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Málaga/Frente al imaginario del gran público que suele identificar el arte belga con una figura fundamental como René Magritte, la nueva exposición temporal del Museo Carmen Thyssen de Málaga revela una riqueza y diversidad que cultivó las principales tendencias desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX.
La muestra, que se ve por primera vez en España, es posible gracias al cierre por obras, entre 2018 y 2024, del Museo de Ixelles en Bruselas, poseedor de la segunda mayor colección pública de arte en ese país, con unas 15.000 piezas, como ha explicado este lunes en una visita a la exposición su comisaria y directora de la pinacoteca belga, Claire Leblanc.
A través de 77 obras de 53 artistas, entre las que figuran algunas de las joyas de la colección de ese Museo, se hace un recorrido desde el preimpresionismo hasta el surrealismo.
"Se ofrece una visión del despertar de un joven país, porque Bélgica se creó en 1830 y tenía la necesidad de construir su propia identidad", en un periodo "crucial, con múltiples mutaciones industriales, económicas, sociales, morales y artísticas".
Pese a que recibió las potentes influencias artísticas de países vecinos como Francia o Alemania, la particularidad del arte belga reside en que es "autónomo", porque "no le gustan los dogmas, las doctrinas ni las ideas forzadas", según Leblanc.
Son unos años en los que "el largo predominio del clasicismo y del academicismo se rompe", y surge "una libertad moral y una nueva libertad estética marcada por la audacia y la experimentación".
Así se va "forjando una identidad y un carácter para el joven país", en cuyo arte "siempre hay una puerta abierta al sueño, al humor y al absurdo", ha resaltado la comisaria.
Después de pasar por el realismo, el naturalismo, el impresionismo y sus derivaciones, el simbolismo, el fovismo y el expresionismo, el recorrido de la exposición acaba en una sala que reúne a dos de las grandes figuras del arte de este país, René Magritte y Paul Delvaux.
En el caso del surrealismo, se convirtió en el movimiento principal en Bélgica de forma simultánea al expresionismo, aunque en el caso de los artistas belgas "no fue un movimiento político, sino un movimiento abierto sobre el universo imaginario y el universo interior".
"Al igual que con el simbolismo, se trata de la riqueza del universo psíquico, siempre haciendo referencia a lo real, pero haciéndolo poético y misterioso", ha precisado Leblanc.
Magritte es el "símbolo de este movimiento poético, y su trabajo consiste en crear ambigüedades entre nuestra lectura del mundo y el universo de la imaginación".
En el Museo Carmen Thyssen se puede contemplar un cuadro emblemático de Magritte como El donante feliz, una de las últimas pinturas que hizo antes de morir, y que creó expresamente para el Museo de Ixelles, "como una forma de agradecer que fue el primero en hacerle una retrospectiva".
"Es muy importante porque se convierte en una obra-testamento y está todo su universo típico: la figura con bombín, que es una forma de autorretrato; el paisaje de noche, una de sus expresiones predilectas, y un momento entre dos mundos, entre sueño y realidad, y la esfera, que él nunca quiso descodificar para dejar rienda suelta a la imaginación".
En la misma sala, Delvaux, que compartió época con Magritte, pero ambos "son artistas muy independientes el uno del otro", y en el caso del primero "no se puede hablar de un artista surrealista, porque nunca entró en ese movimiento, y solo tomó su potencial enigmático para desarrollar un universo surrealista".
Se da la circunstancia además de que Magritte no tenía una buena relación personal con Delvaux y se reía del apellido de este, al hacer un juego de palabras en francés que significaba "de las vacas", a lo que se sumaba la forma de ser de Delvaux, "un hombre en su propia burbuja, sin relación con los demás artistas del momento".
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