El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
20 de noviembre de 2010; Lugar: Teatro Albéniz; Cante: Arcángel; Guitarra: Miguel Ángel Cortés. Aforo: Lleno.
El pasado sábado, el duende me puso en pie. Y no el de Arcángel, sino el del Albéniz. Se vendieron todas las entradas, hasta el punto de tener que sacar las pocas sillas de oficina existentes para poder sentar a todo el público. ¿Qué pasó con la prensa? Pues que a la prensa escrita nos colocaron de pie, porque al parecer la organización no había previsto que, además de prensa gráfica, pudiera venir alguien -como una servidora y dos compañeros más- a ver el espectáculo completo para hacer una valoración crítica, y no habían reservado ningún asiento para tal menester. Así que, resignada e indignada a partes iguales, me dispuse a escuchar de pie el recital del cantaor onubense, mientras veía perpleja al público entrar cargado de palomitas y bebida. Es la primera vez que veo algo semejante en un teatro.
Arcángel empezó con enjundia, haciendo un recorrido por tonás que nos hizo pensar que apostaba por un recital clásico, como así fue, aunque con matices. Después de este espejismo, caímos de bruces en la realidad cantaora de Arcángel: profusión de melismas vacuos, planitud de registro, alargamientos inapropiados… Nos hizo una descafeinada soleá apolá, acordándose del cante del Charamusco, tan de moda últimamente.
Con la intención de hacerlo todo muy bonito -dudoso calificativo para el flamenco-, el carácter trágico del palo y de las letras se perdió en un mar melódico que convirtió el compás de la soleá en un cante ad libitum, con la absoluta complicidad -o quizá deberíamos decir subyugación- de la gran guitarra de Miguel Ángel Cortés, quien tuvo problemas durante todo el recital para recogerlo en los cierres de tercio porque el cantaor no los cuadraba.
Siguió por tangos en la misma tónica, alargando sin sentido y haciendo unos parones que desnaturalizaban el cante, y se me planteó la pregunta de siempre, ¿por qué algunos confunden innovación y personalidad con destrozar la estructura rítmica de un palo? Es absoluta decisión personal, pues continuó por fandangos y nos sobrecogió con el de Manuel Torre, bien hecho, imprimiendo emoción y recortando los tercios: no es que no sepa, es que no quiere. Dejó en solitario al sufrido Miguel Ángel Cortés, que nos deleitó con un solo maravilloso donde se mezclaban los acordes de Levante y granaínas.
Volvió por bulerías al golpe, sabrosas, bien de compás, pero solo mientras cantaba sin guitarra; cuando ésta entró, volvió a los alargamientos que le hacen respirar donde no debe y atravesar el final.
En la seguiriya eligió los estilos de Triana y de la Niña de los Peines, rematando por el cambio de Manuel Torre, donde otra vez nos dio una de cal y otra de arena. Experimentó en las cantiñas, acompañándose por un punteo de guitarra que recordaba al sonido de los despertadores digitales mientras él susurraba la letra. Afortunadamente, rompió en la cantiña de la Contrabandista y en las alegrías de Córdoba, buen final para el recital. El público, ganado de antemano, aplaudía en pie, y Arcángel, previsible, hizo una larga tanda de fandangos de Huelva, sin empuje, salvo en el fandango de Toronjo, para mí, lo mejor y más brillante de la noche.
Arcángel ha elegido este camino estético en el que prima ser diferente aun a costa de la propia estructura flamenca, pues nos deja entrever sus conocimientos, pero les da la espalda, entre otras cosas, porque así no le va nada mal. Sus deseos de originalidad son respetables, pero creo que s u idea de innovación está equivocada, pues solo le lleva a alcanzar una música monótona, ralentizada y carente de emoción, valores antitéticos del flamenco.
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