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Un argumento: el baile

Antonio 'El Pipa', el domingo, en el Cervantes.
Lourdes Gálvez Del Postigo

14 de febrero 2012 - 05:00

Teatro Cervantes. Fecha: 12 de febrero. Compañía: Antonio 'El Pipa'. Bailaor principal: Antonio 'El Pipa'. Pareja solista: Macarena Ramírez e Isaac Tovar. Cante: Mara Rey, Morenito de Illora, Maloko de Sordera y Joaquín Flores. Guitarras: Juan José Alba y Fco. Javier Ibáñez. Compás: Luis de la Tota. Aforo: Unas mil personas (lleno).

Antonio El Pipa nos presentó su última propuesta, Danzacalí, un montaje sin complejidades, tal y como le gusta, pues este bailaor defiende un modelo de espectáculo que no tenga tramas difíciles que obliguen al espectador a enredarse en la resolución del argumento; para El Pipa el baile debe ser el único protagonista. Pero esta vez nos narra una historia del pueblo gitano que peca de autocomplaciente, idealizada y tópica, y se abusa de la típica coreografía grupal de academia, colorista pero insulsa, quizá para destacar más si cabe la indiscutible calidad del bailaor jerezano.

El programa se estructura en una serie de números muy seguidos y cortos, lo cual es sin duda un acierto, pues dota al espectáculo de dinamismo. En estos números se va desgranando la vida errante de los gitanos en un entorno natural, con clara iconografía decimonónica de bandoleros, donde no podía faltar la rondeña, bien ejecutada por El Pipa. Las cantiñas sirvieron para mostrarnos a una excelente pareja de bailaores, Isaac Tovar y Macarena Ramírez, protagonistas de la temática amorosa; mientras que los tientos tangos trajeron un baile de regusto añejo, delicioso, con un Pipa racial que nos recuerda a esas antiguas crónicas en las que las danzas de los gitanos escandalizaban por los movimientos sensuales y descarados. La farruca es un paso a dos de Isaac y Macarena, destacando a esta última, pues tiene muchos de los ingredientes para ser una gran figura: plasticidad, raza, magnífica colocación de cabeza, hombros y caderas y, lo más importante, gracia natural. A partir de este momento es quizá cuando El Pipa tiene un mayor protagonismo, brindándonos momentos de gran brillantez y placer estético, sobre todo en la plegaria de acción de gracias, el martinete y la seguirilla, con compás de sus propios palillos, luciéndose con los pies, y donde la inspiración le hacía pedir al cantaor que acudiera a su lado para bailar al cante. La parte más simpática tiene lugar en la plaza, donde las gitanas pregonan su mercancía, y donde ocurren cosas como el robo de una cartera que acaba en clave humorística con la policía bailando por bulerías. Pero cambiamos el registro y pasamos a la solemnidad de la soleá, donde el baile de El Pipa se erige en monumento, una oda al baile masculino, a la elegancia y el desplante sentido y jondo.

No podía faltar la boda gitana, donde se cantan romances pero no la alboreá, cante señero de esta celebración. De nuevo la pareja de solistas se luce, incorporándose toda la compañía y El Pipa, en un final en el que todos cantan su himno "somos gitanos, somos errantes…", con el público en pie.

A destacar la voz de Morenito de Illora, estremecedora y profunda, a pesar de que el sonido, sucio y mal equilibrado, no dejó escuchar bien a músicos y cantaores.

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