La estrella mundial, el chico de al lado
Pablo Alborán actúa hoy y mañana en el Auditorio Municipal
Casi parece mentira que Pablo Alborán actuara en el Teatro Echegaray hace sólo cinco años: allí compareció, también un día de junio, arropado por sus madrinas Estrella Morente y Diana Navarro, un joven cantautor inclinado al registro melódico que se las daba de aspirante prometedor. Ninguno de quienes estaban allí, ni él mismo, podían imaginarse el extremo hasta el que iba a estallar el fenómeno: un lustro después, Pablo Alborán cuenta los discos de platino por docenas, tiene a sus pies públicos de lo más variopinto en España, Europa, Latinoamérica y Estados Unidos y es el artista español más rentable, en términos de industria, en la historia de la fonografía universal. Málaga tuvo en aquel concierto incipiente del Teatro Echegaray (y en algunas ocasiones más, no demasiadas: el fenómeno se fraguó a toda velocidad y pronto la ilusión de tenerlo entre nosotros se esfumó para siempre) la oportunidad de ver a un Alborán en camino, aún por hacer, antes de rendir auditorios y estadios en remotas latitudes. Y es éste un privilegio que corresponde, por derecho, al territorio en el que vino al mundo, por más que Pablo Alborán sea un fenómeno universal y su voz pertenezca ya a todo el mundo, como un patrimonio de la era pop. El artista llega hoy y mañana al Auditorio Municipal, dentro de la gira de presentación de su último álbum, Terral, con las entradas agotadas desde poco después de que se pusieran a la venta (a la propuesta inicial de un concierto la promotora no tardó en añadir otro, dada la velocidad a la que se acabó el papel); y el regreso del hijo pródigo (siempre podrá Málaga, al fin y al cabo, reivindicar a Alborán como algo propio) permitirá al público valorar los pasos hacia la madurez de quien ahora es una estrella indiscutible, la más brillante en su galaxia, recién cumplidos los 26 años. Las colas armadas en el entorno del Auditorio empezaron a formarse hace diez días, pero ni siquiera este dato sirve para calibrar la magnitud del fenómeno, que, por cierto, regresará el 1 de agosto, esta vez a Torremolinos: no ha escatimado el figura en cables lanzados a su tierra.
Terral, lanzado el noviembre pasado, es el tercer disco de estudio de Pablo Alborán (quien también publicó una edición en directo y en acústico de su segundo trabajo, Tanto), y si su título es una evidente declaración de raíz, su contenido encierra mensajes aún más claros respecto a los senderos por los que el compositor quiere encaminar sus pasos. Alborán se reivindica como un artista maduro y pleno, que canta, compone, arregla y produce su propia música con el máximo empeño puesto en dotar a su propuesta de un halo de honestidad. El tercer single del disco, Recuérdame, puesto en circulación hace sólo unos días, es una demostración evidente de que Alborán quiere ganar el favor del público, en primer lugar, por sus canciones; y aunque la grabación del videoclip de Pasos de Cero en los Baños del Carmen encerrara un clamoroso guiño a la ciudad que lo catapultó, donde posiblemente está demostrando más madurez Alborán es en el equilibrio que mantiene en cuanto a proyección entre el cantautor pegado a la tierra y la estrella del pop de consumo masivo. Lo más interesante de todo esto será comprobar en qué dirección crece el fenómeno en los próximos años, cuando ni él ni su público sean los mismos. Sin renunciar al éxito comercial, está tejiendo Alborán mimbres suficientemente flexibles para cambiar de registro cuando el tiempo lo exija sin necesidad de hacer grandes sacrificios. No está nada mal para un joven de su edad al que el éxito apenas le ha permitido tener tiempo para respirar (sus silencios y sus retiros, por cierto, aunque breves, han sido tanto o más elocuentes en este sentido).
Este equilibrio se percibe también en la gira de Terral, entre las concesiones al gran show y los momentos de inflexión más cercanos al recogimiento que tanto gustan al artista. A disfrutar.
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