El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
Hace casi una década que Alberto Conejero (Vilches, 1978) se consagró con La piedra oscura, una obra que tenía como protagonista a Rafael Rodríguez Rapún, secretario de La Barraca y último amor de Federico García Lorca, y el dramaturgo jiennense, afianzado en estos años como una de las voces fundamentales de la escena actual gracias a textos como La geometría del trigo, Premio Nacional de Literatura Dramática, o las más recientes El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca o En mitad de tanto fuego, regresa con dos proyectos vinculados al poeta de Granada: Pineda, la versión de Mariana Pineda que dirige Patricia Guerrero para el Ballet Flamenco de Andalucía, que se estrena en agosto en los Jardines del Generalife, antes de llegar a la Bienal de Sevilla, y Federico y el cante, el espectáculo que Miguel Poveda prepara para la cita hispalense. En esta entrevista, Conejero, también director del festival COSA, una aventura que arrancará este septiembre en Vilches, habla del teatro como lugar de reunión con los ausentes y oráculo que nos explica quiénes somos.
–Ha asegurado que el proyecto de Pineda “encarna varias de sus pasiones”.
–Sí. En primer lugar porque venía de Andalucía. Aunque llevo mucho tiempo en Madrid yo quiero trabajar, y ojalá lo haga, más en mi tierra. Hacía memoria de cuántas producciones había hecho yo aquí, y, si no me equivoco, sólo puedo hablar de una, Los días de la nieve, con Rosario Pardo, un proyecto que se levantó desde Jaén. Pineda tenía el aliciente del regreso a las raíces, pero también me reencontraba con García Lorca, que ha sido un compañero constante, casi un ángel custodio en mi trabajo, y por último estaban también ahí la danza y el flamenco, lenguajes que yo amo, no es aventurarme en territorio desconocido escribir para esos ámbitos. Cuando Patricia me lo dijo, pensé: Puedo hacerlo. No hubiese aceptado si hubiese sentido que no podía contribuir al conjunto.
–Usted ha dicho que escribir para la danza es como hacer un encofrado: uno propone una estructura y luego desaparece.
–Lo considero un ejercicio de humildad. Mi labor ha sido ir a la esencia de Mariana Pineda. Serví un poema para que el resto de compañeros, fundamentalmente Patricia y los bailarines, pero también los músicos, pudiesen trabajar. Había una propuesta de temperatura para cada escena, de palos, se planteaba si había un paso a dos, un paso a tres, una escena grupal... Yo escribía para los cuerpos, para esa escritura del baile que desaparece tras generarse, por eso posee un valor único, y que resulta igual de elocuente que la propia palabra.
No hay subrayados en la versión. El teatro no es el lugar de la arenga, ni el autor es un cartero que entrega un mensaje”
–¿Le sorprendió algo al releer la obra mientras preparaba esta versión? ¿Era la Mariana Pineda que recordaba?
–Lorca tenía una relación difícil con Mariana Pineda, ya que la escribió en sus comienzos como dramaturgo. Fue su segunda obra profesional después de El maleficio de la mariposa, y él mismo puso objeciones a su texto y al estreno en Barcelona. Pero en el 34 o 35 seguía hablando de ella, no la olvidó, le acompañó hasta el final de sus días. Lo que más me ha conmovido en esta relectura es la honestidad de Mariana Pineda. Admiro ese tesón en sostener una creencia, un ideal, no ser cobarde aunque todo te empuje a serlo. Hemos tratado de compartir con los espectadores que esta Pineda representa a muchas mujeres de las que no sabemos su nombre, de las que no nos ha llegado su historia, quizás porque eran de una clase más baja, como las costureras del Albaicín. Mujeres bravas y valientes que pusieron el cuerpo por la libertad.
–¿En qué sentido dialoga la peripecia de Mariana Pineda con el presente?
–Nos interpela qué estamos haciendo, nos pregunta quiénes son los Pedrosas de hoy en día, quién va cortando mortajas para los que pelean por la libertad, quiénes son las Marianas Pinedas que luchan por unos ideales, aunque en el caso de la Mariana de Lorca sea más un ideal amoroso que político. Pero no ha hecho falta subrayar nada, no creo que el teatro tenga que ser el lugar de la arenga, yo no soy un cartero que entrega un mensaje. Todo esto de lo que hablo estaba en el texto, si acaso había que afinar el oído para escucharlo. Hay un fragmento muy conmovedor en el que Mariana dice que quiere que sus hijos levanten la cabeza orgullosos de la que fue su madre. A mí me emociona esa frase, que no está puesta en el amor romántico, sino en el porvenir. Todos somos en parte hijos de Mariana Pineda.
–Han querido mantener para esta producción el subtítulo que le puso Lorca: Romance popular en tres estampas.
–Pasa desapercibido, pero Lorca es muy sabio y no lo nombró así por azar. Romance remite a un género que se transmite oralmente, es una historia que va de boca en boca, que también puede convertirse en música, por eso Lorca empieza con unas niñas cantando. Es popular en el sentido más noble, nos pertenece a todos, aunque la veamos con esa pátina tardorromántica Mariana Pineda pertenece al pueblo, no es una historia aristocrática. Y hemos querido mantener esa estructura de estampas, acorde con un espectáculo muy visual. Volviendo a la pregunta de antes, qué me sorprendió en la relectura, me llamó la atención que es una obra para ser vista, con un uso del color muy poderoso, no sólo en la bandera, en la descripción del vestuario, de las flores... Quizás en esos años sea el apogeo del Federico pintor, ilustrador.
–En la presentación de Pineda a la prensa ha hablado del peligro del “falso respeto” a la hora de adaptar a los clásicos.
–Sí, considero que no se puede trabajar desde el miedo, desde la idolatría. Para poder transformar una obra hay que estudiarla, yo me la sé desde la primera línea hasta la última, y conozco las diferencias entre una edición y otra, del mismo modo que a veces he ido al documento histórico y no me he ceñido al texto de Lorca. Para mí el respeto no es una cuestión de literalidad, tiene que ver con el amor, con el estudio y, también, con la alegría. Si es un respeto miedoso, es un respeto que echa puñaditos de ceniza, o que mete las cosas en custodias. Es importante la admiración, pero también lo es sentirque ese texto está vivo, que no es un animal disecado ni una estatuilla en un museo. Nosotros no vamos a destruir Mariana Pineda, nuestro trabajo será sólo un eslabón en la cadena de todas las versiones que se han hecho y las que se seguirán haciendo. En realidad, el acercamiento a los clásicos tiene algo de singularización: le estás diciendo al público qué es lo que te ha contado esa obra que quieres compartir. Esta es la Pineda de Patricia Guerrero. Y esa singularización no es ir contra el texto, al revés. Yo estaba obsesionado con que la historia se entendiera, que si a una función viene alguien que jamás ha oído nada de Mariana Pineda comprenda lo que le sucede a esta mujer viendo este ballet.
–Patricia Guerrero ha dicho que el personaje de Mariana Pineda le viene como anillo al dedo, entronca con esa galería de mujeres rebeldes y fuertes que ha interpretado antes.
–Yo creo que es bonito que Patricia se haya reconocido en Mariana Pineda, pero hay algo que me gusta imaginar también: que Mariana Pineda se reconozca en Patricia. Que, de repente, tenga la posibilidad que da el teatro de ser inmortal, de romper las barreras del tiempo, y que se encuentre con una compañera como es Patricia, una mujer cabal y con calambre. Patricia, que es perfecta para el papel, con ese brío que tiene, va a poner su espíritu y su cuerpo para que eso ocurra.
Me interesa mucho el pensamiento sensible del que habla María Zambrano, llegar a una idea desde la emoción”
–Usted participa también en Federico y el cante, con el que Miguel Poveda regresa a la Bienal.
–Qué casualidad y qué reto. Miguel me llamó y le comenté que ya tenía un espectáculo de Lorca en la Bienal, pero me dijo que no importaba. Ciertamente, son propuestas muy distintas. Poveda repasa la constelación de voces flamencas que Federico adoraba, y mi labor está siendo hacer una pequeña dramaturgia a partir de todos los textos que Lorca escribió sobre el flamenco, también sobre la tradición oral. Miguel me preguntó que quién creía que debía decir estos textos, yo le pedí que nos alejáramos de la solemnidad, y va a ser Manuel, un niño gaditano. Yo tengo muchas ganas de ver cómo suena la palabra eterna de Federico en ese chaval, que en su inocencia conecta con lo que decía Lorca cuando hablaba de cantes “que vienen del primer llanto y del primer beso”. A veces, cante jondo suena como pum, como una losa que cae, como algo plúmbeo e irreparable. Y es algo muy distinto: un concepto que está lleno de electricidad y de temblor.
–Cuando se estrenó La piedra oscura usted se refería al teatro como “una trinchera para la emoción, la poesía y aquello que nos hace humanos”. Suscribirá esas palabras todavía...
–Sí, y me emociona pensar que pese a todos los arañazos que tienen la profesión y la vida yo sigo creyendo en el teatro, en su capacidad de hacer pensamiento sensible, que es una idea de María Zambrano que me encanta. Podemos llegar a ideas más altas a través de la emoción, y yo creo que en este mundo tan cínico e individualizado, en el que con los móviles y la tecnología a veces estamos lejos de lo cercano y cerca de lo lejano, el teatro sigue proponiendo la reunión, y sigue proponiendo una comunidad poética. Yo no quiero renunciar a la emoción. No soy un filósofo, aunque leo sobre Filosofía; no soy un historiador, aunque me guste mucho la Historia... Yo busco cuando voy al teatro que algo se me mueva por dentro, y espero que esta Pineda nos haga pensar desde la emoción, o emocionarnos desde el pensamiento.
–Usted ha escrito sobre personajes tan diversos como Montgomery Clift, Patroclo o el maestro Antoni Benaiges. Proyectos diferentes que coinciden en algo: en cierto modo son historias de fantasmas, dan voz a los muertos.
–Yo creo que el teatro da siempre la guapura del presente. A mí me gusta pensar en que a estas figuras, estos fantasmas de la Historia, con sus dolores y con sus conflictos, y a los que has dicho sumo a Rafael Rodríguez Rapún o Josefina Manresa, el teatro los hace presencia. Para mí la escena tiene algo de nigromante, nos permite a los vivos y a los ausentes compartir espacio. Lo que decíamos antes: cuando Patricia ponga el cuerpo en el Generalife, Mariana va a volver a estar viva. Me da igual si la gente piensa que es una convicción algo naíf o incluso cursi. Cuando te sientas en un teatro frente al Julio César de Shakespeare, el Calígula de Albert Camus, el Eduardo II de Marlowe no te resultan extraños, los percibes como contemporáneos, igual que ante Los persas de Esquilo te haces una idea de la brutalidad de la guerra. El teatro nos recuerda que los ausentes siempre están presentes.
–En mitad de tanto fuego se estrenó en julio de 2023, pero como alegato antibelicista resulta, tristemente, cada vez más actual.
–Es curioso cómo muchas veces el arte o la creación presienten lo que va a ocurrir antes que el propio autor, que en el fondo no es tan consciente de lo que está haciendo. Ya se había dado la invasión a Ucrania cuando yo empecé a escribir, pero en el tiempo que ha pasado ha crecido el deseo belicista, de repente da la impresión de que la guerra es algo inevitable y nos dirigimos a ella. Se habla del retorno del servicio militar, de la necesidad de aumentar el gasto en armamento... En mitad de tanto fuego intuía esto. A veces me preguntan que por qué me voy a figuras del pasado, se sorprenden de que escoja a Patroclo y me inspire en la Ilíada, pero creo que por desgracia nunca escribí más sobre el presente que con esta obra. La volví a leer hace poco para un artículo que me habían pedido, y al encontrarme con algunos párrafos llegué a la conclusión de que el teatro y la escritura tienen algo de oráculo.
A veces se describe el cante flamenco con la solemnidad de una losa. Y más bien es un calambre, un temblor”
–¿Qué puede contar de COSA, el festival de teatro que organiza y que se celebrará en su localidad natal, Vilches, del 26 al 29 de septiembre?
–Me hace muy feliz porque con el festival voy a volver a Jaén, a una tierra olvidada y necesitada de estímulos, de un impulso en las artes escénicas. Somos la única provincia de Andalucía cuya capital no cuenta con un teatro con una programación estable. Me llegó la propuesta de soñar un festival, y soñé este festival cuyo nombre es un acrónimo de cuerpo, objeto y sitio específico de Andalucía. Es un festival que nace muy pegado a Vilches, a sus paisajes, a la memoria de su pasado minero y agrícola, donde vamos a ver propuestas pequeñas en formato pero singulares y ambiciosas en lo poético. Por poner unos ejemplos, será impresionante ver a Luz Arcas bailando en el Mirador de la Esperanza, a Xavier Bobés en una casa cueva... Mi obsesión es que todo lo que ocurra sea una experiencia, no se trata de ver un espectáculo, sino de ir a espacios únicos como un molino, una antigua fábrica de aceite, observar cómo cambia la luz en un mar de olivos, algo que ya conocen los espectadores de Vildanza, el festival de danza que también se celebra en Vilches. COSA tiene además una escala que me permite cuidar de mi creación. Después de cuatro años en el Festival de Otoño quiero que la gente no me vea como programador, sino como dramaturgo y poeta, que es lo que humildemente aspiro a ser.
–Hablemos del Alberto Conejero poeta. ¿Está preparando un nuevo libro?
–Estoy enfadado conmigo mismo porque ya han pasado cuatro años desde que salió En esta casa, pero soy muy lento escribiendo poemas. Quizás En mitad de tanto fuego sea mi último poemario, y ahora publico con Pepitas una obra que se llama Leonora, sobre Leonora Carrington, que en realidad es un monólogo poético, o un poema dramático. Pero tengo muchas ganas de salir con un tercer poemario, espero que sea el año que viene. Lo que puedo contar es que será un único poema extenso, algo que no había probado todavía.
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