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Margot empieza a trabajar como limpiadora en un hospital y, pese a que su nuevo empleo no le parece más laborioso que la atención al público en una cafetería, sí le pesan las ausencias de los pacientes que no sobreviven a la enfermedad, las historias que arrastran esos fantasmas y que ella se lleva sin querer a su casa. Para evitar el dolor, la mujer recorre las habitaciones de la clínica con una nueva actitud: intentará no coger cariño a esas personas con las que se va topando en su entorno laboral. Pero el encuentro con el anciano Cedric Stone y la curiosidad por la inscripción que adorna su anillo harán partícipe a Margot de un viejo idilio: el de Cedric y Jane Bellamy en el convulso 1939. “Un amor de verano con una guerra a punto de comenzar”, dice con sorna su protagonista, pero su interlocutora le replica: “¿Hay un buen momento para enamorarse?”.
Alice Kellen, el nombre bajo el que se esconde la valenciana Silvia Hervás y con el que ha cautivado a más de 2 millones y medio de lectores, regresa con Quedará el amor (Planeta), una novela en la que su autora regresa al territorio de las emociones y que presentó hace unas semanas en la Feria del Libro de Sevilla. Un viejo proyecto al que Kellen tardó años en dar forma: “Hace tiempo terminé un borrador, pero fallaba algo en el ritmo, en los diálogos, tenía una estructura más clásica. Escribí una segunda versión, pero todavía le faltaba, y después me puse con la tercera versión”, afirma entre risas sobre la reescritura de Quedará el amor y sobre cómo cambiaron sus intuiciones en este tiempo. “Me preguntaba cómo dejar el esqueleto del libro y mover el resto de piezas sin que el conjunto se derrumbase. Ya no veía escribir con el prisa inocente de los principios, cuando me sentaba y me dejaba llevar, y todo fluía: yo ya estaba en otro momento como narradora”, añade una escritora que entiende ahora “la novela como un artefacto, un juego de técnica en el que todo tiene que encajar. Ha sido un ejercicio interesante, un reto, pero el libro está aquí, finalmente”, comenta con alivio.
Con los años, Kellen –que demostró el entusiasmo que suscita con largas colas en su reciente visita a Sevilla– ha sofisticado el andamiaje, pero sigue fiel a ese interés por las emociones que la aupó a la lista de los best-sellers. “La novela trata de sentimientos universales: sobre la vida, sobre las formas de relaciones entre padres e hijos, entre amigos o el amor más puramente romántico. El libro habla de cómo todos orbitamos alrededor de los mismos anhelos y los mismos miedos. Cuando te vas, cuando te llega el final, comprendes que lo importante son esos vínculos y no otras cosas a las que prestaste mucha atención y que te ocuparon mucho tiempo. Eso es lo que sugiere el título: que con tu marcha quedarán los afectos. Los dos frentes en los que nos movemos son el amor y la muerte, no hay más”.
Los frentes en los que nos movemos son el amor y la muerte. Nada hay más importante”
Uno de los personajes de la obra sostiene que la vida no sería nada sin los recuerdos, y la autora suscribe esa tesis: “Somos memoria, vamos coleccionando momentos y eso condiciona quiénes somos. Dentro de diez años seremos personas distintas por lo que hayamos vivido en esa década. ¿De qué va si no la vida? Del paso del tiempo, de cargar con una mochila que vas llenando de cosas y que liberas de otras, afortunadamente”.
Margot, la protagonista, vive una segunda oportunidad después de que una vecina la rescate de la violencia de su marido, y para Kellen “representa a mucha gente con talento, mucha gente buena, que tiene muy mala suerte. La suerte existe, y es arbitraria, y determina que vayamos en una dirección o en otra”, opina la novelista. “Siempre he dicho que las circunstancias de una persona, el contexto en el que vive, son determinantes. Hay quien nace en un entorno complicado y consigue que le vaya bien la vida, pero eso, por desgracia, no es lo habitual”.
Kellen ha disfrutado con la vertiente histórica de Quedará el amor, recreando los pasajes de la II Guerra Mundial. “Me encantó sumergirme en los testimonios de quienes vivieron aquello, los detalles de las cartas que enviaban a los familiares, en las que los soldados contaban su día a día: que si se afeitaban con el agua del abrevadero, que si era imposible salir del barro...”, relata la autora.
El libro se abre con una cita de Jodie Chapman que reza que “la vida era una mezcla de dolor y belleza”, un contraste que Kellen recoge en sus libros: “Me dicen a menudo que son tristes, pero si acaso es una tristeza que siempre acaba con luz. Veo a mis lectores llegando al final con lágrimas y con una sonrisa, y esa imagen me encanta”.
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