Un hombre pobre y desnudo

Con motivo del centenario del nacimiento de Albert Camus, Alianza Editorial ha reeditado 'El extranjero', en la excelente traducción de José Ángel Valente y con ilustraciones de José Muñoz

José Abad

07 de noviembre 2013 - 05:00

Según Herbert R. Lottman, autor de la biografía canónica de Albert Camus, éste estuvo trabajando en la redacción de El extranjero entre el verano de 1939 y el de 1940 y, en efecto, el sol implacable, la luz hiriente, el calor del estío argelino impregnan las páginas del libro: "el verano, con mucha rapidez, reemplazó al verano", confiesa Meursault, narrador y protagonista de la ficción.

Sabemos, no obstante que antes de ponerse manos a la obra llevaba años dándole vueltas a la historia; en un apunte de su diario, en torno a diciembre de 1938, Camus escribió el que sería el tremendo incipit de su primera novela: "Hoy mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé", y la historia del individuo asesinado por su madre y su hermana, que Meursault lee en la cárcel, lo encontró en un artículo de prensa de enero de 1935 referente a unos hechos sucedidos en Yugoslavia: un hombre regresó a su aldea natal después de veinticinco años lejos de los suyos; volvía casado, con un hijo y una pequeña fortuna, y entró en el hotel regentado por su familia; no desveló su identidad y los suyos no lo reconocieron: "Por broma, tomó una habitación. Había dejado ver su dinero -explica Meursault-. Durante la noche, su madre y su hermana lo asesinaron a martillazos para robarle y arrojaron su cuerpo al río. Por la mañana vino la mujer y reveló sin darse cuenta la identidad del viajero. La madre se ahorcó. La hermana se arrojó a un pozo". Hay azares, ciertamente, de una crueldad intolerable.

Albert Camus entregó el manuscrito a la editorial Gallimard en 1941 y el libro se publicó en junio del año siguiente. En principio, El extranjero despertó más estupor que entusiasmo a causa de la actitud del protagonista, un individuo de una indiferencia pasmosa, desarmante.

La noticia de la muerte de su madre con que arranca la narración no parece afectarle lo más mínimo a Meursault; el velatorio y el funeral posterior son para él un simple trámite convertido en un expediente enojoso por culpa del calor reinante. Marie, una antigua compañera de trabajo que encuentra en la playa al día siguiente del entierro y con quien se va a la cama por pura inercia, le propone casarse con ella y él accede sin entusiasmo: si eso la hace feliz... Algunos días después su jefe le ofrece un ascenso y la posibilidad de trasladarse a París y cambiar de vida y él acepta, aunque en el fondo le dé igual, y así se lo dice. Del mismo modo entabla amistad con Raymond, un vecino suyo, proxeneta, al que suele írsele la mano con las mujeres; recientemente, Raymond ha pegado a una mujer de origen árabe, y el hermano de ella le sigue los pasos en busca de una ocasión para el desquite. Durante un día de playa, el joven árabe agrede a Raymond y Meursault, molesto más que nada por el calor abrasador del mediodía, dispara al joven y, tras un breve titubeo, para rematar la faena, le descerraja cuatro disparos más: "Fueron cuatro golpes breves con los que llamaba a la puerta de la desgracia". Durante el juicio asistirá a su condena a muerte como si no fuera con él la cosa.

La extranjería de Meursault, ese extrañamiento ante el mundo, es el aspecto más controvertido del relato. La explicación ni es fácil ni unívoca. El extranjero está plagada de aristas y ha alumbrado numerosas exégesis, unas complementarias, otras contradictorias. Atendiendo a la coyuntura histórica -en vísperas de una nueva guerra mundial-, el aturdimiento de Meursault pudo entenderse como denuncia de una ciudadanía que se sumaba a la corriente, o se dejaba arrastrar, sin plantearse ningún dilema moral. Pero hay quien ha visto en Meursault, en cambio, a un hombre que se sitúa valientemente al margen del sistema, en contra de las convenciones y la hipocresía general. Esa indiferencia suya debería entenderse como una posición estética en un tiempo éticamente inestable: Meursault, que carece de respuestas a los problemas existenciales del individuo, se convierte en respuesta él mismo. Albert Camus salió en defensa del personaje en alguna ocasión: "Meursault no es para mí un desecho, sino un hombre pobre y desnudo, enamorado del sol que no deja sombra", escribió. A mi me gustaría invitar al lector a sacar sus propias conclusiones a través de la lectura.

El extranjero es una novela extraordinaria y ahora tiene a su disposición una muy tentadora edición de Alianza, con traducción de José Ángel Valente y unos dibujos del argentino José Muñoz que ilustran excelentemente la desolación, el desgarro, el desarraigo en que vive inmerso ese pobre hombre, ese hombre desnudo que dijera Albert Camus.

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