Como un elefante en una ferretería

En 'Pacific Rim' los tópicos japoneses son reciclados por un director mexicano bajo producción estadounidense.
Carlos Colón

13 de agosto 2013 - 05:00

Ciencia ficción, Estados Unidos, 2013. 131 min. Director: Guillermo del Toro. Guión: Travis Beacham, Guillermo del Toro. Música: Ramin Djawadi. Fotografía: Guillermo Navarro. Intérpretes: Charlie Hunnam, Diego Klattenhoff, Idris Elba, Rinko Kikuchi, Charlie Day, Burn Gorman, Max Martini, Robert Kazinsky, Clifton Collins Jr., Ron Perlman, Brad William Henke, Larry Joe Campbell, Mana Ashida, Santiago Segura, Joe Pingue. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Rosaleda, Plaza Mayor, La Verónica, Alfil, Miramar, Gran Marbella, Plaza del Mar, Rincón de la Victoria, El Ingenio.

Cuando saltó a Hollywood con Mimic hace ya 16 años Guillermo del Toro pareció fijar para siempre su destino cinematográfico: caras máquinas comerciales a las que a veces la suciedad y la oscuridad, y siempre la distancia cínica, la violencia y la crueldad, dan un cierto toque personal. Estas máquinas pueden tener más (sus dos incursiones españolas fantástico-guerracivilistas: El espinazo del Diablo y El laberinto del fauno) o menos (las dos entregas de Hellboy) ambiciones personales y autoriales, o incluso ninguna (Blade II), pero siempre conservan la marca sucia y oscura, o violenta y cruel, y siempre cínicamente distante, que se ha convertido en la marca de la casa. De autoría, en realidad, poco hay en el universo de Guillermo del Toro, fuera de las repeticiones de algunos temas y la recurrencia a algunos actores amiguetes. Es un hábil director de género que ha borrado o caricaturizado las huellas de su cultura originaria mejicana como tantos otros latinos lo hicieron para triunfar en Hollywood, como si fuera una Carmen Miranda posmoderna y ciberfantástica. Ahora, en plena marea de esa papilla global (que nada tiene que ver con el diálogo entre culturas y mucho con la fusión entre subculturas), lo tiene más fácil. Véase Pacific Rim como ejemplo de tópicos japoneses reciclados por un mejicano bajo producción estadounidense.

Con ella Del Toro se ha tirado de cabeza a la piscina de la cacharrería que mezcla las películas de monstruos japonesas (kaiju) y el gusto nipón por los robots colosales pilotados por humanos (mechas) con un toque del Verhoeven de Robocop y Starship Troopers. Una aventura ruidosa y sin alma, tan espectacular como un desguace de coches o un choque entre locomotoras, que refuerza la impresión de que una parte considerable del cine comercial ha entrado en una fase pos-humana.

La cosa va de la lucha entre monstruos gigantes que surgen de las profundidades y unos mechas o robots igualmente gigantescos controlados por dos pilotos. El poco imaginativo argumento es obra de Travis Beacham, acreditado tras la independiente Dog days of Summer por el remake de Furia de Titanes. El guión, tampoco muy imaginativo, es obra suya y de Guillermo del Toro. El recurso al piloto atormentado por el pasado está tan manido que hasta Aterriza como puedas lo desbarató hace ya muchos años. Ponerle de compañero a un novato (novata en este caso) y recurrir a científicos majaretas tampoco debe haber exigido una gran actividad cerebral. Citas, se dirá, homenajes pop y juegos transgenéricos. Vale.

En realidad poco argumento y poca originalidad hay. Si los kaiju están inspirados -digámoslo así- sobre todo en los enemigos de Godzilla (los King Gidorah, Rodan o Mothra: aquel cine que se homenajea en los mejores planos de la película, los del flash-back de la niña japonesa perseguida por el monstruo o el ataque final de la bestia) y los robots-mecha están también inspirados en los Mazinger Z o Transformer, lo único que aporta esta película son muchos millones de dólares que le permiten dotarse de unos efectos que serían asombrosos si no cansaran por su sobreexplotación. El dinero puede agigantar las tonterías, pero no engrandecerlas. Eso sí: dará a los suyos lo que pagan por ver.

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