No lo duden: la tempestad soy yo
¿Y qué si el cielo amenaza lluvia? Raphael se metió en el bolsillo al público que dejó La Malagueta a medio llenar siendo aquél, ni más ni menos
Con Raphael no caben las medias tintas: si se acude, se acude. Con todas las consecuencias. Y si quiere llover, que llueva. Después de las cinco noches que brindó en noviembre del año pasado en el Teatro Cervantes, nada ayer entre el público que dejó a medio llenar La Malagueta (¿era el precio de las entradas demasiado elevado?) se asomaba a la impresión de hartazgo. Al contrario, en estas cuestiones siempre se quiere más. El de Linares compareció en la Plaza de Toros bajo el cielo nuboso de la noche dentro de la gira Mi gran noche, una enésima ocasión para la recuperación de grandes éxitos con un formato mayor que el de su tour anterior, más músicos, más canciones (si cabía: fueron más de cuarenta), más entrega, más rabia y más (y mejor) puesta en escena.
Tras el prolegómeno de Si ha de ser así, Mi gran noche, como correspondía, abrió fuego a un espectáculo dispuesto a mantenerse en pie más de tres horas. Jóvenes, veteranos, incrédulos unos, piadosos otros, de gala algunos, de sport otros cuantos, todos sucumbieron al instante. Y Raphael respondió como correspondía: "Recuerdo bien la primera noche que actué en esta plaza. Estoy muy feliz por volver a Málaga, ya que sé que aquí se me quiere", dijo antes de entonar Digan lo que digan a un público dispuesto a venderse barato. Antes habían llegado Los amantes y Despertar al amor, todo endiabladamente bien tocado, envuelto en la más pura noción de show, con cada pulso al milímetro, cada cosa en su sitio, el tono perfecto, los finales redondos, las pausas casi inexistentes, una sensación de vértigo para una maquinaria engrasada en cada poro que respondía a la perfección a los movimientos. Un concierto de Raphael es, entre otras cosas, una cuestión de precisión, y ayer no lo fue menos. Lo cierto es que el público siempre percibe ese cuidado, el equilibrio entre lo que ve y lo que escucha, como un regalo; y ayer, una vez más, el milagro de que aquélla no era sólo una noche grande, sino única, volvió a acontecer.
Pero Raphael volvió a representar ayer el papel que mejor se le da: el del artista que da a sus seguidores aquello que han venido a buscar. Sonaron Nada, Hoy mejor que mañana y Ella y los argumentos parecían agotados: el mejor cantante, el mejor actor histriónico, el más íntimo, el león capaz de meterse la Malagueta en el bolsillo. Lloviera o no, la tempestad era él. Siguieron Provocación, La canción del trabajo, Yo sigo siendo aquél, sin darse un respiro, con la maquinaria a cien pero sin síntoma alguno de agotamiento. Independientemente del éxito, Raphael es sobre el escenario una res ética: no puede haber más trabajo que el bien hecho.
Y la excusa de los grandes éxitos, acaso la banda sonora de todos los que aplaudían tema tras tema, siguió adelante, hasta bien entrada la noche, con luminarias como Hablemos del amor, Estuve enamorado, Qué sabe nadie, Cuando tú no estás, Desde aquel día, Adoro, Nostalgia y Maravilloso corazón, y con ellas todas y cada una de las miles de historias que estas canciones han parido, acunado, acompañado, acontecido. Para cuando llegaron En carne viva, Escándalo y Como yo te amo, entre la derrota y el éxtasis, sólo cabía una pregunta en el aire: ¿Cuándo volverá Raphael a Málaga?
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