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La fortuna de tener tan cerca algo único

Muchos malagueños, junto a turistas nacionales y extranjeros, quisieron ser los primeros en visitar el Cubo

La fortuna de tener tan cerca algo único
C. F. Málaga

29 de marzo 2015 - 05:00

Las puertas las abrían a las 16:00 para el público general, pero unos 45 minutos antes empezó a formarse la cola con aquellos que quisieron ser los primeros en pisar el Cubo y conocer los secretos albergados en su interior. Y la fila estaba poblada por gente de todas las edades, grupos de jóvenes, padres con sus hijos, niños pequeños, incluso bebés de pocos días, junto a personas mayores. Malagueños compartían un sol extrañamente abrasador con turistas nacionales y extranjeros, con visitantes que habían llegado a Málaga con el propósito de acudir al Centro Pompidou y otros que se lo habían encontrado por casualidad y decidieron que el alto en el camino merecería la pena.

El Muelle Uno era, a esas horas, una fiesta, una celebración de la curiosidad, del orgullo patrio de tener, de las ganas de participar en algo que se intuía grande antes de entrar. Las puertas se abrieron puntuales y dieron paso a un buen número de público. Antonio Sánchez y su madre, María Luisa, entre ellos. "Me parece que este centro pone otro punto más a Málaga como ciudad cultural", consideraba este mijeño licenciado en Historia del Arte. Unas cuantas personas más atrás, Germán aguardaba con su familia. Sus hijos Ayelen, de 8 años, y Gael de 10, junto a su amigo Jorge, son asiduos a los espacios culturales de la ciudad y no se quisieron perder la inauguración del Pompidou. "Son cosas únicas y tenerlo tan cerca es una fortuna, por fin tenemos algo de verdadera categoría", comentó Germán, que espera que "a la larga traiga para la ciudad los beneficios prometidos porque la inversión es enorme y confiamos en que tenga rentabilidad", apuntó.

La entrada al centro se llevaba con cierta fluidez, aunque luego dentro habían que hacer nuevamente otra parada y, por tanto, otra espera. Había que pasar por el escáner bolsos y pertenencias y la seguridad retiraba los envases con líquidos. "En todo el edificio pueden entrar unas 1.000 personas, pero por comodidad y seguridad, dependiendo de la sala, en algunas no se aconseja que estén más de cien", explicaban desde la organización. Pero no importaban mucho los parones obligados a María, licenciada en Bellas Artes, y su grupo de amigos. "Lugares como éste no sólo atraen a turistas y dan caché, sino que también despiertan el interés por el arte, que en tiempos de crisis es lo más recortado porque no se considera esencial", decía María a punto de acceder al espacio.

Dentro, una hora después. el Centro Pompidou ya había sido tomado. La gente paseaba, comentaba, leía las cartelas, los niños manipulaban las piezas de Navarro, los mediadores explicaban y, sobre todo, el público miraba. A las obras y a los techos, a los suelos, a los patios por los que se asomaban los colores del Cubo. Con la atención primeriza, con el esfuerzo de querer entender lo que para algunos no tenía explicación, con la expectación de conocer por fin de lo que se lleva hablando tanto tiempo, los ojos no daban descanso al cerebro.

Se escuchaban comentarios por lo bajo de que unas obras así no triunfarán en un sitio como éste, pero también se veían rostros complacidos del amplio espacio para la creación contemporánea y moderna, inesperado, sorprendente, impactante en ciertos casos, que se abre en los bajos del Muelle Uno. Cuestión de gustos, de ópticas, unos saldrían más contentos que otros de la visita, pero satisfechos, seguro, de tener en la ciudad un encuentro creativo poco antes conocido.

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