreros: Antonio Ferrera (turquesa y oro) oreja y ovación tras dos avisos Salvador Vega (marino y oro) oreja y saludos tras aviso Roca Rey (pizarra y oro) oreja y silencio. Incidencias: se colgó el cartel de no hay billetes. Saludó el picador Antonio Prieto y la cuadrilla de Ferrera (Montoliú, F. Sánchez y Sanguino. Javier García, Jabato hijo, y Salvador Vega resultaron volteados.
El cartel de no hay billetes volvió a asomar en las taquillas. El fenómeno Roca Rey sigue generando una atracción que se vio acompañada de la expectación por la vuelta de Salvador Vega a su plaza y la entrada de Ferrera en el cartel.
El balear llegó envuelto en el aura de misticismo que le ha convertido en un torero indescifrable. Un hombre al servicio del duende que oscila entre la sorpresa y lo previsible. Entre el conservadurismo y la revolución. Una lucha del torero consigo mismo. Levantó la mano en los lances a la verónica y clavó los riñones para recibir al primero. En el par de Montoliú estuvo el alma de una estirpe. Fernando Sánchez hizo lo propio, andando con chulería, barbilla al frente, saliendo caminando y saludando junto a Prieto tras el cambio de tercio. Humillaba Artesano por el izquierdo, ralentizando el ritmo en los finales y sirviéndose Ferrera de la cadencia para acabar las tandas. La muleta fue prolongación de una expresión desgarrada, íntima. Interiorizando una composición que se quedó en correcta, pero cargada de elementos propios. Tomó el estoque y se fue lejos. A 10 metros. Desde allí caminó a paso lento. Los segundos avanzaban y el torero no llegaba a la jurisdicción del animal. Dejó un bajonazo que le valió la primera oreja. Vendrían más.
Prescindió del estoque en el cuarto. Toda la faena vibró entre los vuelos de una muleta que bailaba al natural por la izquierda y la derecha. Jugueteó con las astas de Rebujano en un galleo para enroscárselo en largo y en redondo. Hasta hizo las veces de maestro de orquest, marcándole a Puyana que volviera a sonar la música tras un desarme. Se entretuvo con la espada en reiterados pinchazos. La penitencia antecedió los dos avisos. Ovación.
Pisaba Salvador Vega el ruedo malagueño después de seis años. En aquella ocasión también fue un 21 de agosto. Cumplió con el compromiso que supone hacer el paseíllo por el albero mediterráneo. En el quite, chicuelinas bajas, renaciendo la elegancia en un capote que siempre fue santo; rematando con una revolera que giró entre la verticalidad de una figura que miraba a los ojos de sus paisanos. Derribó el toro a Jabato hijo, el picador, quedando a merced del animal tras un inefectivo quite de Ferrera. Con el pico arrastrando, dejó los mejores naturales de la tarde. Erguido, cubriendo la falta de toreo con el don del gusto, levantó los olé con la zurda. Le costó dos derribos rematar la última tanda. Placaje en frío, susto en los tendidos. Tambaleándose, volvió a coger la muleta, remató tras dos caídas de bruces, el público rugió en pie. Tras una estocada desprendida, cortó una oreja con fuerte petición. El quinto fue un animal brusco e incierto, que dejaba pasar el tiempo antes de tomar la franela. Salvador Vega se aferró a la fe de una técnica depurada, a orillas de la búsqueda constante del pitón contrario. Peleó con los derrotes, resurgiendo el aroma del gusto entre la violencia de las embestidas. Pinchó tres veces y tras un bajonazo saludó desde el tercio.
Roca Rey lució su variedad capotera en el quite, recurriendo a la suerte de caleserinas. La faena fue una sucesión de muletazos por bajo, sorteando las embestidas un animal bruto y con genio. Lidió la informalidad por ambas manos, en redondo, sin terminar de cuajar la obra. Sabedor de los gustos del público de Málaga, recurrió a las cercanías, dejándose rozar los muslos con la pala de los pitones. Tiró la muleta en un desplante final y el público enloqueció, pidiendo las dos orejas tras una estocada caída. El presidente acertó concediendo solo una. El sexto fue un marmolillo sin fuerzas, que manseó en el caballo para enfado del respetable, que pidió la devolución por no se sabe qué. Trasteó el de Lima entre derechazos mientras su subalterno esperaba en la bocana del burladero con la espada en la mano. Pinchó y todo quedó en silencio.
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