Chapitô: si no es un juego, no lo llamaremos teatro
El diario de Próspero
Por su audacia a la hora de revisar el repertorio clásico desde el cuerpo y el objeto, la compañía portuguesa merece figurar entre los principales referentes de la escena europea
EL cierre de la programación del Festival Anfitrión en Baelo Claudia el pasado fin de semana con la Electra de la compañía del Teatro do Chapitô regaló un momento inolvidable, en virtud de la magia del entorno y del hechizo de la representación. Allí estaban Jorge Cruz, Susana Nunes y Tiago Viegas, tres de los artífices medulares de la agrupación lisboeta, en plena construcción del mito para deleite del respetable. Es una verdadera suerte que la presencia de la compañía en Andalucía sea cada vez más frecuente: hemos podido ver en los últimos años otras recreaciones de la tragedia clásica en sus manos como el impagable Edipo, así como de las cimas shakespeareanas de Hamlet y La tempestad. El repertorio propio del Teatro do Chapitô, eso sí, incluye más de treinta producciones estrenadas desde 1996 y llevadas a festivales y escenarios de toda Europa y América Latina. Los mimbres con los que los portugueses hacen su teatro son bien reconocibles, con creaciones colectivas y libres respecto a las fuentes originales (en su mayor parte, sí, correspondientes al imaginario del teatro clásico), el trabajo dramatúrgico creado a partir del cuerpo actoral, la mayor desnudez formal y una poética alumbrada a través del protagonismo escenográfico de los objetos (las corbatas de Hamlet, las cucharas de Electra). Lo verdaderamente asombroso, sin embargo, es que a pesar de estas señas de identidad cada representación de la compañía do Chapitô es verdaderamente única. La función de Electra celebrada hace unos días en el teatro romano de la gaditana playa de Bolonia respondió con fidelidad a lo que cabía esperar de la compañía y, al mismo tiempo, no se parecía en nada a cualquier espectáculo que hubiéramos visto antes, ni siquiera de los Chapitô, lo que responde a una manera de entender el teatro por la que esta compañía, con sede en la Costa do Castelo, donde ejerce una labor esencial en la dinamización social y cultural de Lisboa, merece figurar entre los primeros referentes de la escena europea. Por si nadie lo había dicho todavía.
En una entrevista publicada en 2008 con motivo de la representación de Oh Grande Creador!! (revisión divertida y desacomplejada de los relatos antiguotestamentarios) en el Festival de El Ejido, Jorge Cruz hacía una revelación oportuna: “La estupidez es una constante en nuestras representaciones”. Cabe preguntarse a qué se refiere el actor con el término estupidez, pero, a la luz del trabajo de la compañía, la respuesta parece clara: lo que no responde a planes premeditados, a lo que se quiere decir, a lo que corresponde hacer, al fruto de un proceso. Lo que se da de manera espontánea, lo que sucede sin más, porque sí. Es decir, al juego. Cuando alguien juega (sea un niño, sea un adulto), no necesita una justificación intelectual, cultural, política ni social para hacerlo. No precisa un discurso, ni una aproximación crítica, ni un apego ni un rechazo a una tradición cualquiera. Juega, y ya está. Eso es todo. Lo que hace la compañía do Chapitô en cada función es esencialmente estúpido, por tanto, porque es un juego. Y el juego se da siempre de manera única: nadie juega dos veces de la misma manera. Por eso, cada función de este colectivo es única e irrepetible. En una significativa relectura de los postulados peterbrookianos sobre el espacio vacío, es la imaginación del juego la que construye los escenarios; un juego que se hace, como el más inocente pasatiempo infantil, con las cosas encontradas en la cocina o en el armario de los padres. Esa cuchara que puede ser una armadura es la semilla justa del teatro más puro y necesario.
Llevado este modus operandi al teatro clásico, muy especialmente al territorio de la tragedia, descubrimos, ahora sí, con la mayor claridad, hasta qué punto la comedia constituye apenas una ligera variación de la misma. El juego de los Chapitô se vierte siempre en la satisfacción del hallazgo que alumbra el reconocimiento de los muchos personajes que van desfilando en apenas tres actores, en la aceptación de que un objeto corriente puede mutar en el ingenio menos previsible, en la participación casi inconsciente, natural, en el mismo juego. Porque no es el despliegue textual de la tragedia lo que alimenta la representación contemporánea del mito (en la compañía do Chapitô, el texto, recreado a conciencia, funciona como otro estímulo esencial del juego para lograr que el mito no se lea, sino que suceda), sino, justamente, la estupidez: lo que habla de nosotros antes que nosotros mismos, la verdad órfica que nos precede y libera. A lo Chapitô.
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