"El capitalismo salvaje agradece un ateísmo sin reflexión"
Entrevista a alejandro simón partal. escritor
El poeta presenta hoy en el Centro Cultural MVA su ensayo 'Las virtudes del ausente. Fe y felicidad en la poesía contemporánea'
Málaga/Lejos de representar una promesa, Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983) constituye ya, por derecho, uno de los valores más firmes de la poesía española del presente. Su obra poética incluye los títulos El guiño de la chatarra (2010), Nódulo Noir (2012), Los himnos abdominales (2015) y La fuerza viva, con el que obtuvo el Premio Arcipreste de Hita en 2017, el mismo año en que publicó su ensayo sobre el poeta salmantino Juan Antonio González Iglesias. En 2016, su proyecto La carencia de Eros: felicidad en el medio siglo obtuvo la Beca de Investigación Literaria Miguel Fernández Ciudad de Melilla, órdago que se traduce ahora con la aparición del ensayo Las virtudes del ausente: fe y felicidaden la poesía contemporánea, que publica la UNED y que Simón Partal presenta hoy a las 20:30 en el Centro Cultural Provincial MVA (C/ Ollerías, 34) junto a Cristina Consuegra y Antonio Jiménez Millán.
-El asunto de la felicidad no es precisamente nuevo en su obra. Poemarios como La fuerza viva le conceden un papel protagonista. ¿Qué le mueve a volver a abordarlo en forma de ensayo?
-Como lector me ha interesado siempre mucho la estética más celebrante, la parte más luminosa de la creación. De hecho, en el grupo de investigación sobre poesía contemporánea que tenemos en la Universidad de Salamanca trabajamos mucho sobre la materia. De entrada, la felicidad es una cuestión muy malinterpretada por la influencia de los libros de autoayuda y la cultura del Bromazepam, pero pensadores como Emilio Lledó y Ramón Andrés le han dedicado páginas de verdadera altura filosófica en libros recientes. Es cierto que en ámbitos como la filosofía y la religión hay tradicionalmente una preocupación mayor por la felicidad que en la poesía, pero también lo es que actualmente asistimos a una vuelta a lo sagrado y lo espiritual en la creación poética, y esto guarda sin duda mucha relación con la felicidad.
-Más allá de la reflexión argumental, ¿hay una intención crítica hacia la cultura occidental como promulgadora de la tristeza en lugar de la alegría, en la línea vitalista de Nietzsche?
-Así es. La cultura se traduce por lo general en competencia, en superioridad, en ser siempre más que el otro. Y esto se traduce a su vez en exclusión, en supremacismo. Ya no se trata de vencer al otro, sino de negarlo. Mucha gente se lleva ahora las manos a la cabeza ante las ideas de las que hace gala el nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, pero la cultura sostiene y divulga precisamente esas mismas ideas. En este sentido sí tiene razón Nietzsche cuando habla de la cultura como aguijón de la muerte. Existe una poesía, sin embargo, que no se da desde la competencia, sino justo desde lo contrario: la insignificancia. Y, como afirma Leonardo Boff, la conciencia de los propios límites nos permite conocer que hay personas que piensan de manera diferente de nosotros. En un sentido más espiritual, Hölderlin lo explica muy bien cuando apunta que Dios ha hecho el mundo como el mar hace la playa: retirándose.
-¿La fe tiene que ver en lo poético más con una apuesta que con una determinada creencia?
-En todo caso, no tiene nada que ver con la rigidez eclesiástica. Yo entiendo la fe más como un hacerse preguntas. De hecho, la teología alemana aborda directamente a Dios como una pregunta, una gran pregunta, no como un problema. Por otra parte, pensar en la fe significa ahondar en la bondad, considerada como el principio del valor ético, tal y como afirmó Machado. Hoy día, sin embargo, abundan los fundamentalistas de la razón que consideran que no vale la pena hablar de Dios, o que directamente no se puede dado que no hay más que oscuridad y misterio. También Antonio Machado ironizaba sobre ello al lamentar que pudiéramos hablar sobre la esencia del queso manchego pero no sobre Dios. No obstante, al mismo tiempo, lo esotérico y lo espiritual disfrutan un auge considerable.
-¿La nostalgia de la religión es más fuerte que el fundamentalismo de la razón?
-Tal vez. Parece que cuesta cada vez más que alguien se confiese creyente o no creyente, aunque al final todos profesamos la religión del capital. Pero la fe es al final una vía de escape ante el éxito de lo trivial, de lo inhumano. Por eso el capitalismo salvaje agradece un ateísmo sin reflexión. Le conviene.
-Tal vez el mayor azote contra ese mismo fundamentalismo se llamó María Zambrano.
-Desde luego. María Zambrano es una influencia fundamental en todo esto. A menudo los poetas escriben sobre el misterio y la sombra centrándose en la vida cotidiana pero al mismo tiempo rechazamos incluir a Dios. Zambrano, sin embargo, lo aborda directamente. Accede al misterio desde la poesía, que para ella es, ante todo, la constatación de que la humanidad está dispuesta a pervivir. En Zambrano, la poesía nos permite darle sentido a la vida desde el otro, y al mismo tiempo hacer de lo inaccesible algo cercano. También recuerdo siempre su referencia a la música y la poesía como "delirios necesarios", instrumentos que nos permiten ir a lo sagrado sin olvidar la trascendencia.
-¿Hay una paradoja entonces en cierta poesía contemporánea que reivindica a autores que escribieron sobre Dios y al mismo tiempo rechaza escribir sobre Dios?
-Sí, así es. Reivindicamos a autores cuya espiritualidad negamos. No tiene mucho sentido.
-José Ángel Valente encontraba la función social de la poesía en la devolución del lenguaje corrompido en la esfera pública a una dimensión más íntima, donde podía volver a significar plenamente. ¿Confluyen en este planteamiento fe y felicidad?
-Valente asumió el compromiso de decir lo esencial, y justo éste es el trabajo al que hay que volver. La espiritualidad no puede ser nunca una cortina de humo: el poeta debe interpelar al otro. Y la mejor forma de hacerlo es dirigiéndose a la médula. De aquí nace la utilidad de la poesía, que, como apuntaba el mismo Valente, permite "el gozo finito de lo infinito". La poesía se sostiene en las imperfecciones y contradicciones del ser humano, y por eso, como el ser humano, se acrecienta cuando encuentra lo sublime en las cosas más pequeñas. El problema es que la poesía que más triunfa hoy día viene muy masticada, con todo hecho. Pero una poesía que renuncia a hacerse preguntas no nos sirve de nada.
-Detecto cierta desconfianza respecto al triunfo.
-Entre los poetas que vienen detrás de los de mi generación y que aún son muy jóvenes encuentro mucho talento, desde luego. Pero también veo actitudes más interesadas en trascender, en llegar a determinados sitios, que en poder expresarse de una manera poética y ser consciente de ello, lo que al fin y al cabo es el fin último de la poesía. La cultura del éxito, la trascendencia utilitarista que lo invade todo, también está muy presente entre los poetas incipientes. Pero la poesía es otra cosa.
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