El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
Exposición
Málaga/La noción del color como proceso en construcción, sostenido en la naturaleza refractaria de la luz, no es precisamente nueva. Sin embargo, en la historia del arte ha prevalecido el argumento de la fidelidad a la decisión del artista a la hora de argumentar cómo se debe contemplar una obra, especialmente en lo que a la pintura se refiere, por más que los condicionantes físicos que harán de cada percepción del mismo color una experiencia distinta están ahí y harán su trabajo, queramos o no. Frente a esta tradición monolítica, anclada en el statu quo de la definición del color, la artista Fátima Conesa (Algeciras, 1977) defiende la condición de la mirada como actividad creadora; más aún, defiende el ejercicio de la “contemplación rebelde”, que no se ajusta a las premisas ajustadas por el artista sino que se atreve a completar la obra desde la evidencia de que el color, materia prima de la misma contemplación, es siempre una realidad por hacer. Así lo ha hecho Conesa en virtud de su compromiso con la pintura como germen poético de la realidad misma, en exposiciones y proyectos celebrados y reconocidos dentro y fuera de España en los últimos años. Y así lo hace en su nueva exposición, en la galería Eldevenir de Torrox, donde podrá verse hasta el 31 de diciembre bajo el elocuente título El color errante, con un lema añadido no menos cargado de intenciones: El camino a la contemplación rebelde.
La propuesta de Conesa indaga así en el color como manifestación ajena a cualquier estructuración y sistematización como legitimidad de la labor creadora de quien observa. Corresponde al artista guiar la mirada, encauzar la construcción, ofrecer argumentos y recursos, pero la creación definitiva corresponde a la mirada misma. Lo hace desde una abstracción esencial, orgánica y evocadora que revela con no menos transparencia la huella de sus maestros, principalmente románticos (Constable, Friedrich y Turner), impresionistas (Monet) y también contemporáneos, como el inagotable Gerhard Richter, cuya influencia es especialmente notoria, precisamente, en la originalidad radical de la obra de Fátima Conesa. “El trabajo de Fátima Conesa no sólo supone una reflexión sobre la relación entre el ser humano y el mundo, sino también acerca de nuestra experiencia a la hora de contemplar la pintura y, tal vez, la vida”, apunta María Rosa Jurado, responsable de Eldevenir y comisaria de la exposición, quien añade igualmente en un tono zambraniano: “En su obra hay más de lo que aparenta, logra transformar la materia ordinaria en algo sublime, es una reflexión acerca de lo divino y lo terrenal, del alma, de la vida y de la muerte”.
La historiadora del arte Miriam Callejo subraya respecto a la conexión de la pintura de Fátima Conesa con los artistas románticos que éstos “dejan de fijarse en el hombre y se recrean en aspectos abstractos más allá de una montaña o un bosque: las nubes, el hielo, el viento, la lluvia o el humo de las máquinas tienen un papel fundamental. Son artistas que incorporan en sus obras lo que no se ve, no solo del mundo real, sino también intrincados mundos interiores y espirituales, que solamente se encuentran en la mente de cada uno”. Ahora, dos siglos y medio después, la artista algecireña retoma esa representación de la atmósfera y el aire “a través de un complejo trabajo de capas, colores, retiradas de material y añadidos posteriores. Es un proceso más lento y elaborado que en anteriores obras, aunque mantiene la constante de afrontar el lienzo por instinto, sin usar bocetos o dibujos preparatorios. El uso de un trazo muy gestual, que remite al arte primitivo, le otorga un gran dinamismo, incluso en las piezas de menor formato. La importancia del gesto es tal que llega a emplear los dedos y las manos, lo que le proporciona, tanto a ella como a quien observa, una mayor conexión con la obra. Además, la paulatina incorporación del color a su obra -caracterizada hasta ahora por un uso casi exclusivo de grises y negros- culmina en esta serie de piezas, en su mayoría de gran tamaño. Introduce al espectador en las pinturas para desentrañar desde dentro esa duda interna si, en el fondo, era cierto que creyó divisar entre los trazos un paraje que ahora desea descubrir”. La contemplación menos conformista tiene por tanto en Fátima Conesa, como lo tuvo en los románticos, en los impresionistas y en Gerhard Richter, un aliado fundamental para su causa.
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