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Aguafuerte de lo español

En parte émulo de los viajeros ingleses de antaño, Michael Reid, editor senior de ‘The Economist’, retrata con tino la España actual

Estambul, el milagro multiplicado

Michael Reid.

La ficha

España. Michael Reid. Traducción de Albino Santos Mosquera. Espasa. 456 páginas. 24,90 euros

En el aguafuerte español que ha trazado el inglés Michael Reid, el lector atento asociará su lectura a una mezcla compositiva y varia, donde se aprecia la mejor tradición historiográfica escrita por autores británicos (Paul Preston, Raymond Carr, John Elliot, Hugh Thomas) y las notas e impresiones –el paisaje forja el carácter– de los viajeros ingleses del XIX sobre España (de Richard Ford a Augustus Hare, William Jacob o George Borrow).

Michael Reid es actualmente editor senior de la revista The Economist. De 2016 a 2023 fue corresponsal de la cabecera en España, lo que aprovechó para viajar y conocer aún más las costuras del suelo patrio. El título a secas que nos llega en español, España, ha sido cercenado en cuanto a su versión inglesa más larga (Spain. Trials & Triumphs of a Modern European Country, de 2023). Excelentemente traducido, quizá habría sido más acertado publicar su edición española con esta coletilla larga pero aclaratoria. Siempre nos ha gustado saber de España no ya por la mirada propia, a menudo poco aireada (salvo excepciones) y sí por la del foráneo, tal vez por el temor, no poco morboso, de querer saber si nos pone a caldo en sus sketches o si nos lanza parabienes y ditirambos más allá del superado Spain is different.

En España se elabora un perfil económico, político y sociológico del país actual (parte de la Transición y llega, pasando por Zapatero y Rajoy, al Pedro Sánchez de las últimas elecciones de julio de 2023). Se amalgaman aquí, por tanto, opiniones e impresiones personales, sinceras y casi siempre acertadas, de los asuntos que hoy marcan la agenda española. De ahí la hilera de avatares políticos, los aciertos y fallas de la economía o el problema irresuelto del nacionalismo periférico. Aborda también lo que, a juicio de servidor, le otorga al libro su otro gran angular y lo convierte, a la vez, en caleidoscopio y gran mural de fondo sobre los españoles y lo ancilarmente español.

Recuerda Reid lo que el politólogo Víctor Lapuente dice sobre España: un país donde la sociedad es del siglo XXI, la economía del XX y su administración del XIX (el larrismo no ha muerto en la era digital). El gran problema de la despoblación española, conocido como la España vacía (marbete acuñado por Sergio del Molino), se analiza pero sin hacer ideología falaz del asunto. Conviene no hablar de la España vaciada, como si el capitalismo de potentados con puro y modales soeces hubiera obrado la vasta migración del terruño mesetario a zonas de costa y grandes urbes. Luis Antonio Sáez, de la Universidad de Zaragoza, nos recuerda que “no hubo nunca una mano negra que decidió vaciar media España”.

Asuntos en apariencia menores son los que moldean el crisol español de hoy. Así, Reid no olvida el auge del animalismo. Lo vincula a la herencia de la tauromaquia y al debate, ya soporífero, sobre si los toros son cultura o son tortura (asiste a una corrida en Las Ventas y percibe las sensaciones contrapuestas que muchos sentimos, demediados entre la atracción y el repudio). Da cuenta el analista de esa extraña aleación que en la España del siglo XXI forman el catolicismo de veta popular (Semana Santa, fiestas patronales) y los ingredientes de un país moderno y seglar, en buena parte feminista y libre de ataduras impuestas.

Especialmente logrado nos parece el apunte dedicado al funcionariado en España. Lejos quedó (algo bueno tuvo el franquismo) el sano influjo del funcionariado de carrera, el cual mantenía a raya el gasto frente a alcaldes y prebostes del propio régimen. Antonio Muñoz Molina, lector entusiasta de España, recuerda este detalle de cuando era un mero técnico de Cultura en el ayuntamiento granadino de antaño. De la Transición a hoy, los partitocracia ha impuesto gran número de políticos de libre asignación (de aquí viene el asunto Koldo). Se engorda el lobby politiquero de trastienda y se consolida, de paso, la gran anomalía española en cuanto a exceso de organismos territoriales (municipios, diputaciones, autonomías y gobierno central, sin olvido de los antediluvianos apéndices forales vasco y navarro).

Alude el autor al resabio de la guerra civil en la sociedad española y el tan traído asunto de la memoria histórica (ese oxímoron impropio, pues la memoria es siempre individual y la historia es la ciencia de los hechos respecto al pasado colectivo). Los temas tratados en España no son del todo originales. Pero, repetimos, lo que lo hace sugerente es el análisis venido de un prescriptor de fuera, de natural moderado y extremadamente neutral. A ver si se nos contagia algo.

Nacionalismo y terruño fiestero

Varios capítulos obedecen a los dislates históricos que han permeado el actual nacionalismo de sesgo xenófobo catalán y vasco (sin olvido del matiz gallego). Escribe el autor que una entidad cultural rica y distinta no tiene por qué derivar en un estado-nación. Sugiere que el proceso autonómico debiera culminar en un sistema federal. El país se libraría así de recelos y rabietas en cuanto a quejas por invasión de competencias. Reid recala también en un aspecto que suele sorprender al extranjero que trata con españoles. Obedece al otro nacionalismo aldeano, el exacerbado aprecio del indígena por el terruño. Esto es, la añoranza de la arcadia, donde los orígenes familiares: el pueblo, la comarca, la ciudad provinciana. Es otro nacionalismo sentimental y fiestero, de bota de vino, charanga con iTunes y procesión de santos. No ocurre en ningún otro lugar de Europa.

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