La alargada sombra de algunos libros

El Jardín de los Monos

El beato que se conserva en la catedral de El Burgo de Osma data del año 1086 y es uno de los últimos escritos íntegramente en la escritura hispana, ejemplo de la producción de códices visigóticos

El artista trapero

La alargada sombra
Juan López Cohard

09 de julio 2022 - 08:03

Málaga/ALLÁ por el año 1988, por iniciativa de un sacerdote y un escritor, vallisoletanos ambos, comenzaron una serie de exposiciones anuales, bajo el epígrafe de “Las Edades del Hombre”, que tenían como objetivo la difusión y promoción del arte sacro de Castilla y León. Quiso el azar que yo me encontrase con la VI Edición celebrada en la Catedral de El Burgo de Osma durante el año 1997. Las exposiciones están diseñadas para que a través de la memoria legada y reflejada en las obras de arte, se produzca un diálogo entre la fe y la cultura, “un empeño catequético por actualizar el mensaje evangélico la luz expresada plásticamente en el pasado por el pueblo”.

Aunque años después he tenido oportunidad de visitar otras exposiciones, la última en Aguilar de Campoo, la Edición XXIII de 2018, fue aquella de El Burgo de Osma la que me dejó huella. Y no solo por la belleza de su catedral románico-gótica, (de románico apenas le quedan algunos capiteles en la Sala Capitular, donde se encuentra el sepulcro de San Pedro de Osma que fue su primer obispo), ni por la exposición en si (que era muy buena), sino porque, aprovechando el evento, la editorial “Vicent Garcia Editores, S.A.”, especializada en ediciones facsímiles de códices, libros de horas, incunables y otros libros especiales, había abierto un pequeño despacho de ventas, al frente del cual colocó al mejor vendedor que yo me haya tropezado jamás.

Un tipo que me dio la impresión de haberme encontrado, más que con un vendedor de libros, con un mismísimo académico de la RAE y de la Real de la Historia. Era un tipo con una oratoria fluida y docta (al menos en lo que le concernía) con un gran atractivo y especialmente envolvente. Nada más escuchar sus primeras palabras conseguía atraer la atención del potencial comprador hacia el objetivo por el que estaba allí: Venderle a los que llegaban a El Burgo de Osma, interesados en visitar la exposición de “Las Edades del Hombre”, un ejemplar de la edición facsímil del “Beato de Osma”, uno de los beatos más importantes y mejor conservados de todos los conocidos. Le bauticé como el “Académico” y con ese nombre aún le recuerdo.

Comenzaba el docto comercial de “Vicent García Editores S.A.” introduciendo al que caía en sus redes en el conocimiento de esos maravillosos y enigmáticos códices medievales que son los beatos: Libros manuscritos, ilustrados con espectaculares miniaturas, destinados básicamente a comentar el Apocalipsis de San Juan. Si el libro de “las Revelaciones”, que así se le llama también al Apocalipsis, es de naturaleza profética, lleno de simbolismos, sucesos, ya terrenales o del más allá, y misteriosos enunciados difíciles de interpretar, hemos de imaginarnos como correría la imaginación de aquellos monjes dedicados a comentar e iluminar con sus dibujos los textos del evangelista.

Con un facsímil del Beato de Osma abierto y soportado en un atril, comenzaba el Académico aclarando que a estos códices se les llama beatos porque el primero escrito, del que se fueron copiando los demás, salió de las manos del enigmático Beato de Liébana. Fue éste un monje y sacerdote del monasterio de San Martín de Turieno (hoy Santo Toribio de Liébana) que se dedicó a escribir manuscritos y que debió ser bastante influyente en su época, el siglo VIII. Parece ser que fue confesor de la hija de Alfonso I, rey de Asturias, Adosinda, esposa después del rey Silo, también de Asturias. Destacó por su guerra contra Elipando, arzobispo de Toledo, al que acusaba de hereje por ser partidario del “adopcionismo”, doctrina que consideraba que Cristo era de naturaleza humana y, por tanto, fue hijo adoptado por Dios. La obra más importante de Beato, que por no conocer su nombre se le llama así, fue el “Comentario al Apocalipsis de San Juan” (libro conocido como “Beato de Liébana”) que tuvo una alargada sombra por su influencia teológica, política y geográfica durante más de cinco siglos. Si bien es importante considerar, advierte siempre Académico, que los comentarios son básicamente recopilaciones de textos de otros Padres y Doctores de la Iglesia, como San Agustín, San Ambrosio o San Isidoro. Durante todos esos siglos, especialmente desde el siglo X, se fueron copiando beatos y en la actualidad se conservan, no todos completos, una treintena repartidos por España y el extranjero; los hay en Nueva York, Paris, Roma, Lisboa, Turín o Manchester.

El beato que se conserva en la catedral de El Burgo de Osma data del año 1086 y es uno de los últimos escritos íntegramente en la escritura nacional hispana, ejemplo de la producción de códices visigóticos. Se sabe que el escritor de las glosas se llamaba Pedro, aunque hubo otros, y que fue miniado por un tal Martino. Es un códice de lujo cuidadosamente caligrafiado e iluminado. Al contemplar sus páginas viene a la mente el scriptorium, perfectamente recreado, de la abadía de Melk, si bien la trama de “El nombre de la rosa” se desarrolla tres siglos después de que se copiase el Beato de Osma en algún convento de la zona burgalesa que bien pudiera ser el de Sahagún. En cualquier caso, lo que es indudable es que este beato es el último escrito con letra visigótica y el primero en estilo románico.

El sucesivo devenir de los beatos, a partir del de Liébana, da lugar a la introducción de cambios históricos y geográficos donde se sitúan dichos cambios. De ahí que llame tanto la atención los mapas beatíficos (de beato libro, no de beato santo). Nuestro Académico, con clara intención de despertar el interés y la curiosidad de su potencial cliente, tenía abierto el facsímil por la página donde está representado el mapamundi. Dicho mapa, propio de la Edad Media, está dividido en zonas, con particiones horizontales que señalan de norte a sur los distintos climas del orbe. Si lo dividimos en cuatro cuadrantes, arriba a la izquierda aparece Europa, destacando Galicia con el dibujo del faro de la Coruña, o sea la Torre de Hércules, y la Galia, habida cuenta de la importancia que en 1086 había adquirido ya la peregrinación a Santiago de Compostela; debajo, separada por el Mar Mediterráneo, está África (con el nombre de Libia) y los dos cuadrantes, norte y sur, de la derecha representan a Asia. Debajo, separado por un océano, aparece un cuarto continente que puede ser la Antártida. En él aparece un patagón frente al sol. Extraño ser de una sola pierna y un enorme pie que lo utiliza, poniéndolo en alto, para darse sombra. Pero en el mapa del escritor romano Macrobio, (s.IV d.C.), que es el dibujado en el beato, ese tórrido continente más bien corresponde al sur de África y no, como fue considerado por algunos en la Edad Media, una tierra ignota donde habitaban los antípodas que, novedosamente, el Beato de Osma los glosa como los mitológicos esciápodos (o momópodos). San Agustin los describe así: “Asimismo afirman que hay una nación en que no tienen más que una pierna y que no doblan la rodilla y son de admirable velocidad, a los cuales llaman sciopodas”. Nada extraño ya que mucho antes también los nombra Aristófanes (s.IV a.C.) en su obra Las aves o Plinio el Viejo (s.I d.C.) en su Naturalis historia y, entre otros, el neoplatónico Apolonio de Tiana creía firmemente en su existencia, creencia tan arraigada que duró hasta San Isidoro de Sevilla.

Todo eso nos fue explicado por el Académico. Adiós a mi arcana idea de que en el mapamundi del Beato de Osma aparecía la Patagonia… ¡Cuatro siglos antes de que se descubriese América! ¡Pero, quía! A la Patagonia argentina, le llamaron así los españoles porque sus habitantes tenían unos pinreles exagerados. Académico me convenció. Me llevé a casa el facsímil del Beato de Osma y, como que hablamos de glosas, scriptorium y scriptores, lo pagué con letras de una sombra tan alargada, casi, como el libro.

Pero, para rematar su faena, Académico no se contentó con venderme solo el facsímil, sino que además consiguió que me llevara otro librito que decía ser el libro impreso más pequeño del mundo. El libro mide 0,5 cm. X 0,5 cm. Está rematado con pan de oro y encuadernado en cuero negro. Lleva impreso el Padre Nuestro en siete idiomas y se presenta en una cajita de metacrilato cuya tapa es una lupa para su posible lectura. Sólo se hicieron 12 ejemplares y, según Académico era muy, muy, exclusivo.

Si el Beato es un libro de alargada sombra en el tiempo, el mini Padre Nuestro tiene una alargada sombra en el espacio. Quiso el azar que unos años después de adquirirlo, de viaje por Irán, recién muerto el Imán Jomeiní, me encontrase con un ejemplar expuesto en el museo de la catedral cristiana de Armenia en Teherán. ¡Madre mía -pensé- hasta aquí ha llegado el Académico vendiendo el librito! Ese sí que tiene una sombra alargada.

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