La décima musa

El Jardín de los Monos

La sublime obra de una monja llamada Sor Juana Inés de la Cruz que fue bautizada con diversos apodos y que abarca la lírica, el auto sacramental, el teatro y la prosa

El negro Juan Latino

Sor Juana Inés de la Cruz.
Sor Juana Inés de la Cruz. / M. H.

EN el calor de los agosteños días, nada me apetece más que estar retirado a la paz de mis aposentos y, como decía Quevedo, con pocos, pero doctos libros juntos, vivir en conversación con los difuntos, y escuchar con mis ojos a los muertos. Allá, en esa penumbra que ahuyenta el calor e impide que el abrasador terral te invada, me dejo llevar por la música poética de los clásicos, habida cuenta de que, siguiendo las enseñanzas de Isócrates, los verdaderos maestros de las almas son los antiguos poetas. Y vengo a refocilarme con la sublime poesía de la Décima Musa.

Fueron nueve las musas, hijas de Zeus y Mnemosine, según la mitología Griega: Calíope de la poesía; Clío, de la historia; Erato, de la elegía; Euterpe, de la música; Melpómene, de la tragedia; Polimnia, de la lírica; Talía, de la comedia; Terpsícore, de la danza y Urania, de la astronomía. ¿Y la décima? A criterio de Platón, la décima fue la poetisa Safo, pero el gran filósofo griego no conoció la sublime obra de una monja llamada Sor Juana Inés de la Cruz que fue bautizada con diversos apodos como la “Fenix de Mexico”, la “poetisa americana” o “la Décima Musa”.

Dice Horacio en su Oda “Exegi monumentum aere perennius” (He levantado un monumento más duradero que el bronce) refiriéndose a que sus poemas perdurarán en el tiempo. Así se ha considerado a la obra lírica de Sor Juana Inés de la Cruz; una obra enmarcada en el barroco español, ligada a la cultura criolla, y amamantada con el culteranismo de Góngora y el conceptismo de Quevedo y Calderón. De ahí que se le laurease como la Décima Musa. Una musa cuya obra inmortal abarca la lírica, el auto sacramental, el teatro y la prosa. 

Nació un 2 de diciembre del año 1648, hija natural de Pedro Manuel de Asbaje y la criolla Isabel Ramírez de Santillana, en San Miguel de Nepantla, hoy conocida como Nepantla de Sor Juana Inés de la Cruz, una alquería de la Ciudad de Mexico en el virreinato de la Nueva España. Fue bautizada como “Hija de la Iglesia” por la situación civil de sus padres, algo que ella trató de disimular siempre, como se puede apreciar en su testamento que dice ser “hija legítima”. Desde pequeña Juana sorprendía por su inteligencia y memoria, mostrando una gran afición por los libros, despertando la admiración de cuantos la conocieron y trataron. Su madre, a los ocho años, la envió a México con sus tíos María Ramírez y Juan de Mata, un matrimonio de elevada posición económica. Durante los ocho años que estuvo con sus tíos se dedicó a la lectura por la que sentía una gran pasión. Lo suyo eran los libros, algo que tuvo muy claro toda su vida. Cuando cumplió dieciséis años, Dña. Leonor Carreto, marquesa de Mancera y Virreina de Nueva España, la llamó a la corte para hacerla su dama. El jesuita Diego Calleja, biógrafo de la religiosa, cuenta una anécdota, sucedida en la corte, que muestra la fama de erudita que la joven adquirió. Según Calleja, el Virrey convocó a los más renombrados prohombres de la cultura para escuchar a Juana. Ante las diversas cuestiones, pertenecientes a disciplinas varias, que le plantearon, ella mostró tanta desenvoltura, elegancia, acierto y erudición que éstos no sabían qué responder, los dejó asombrados. Dejó escrito el biógrafo que el Virrey, ante lo increíble del hecho, se preguntaba: “a la manera que un galeón real se defendería de pocas chalupas, que la embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas, argumentos y réplicas, que tantos, cada uno en su clase, la propusieron. ¿Qué estudio, qué entendimiento, qué discurso y qué memoria sería menester para esto?”

No está nada claro el por qué Juana Inés deja la corte para internarse en un convento. En uno de sus escritos en prosa, “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, deja patente que no sentía vocación religiosa para ello. Lo explica así: “Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación”. Lo que dejó también patente es que su verdadera vocación eran los libros, el conocimiento. Para dedicarse a la lectura, el estudio y la escritura, nada mejor que entrar en un convento, y su paso por la corte se lo permitió, ya que tuvo quién le pagara la dote, sin la que era muy difícil ingresar en alguno en su época. Eligió la Orden de San Jerónimo tras un trimestre que estuvo en el convento de las Carmelitas Descalzas donde enfermó por la rigurosidad de su regla. Juana Inés alternó, no sin dificultad, sus obligaciones religiosas con la lectura y la escritura. Y también sufrió las contradicciones de la época en cuanto a que una mujer, y además monja, acumulase tantos conocimientos y escribiera tanto versos como autos sacramentales, además de teatro y prosa. Ella misma, en su correspondencia con el que fue su director espiritual, el padre Antonio Nuñez de Miranda, que se oponía a que siguiera escribiendo, le dice: “La materia, pues, de este enojo de Vuestra Reverencia (V.R.), muy amado padre y señor mío, no ha sido otra que la de estos negros versos de que el Cielo tan contra la voluntad de V.R. me dotó”. Ante la insistencia habida, incluida la intervención del Arzobispo, para que dejara de escribir, continuó su alegato: “Ahora quisiera yo que V.R., con su clarísimo juicio, se pusiera en mi lugar y, consultado, ¿Qué respondiera en este lance? ¿Respondería que no podía? Era mentira. ¿Qué no quería? Era inobediencia. ¿Qué no sabía? Ellos no pedían más que hasta donde supiese. ¿Qué estaba mal votado (decidido)? Era sobre descarado atrevimiento, villano y grosero desagradecimiento a quién me honraba con el concepto de pensar que sabía hacer una mujer ignorante lo que tan lúcidos ingenios solicitaban: luego no pude hacer otra cosa que obedecer”. La carta al padre Nuñez constituye una auténtica rebelión del empoderamiento de una mujer que quiere tener el derecho a seguir con su vocación de intelectual pese a las convenciones sociales de la época. Es por estas fechas cuando  llegan a Mexico los marqueses de La Laguna como Virreyes. La amistad que tuvo con ellos queda plasmada en los poemas que le dedicó, especialmente a la marquesa a la que llama en ellos “Lisi” y que algún malpensado ha sospechado una relación lésbica. Nada más errado. El Virreinado de los de La Laguna, 1680-1686, constituye la etapa más espléndida y prolífica de Sor Juana Inés de la Cruz.

Es en el Virreinato del conde de Galve, a quién la cultura le importaba un bledo, cuando pierde influencia en la corte la Musa Décima. Entre 1691 y 1693, se produce un cambio drástico en su actitud rebelde y le nace una súbita religiosidad que le lleva a renunciar a su actividad intelectual y a desprenderse de su biblioteca que contaba con más de cuatro mil volúmenes. Dos años después, en 1695, el 17 de abril, moría Sor Juana Inés de la Cruz, contagiada en una pandemia mortífera cuando atendía caritativamente a sus hermanas de convento.

De su obra literaria cobra especial importancia su poesía por ser la culminación del mejor barroco hispano. Su lírica se fundamenta en el dominio de la versificación, de la que es una superdotada, del conocimiento de la mitología, algo indispensable para los escritores barrocos del Siglo de Oro español y la utilización de la figura retórica del hipérbaton, tan presente en Góngora o Garcilaso de la Vega. Los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz pueden clasificarse en “poesía amorosa”, en la que trata temas amorosos, personificando al personaje amado en Fabio y al amante aborrecido en Silvio; poesía de circunstancias, en la que homenajea a sus protectores, bodas, bautizos, etc., poesía satírica-burlesca en la que, entre diversos temas, resalta la defensa de la mujer y el ataque a la supremacía masculina, lo que la convierte en una de las primeras feministas de la historia, y la poesía religiosa que, por lo demás, es exigua; y, por último, la poesía filosófica-moral, en la que destaca su largo poema “El Sueño” que, en palabras de Octavio Paz, “se trata de un caso único. Verdadera osadía la de convertir en poesía una materia tan abstracta y tan árida, alcanzando unos resultados literarios que solo los grandes poetas pueden lograr”.

La figura de Sor Juana Inés de la Cruz se hace más grande al conocer que fue un verdadero caso de superación por el conocimiento, rompiendo la jaula de las convenciones sociales del siglo XVII, que le aprisionaba por su condición de hija natural, mujer y monja.

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