Un espejo para el dolor de Rilke
Libros
Pedro Tabernero publica la primera edición de las 'Elegías de Duino' de Rilke, en las que trabajó el poeta durante su estancia en Ronda en 1912, "concebida íntegramente desde el mundo de la imagen", con ilustraciones de Pepe Yáñez
Málaga/Comenzó Rainer Maria Rilke (nacido en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, en 1875 y fallecido en la ciudad suiza de Valmont en 1926) la escritura de sus Elegías de Duino en el italiano castillo de Duino, cerca de Trieste, a finales de 1911. Buscaba el poeta la protección de su mentora, la princesa Marie von Thurn und Taxis-Hohenlohe, para superar una grave crisis personal que le había conducido a un callejón emocional sin salida. Era ya un poeta ampliamente reconocido en lengua alemana gracias a obras como El libro de horas y El libro de las imágenes, publicadas con éxito; pero, más aún, todo parecía remar a su favor para la consecución de una vida plena. Había estudiado literatura y filosofía en Múnich, había realizado varios viajes por Italia y Rusia (donde conoció a Tolstói y donde de hecho escribió El libro de horas), se había casado con Clara Westhoff y había tenido a su hija Ruth, con las que vivía en París, donde llegó a ser secretario de Auguste Rodin. Sin embargo, cierto ánimo pesaroso le llevaba a presagiar su propia muerte a cada paso. Su amiga y antigua amante Lou Andreas-Salomé, discípula de Sigmund Freud, le había recomendado una sesión de psicoanálisis, pero el poeta decidió refugiarse en su escritura. Comenzó así componer versos en los que conducía a su registro lírico a un verdadero abismo de sensaciones y en los que continuamente se retaba a sí mismo, como si de alguna forma entendiera que sólo la asunción pura de la mayor soledad podría serle útil en la superación del trance. Ya a comienzos de 1912, tras componer las dos primeras elegías de las diez previstas, además de algunos fragmentos anticipatorios de las siguientes, el órdago pareció dar resultado y Rilke decidió salir del cascarón y continuar su tarea en otra parte. La España vetusta y carpetovetónica se había consagrado ya como destino prioritario entre los viajeros románticos y allá que se dirigió Rilke, primero en Toledo y después en Ronda, donde permaneció varios meses. El autor cayó cautivo bajo los encantos de la ciudad del Tajo e hizo plaza fuerte en el Hotel Reina Victoria: en una de sus habitaciones avanzó en la composición de las Elegías y dejó una impronta todavía recordada en los jardines del hotel y en la misma habitación para consuelo de turistas y letraheridos. Rilke dedicó nada menos que otros diez años a la escritura de aquellos diez poemas hasta su finalización en Suiza en 1922 y la definitiva publicación en Leipzig al año siguiente. En las Elegías de Duino Rilke firmó no sólo una cumbre del Romanticismo, sino de la literatura universal; una obra a la que la cantidad de paisajes que transita y las muchas emociones desgarradas que describe ningún editor se había atrevido a añadir imágenes. Hasta ahora.
El editor sevillano Pedro Tabernero acaba de presentar la que él mismo presenta como "la primera edición de Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke concebida íntegramente desde el mundo de la imagen". Se trata de un volumen ilustrado por Pepe Yáñez cuya aportación gráfica, continúa el editor, "transporta la obra una dimensión visual hasta ahora inédita. Esta edición, incluida en la colección Poetas y Ciudades, presenta la versión íntegra de 1922 con unas cien ilustraciones "que conjugan entre ellas distintas categorías pictóricas muy cercanas a espíritu rilkiano". El libro contiene la traducción de Christoph Ehlers y dos textos introductorios a cargo de otros tantos autores cercanos a la estética y el rigor literario de Rilke: Luis Antonio de Villena y Antonio Lucas. Tan hondo ha sido el impacto que ha causado ya esta publicación que el Hotel Reina Victoria de Ronda custodia ya un ejemplar en la misma habitación en la que se hospedó Rilke a modo de encanto añadido y de introducción definitiva al universo del poeta. Respecto a la traducción icónica de los versos ardientes a la imagen, las ilustraciones de Pepe Yáñez, altamente evocadoras y sugerentes, hablan por sí solas.
Escribe al respecto Luis Antonio de Villena: "Hombre ultrasensible, inquieto, lleno de aventuras amorosas que también fueron intelectuales, Rainer viajó por Europa buscando las raíces del espíritu profundo, que no se corresponde con ninguna religión concreta. En 1899 está en Rusia, donde conocerá y admirará a Tolstoi; en 1912 llega a España y después de Toledo va a Ronda, donde vivió varios meses y casi compuso una de las luego famosas Elegías de Duino (la VI si no recuerdo mal). Junto al tajo rondeño, en los jardines del Hotel Reina Victoria, donde se hospedó, hay ahora una estatua del muy europeo Rilke." Y continúa: "Desvalido y buscador, continuo peregrino por Europa, Rilke tuvo la suerte -la palabra es obvia- de encontrar siempre valedores o valedoras de cuño aristocrático ilustrado, que siempre se cuidaron de él. La princesa Marie von Thurn und Taxis (dueña del castillo de Duino, no lejos de Trieste) fue una de las principales. Durante sus estancias en ese lugar -muy separadas una de otra- Rilke vio el magno, brillante y apasionado grito hímnico y turbador de esas Elegías que, naturalmente, están dedicadas a la princesa. Para quienes siempre quieren en el poeta una vena social o comprometida, Rilke está en sus antípodas, porque parece el poeta de la torre de marfil. Y sin embargo, el gran buscador del espíritu vivo, buscaba lo más profundo y excelso de la condición humana".
Por su parte, Antonio Lucas apunta: "Pocas veces un conjunto de poemas puede ser la expresión de la vida total. Aquí sucede. En las Elegías de Duino, esa lucha del hombre contra sus demonios que es un canto de integridad y una forma de regresar a la pureza después del desplazamiento por las habitaciones del daño. Aunque no es exactamente un regreso a la pureza, sino una vuelta a los espacios aún tiernos y acogedores, y asombrosos, y armónicos, y musicales, del niño en formación. A la pureza del ser antes del ser. A su fatídico proyecto de desencantos". Para el poeta madrileño, "nada de lo bello o lo terrible puede quedar inadvertido. Esa es otra de las herencias que deja Rilke. El afán de transformar el todo en Todo es su deseo y su condena. Nadie ha llegado aún más alto en la deriva o en la construcción de un mundo sensitivo donde la cosa adquiere condición de monumento. Estas Elegías de Duino son, además, la bengala, el testimonio que nos advierte de lo que perdemos, de lo que vamos olvidando. La poesía de Rilke es una de las más esquivas al paso del tiempo. Tiene el haz atávico de la palabra fundadora y el envés intemporal y auténtico de lo que aún está por nombrar. De ahí su rebeldía. De ahí su revelación. De ahí, desesperadamente, su amenaza".
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