El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
manuel arias maldonado. escritor y profesor
Málaga/En La democracia sentimental. Política y emocionesen el siglo XXI, Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974), profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, bordó un completo diagnóstico del presente, equilibrado y preciso, que vino a arrojar luz en medio del ruido. Ahora, el ensayista acaba de regresar a las librerías con Antropoceno. La política de la era humana (Taurus), obra dedicada a la nueva época geológica marcada por la acción del hombre y sus consecuencias políticas.
-Apunta en su libro que la asimilación del Antropoceno incorpora conductas, digamos, responsables, como la frugalidad y la contención en el consumo. Pero, ¿no obliga esto a una asimilación asimétrica, sólo viable en el Occidente desarrollado?
- Hay una cuestión paradójica: por una parte hablamos de una necesidad, y por otra esto cubriría un déficit que padecen las democracias contemporáneas respecto a un motor común que no afectara a su diversidad. Hace falta una razón de unidad y la lucha contra el cambio climático podría serlo perfectamente. Cuando hablo de frugalidad y contención lo hago en el marco de posibles valores que podrían guiar moralmente una respuesta a estos problemas. Pero, como señalas, pedir contención y frugalidad a países en desarrollo sería una obscenidad. Eso sí, estos países en desarrollo no pueden seguir la misma ruta que otros han seguido antes porque entonces sí se iría todo por el desagüe. Habría que asumir como punto de partida que hay países con déficits por cubrir y también que el discurso sobre los límites del crecimiento no ha funcionado políticamente hasta ahora. Ha sido un fracaso por parte del ecologismo pedir a la gente que viva con menos, aunque se pueda elegir voluntariamente esa vía. Lo que hay que procurar entonces es refinar y modernizar los procesos industriales y sociales, imaginando el mundo como una futura Noruega, aunque lo de Noruega tenga truco a cuenta del petróleo. Lo ideal es una doble vía que incluya un desarrollo tecnológico y un debate moral.
-¿Y las inversiones?
La cuestión de las inversiones es importante, sí, porque con el dinero suficiente se pueden conseguir cosas como cultivos resistentes a la sequía, así que las políticas públicas son esenciales. Lo que pasa es que la crisis nos ha dejado una lección amarga sobre la facilidad con la que volvemos a los temas clásicos sobre redistribución y justicia social mientras se dejan las crisis postmaterialistas al margen. Sin embargo, habría que reparar en asuntos como la responsabilidad del ecologismo radical en la mala prensa de los alimentos transgénicos: han impuesto un marco que vende los transgénicos como comida frankenstein cuando llevamos consumiendo transgénicos mucho tiempo, y de hecho sin ellos la especie no se habría desarrollado tanto. Vamos aprendiendo, somos autodidactas en esto.
-¿Por qué es tan fácil que cale en la opinión pública un discurso negacionista sobre el cambio climático? A ningún político se le ocurriría justificar ante sus votantes un recorte en derechos sociales.
-En parte esto tiene que ver también con el ecologismo radical, que ha dejado una huella notable en el modo en que esto se recibe. Digamos que ha cometido dos pecados: por una parte, ha abusado del catastrofismo, seguramente por razones tácticas, dado que el miedo es un driver muy eficaz; pero si en los 70 dices que en una década va a llegar el apocalipsis en el que vamos a morir todos y en los 80 esto no tiene lugar, inevitablemente pierdes tu credibilidad; y, por otra, tras la caída del Muro ha habido un realineamiento en la izquierda antisistema que en un momento dado ha encontrado en la cuestión ecológica un modo de atacar al capitalismo, con lo que al final el ecologismo se convierte en un medio para otro fin, no en un fin en sí mismo. Y esto genera rechazo entre quienes pueden adoptar la causa del ecologismo y al mismo tiempo advertir ciertas bondades en el sistema capitalista. Por otra parte, seguramente a un votante de Trump se le hace muy complicado pararse a pensar en estos temas, así que por lo general tenderá a asociar a los defensores del ecologismo con sus rivales ideológicos. Y también conviene subrayar que aquí hay ciertos grados de incertidumbre. Tenemos un consenso científico amplio, pero no absoluto, en torno al hecho de que el aumento de las temperaturas tiene un origen antropocénico. Y cuando hacemos previsiones para el futuro, claro, las certidumbres son menores. Y esta información, que un científico puede valorar con naturalidad, tal vez pueda ser difícil de ubicar para un ciudadano medio. Por no hablar de la ciencia-basura que a menudo ha sido financiada desde sectores conservadores, porque al final parece que el ciudadano acepta con más facilidad un discurso científico que viene ideologizado.
-¿Llegamos ya tarde para plantear alternativas políticas a ese ecologismo radical?
-En la teoría política del ecologismo, el diálogo razonable con el liberalismo empieza en los 90. Lo que había antes era un utopismo radical bastante fuerte, de vuelta a la comuna. Hoy día, en partidos como el Partido Verde Alemán sí puedes encontrar posturas más abiertas. Aquí en España, sin embargo, no hemos tenido un Partido Verde que lograra prosperar, con lo que vamos más atrasados. En el Norte de Europa, el ecologismo es una preocupación común en el mundo del diseño y de la arquitectura, dado que la responsabilidad respecto al paisaje y el entorno ha sido mayor que en España. Pero a nivel europeo empezamos a ver frutos de ese debate.
-A priori, parece más sencillo conectar con el ecologismo desde una óptima marxista que desde el capitalismo aliado del consumo...
-Pero ten en cuenta que el marxismo fue en la práctica más dañino para el medio ambiente que el capitalismo. De hecho, los primeros partidos verdes rechazaban por igual el industrialismo capitalista y el soviético. Estrictamente, las primeras normas ecológicas aparecidas en Europas son nazis, con aquello del cuidado del terruño. En España, las comunidades donde hay más arraigo nacionalista, como el País Vasco, destacan más en el cuidado del medio ambiente porque predomina esa inclinación a proteger lo nuestro.
-Pero, ¿es el Antropoceno o no una cuestión ideológica?
-¿Dónde está escrito que para defender los valores del ecologismo haya que ser de izquierdas? ¿Es que la derecha no tiene mascotas? ¿A quién no le gusta pasear por el campo? Casi todo el mundo es favorable a que se cuide el medio ambiente. Depravados que maltraten a los animales ya quedan pocos. La cuestión está en las medidas económicas e industriales que emprendemos para garantizar nuestro bienestar y en sus consecuencias en el medio ambiente. Hay una preocupación pública que tiene que empezar a florecer.
-¿Estamos a tiempo?
-Es mejor pensar que sí. Si no, sólo nos queda sentarnos y esperar el final. El Antropoceno puede verse como una oportunidad para volver a debatir estos temas sin la influencia de un ecologismo radical que había centrado todo el debate. Además, nos permite adquirir una visión más integrada de la naturaleza como entramado socionatural del que formamos parte inevitablemente. Lo que hay que hacer es adoptar una perspectiva de doscientos o trescientos años y plantear una póliza de seguro para la humanidad, para ver qué decisiones podemos tomar. Lo contrario sería traicionar el espíritu ilustrado que nos anima a medir, a evaluar, a debatir, a proponer opciones. Que yo sepa, no nos ha ido mal del todo con este espíritu.
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