La hora presente del verdial
La declaración de BIC se constituye en garantía de futuro para el folclore más antiguo de Europa, de cuya buena salud dan cuenta pandas y escuelas · Pero su supervivencia depende de elementos menos previsibles
Tras la celebrada declaración del flamenco como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el reciente ingreso de los verdiales en la privilegiada lista de los BIC (Bienes de Interés Cultural) por parte de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ha sido celebrado por no pocos aficionados y miembros de la familia del verdial en la provincia de Málaga. En buena medida, este reconocimiento se ha traducido entre los habituales del medio como una garantía, como un pasaporte de inmunidad con respecto al futuro. No es para menos: el verdial goza hoy de protección institucional y de un interés social como seguramente nunca ha disfrutado en su historia, pero quienes lo practican y conocen recuerdan bien los años, peligrosamente cercanos, en que el considerado por no pocos antropólogos como la manifestación folklórica más antigua de Europa estuvo a punto de desaparecer. El paisaje ha cambiado, la deseada reacción tuvo lugar y la declaración de BIC ha venido a confirmar el éxito del camino emprendido, pero la supervivencia futura depende, no obstante, de elementos difícilmente previsibles, cuantificables y por tanto poco dados a criterios políticos.
El presidente de la Federación de Pandas de Verdiales, José Gómez, recordaba el pasado jueves que el número de estas agrupaciones supera hoy la treintena frente a las diez que lucharon contra viento y marea en los 90, y que actualmente funcionan en la provincia 34 escuelas consagradas al género. Todo este ecosistema conserva el legado de un fenómeno cultural milenario, que clava sus orígenes en las fiestas saturnales romanas (en las que era costumbre que el alcalde de cada municipio, especialmente en los entornos agrícolas, cediera por un día el bastón de mando al tonto del pueblo para que gobernara a su antojo) y que se nutre del culto a Ceres a través de símbolos como los lazos de colores y los pequeños espejos que los más veteranos festeros llevan en sus sombreros. El verdial está emparentado con folclores muy variopintos de diversas áreas del Mediterráneo, del Magreb a Turquía pasando por Italia (algunos cantos napolitanos presentan ornamentos y coloridos muy parecidos), con los que coincide en sus raíces latinas y mitológicas. Estudios de antropólogos como Antonio Mandly, Miguel Ángel Berlanga y muy especialmente Miguel Romero Esteo (quien sitúa el génesis del verdial en la civilización minoica de Creta en el año 2.800 a. C.) han escrito largo y tendido sobre una manifestación que va mucho más allá del fandango abandolao adoptado con mucha posteridad a su propio origen como expresión musical. El verdial es, en esencia, un acontecimiento patrimonial que mantiene vivo el antiquísimo pathos mediterráneo. El hallazgo en las ruinas de Pompeya del famoso mosaico en el que aparecen representados unos músicos con instrumentos (los crótalos y el pandero) empleados tradicionalmente en los verdiales vino a dar la razón a quienes apuntaban su asombrosa condición de verdadero testigo histórico, de resumen presente de toda la cultura antigua. La declaración de BIC hace justicia, por lo tanto, pero cabe preguntarse qué hacer ahora.
Para el verdial se produce en este siglo XXI una paradoja. Si la proliferación de escuelas y la integración en las pandas de aficionados de todas las condiciones ha significado una entrada de aire fresco a una expresión cultural que parecía condenada a la extinción, de alguna forma esta misma solución está articulando su pérdida de identidad, lo que, mediante una erosión lenta pero irremediable, podría terminar propiciando, aunque sea a largo plazo, su desaparición. El verdial está genéticamente vinculado al medio rural, al campo, a las comunidades regidas por los calendarios y los ciclos de las cosechas, a las pieles curtidas al sol, al penoso crecimiento de los frutos en la tierra, tan necesitado de intervención divina. Un estilo de vida, en suma, que el despoblamiento de las zona de interior y de los pueblos, así como los nuevos medios de producción agrícola, están convirtiendo en historia. Entre no pocos de los fiesteros más afamados (el alcalde de la panda Aires del Torcal, Alonso Martín Ruiz, publicó hace poco menos de un año en este periódico un artículo muy esclarecedor al respecto) cunde el desánimo cuando comprueban que la formación en escuelas, tan necesaria, está homogeneizando los estilos y depurando los aspectos tonales y rítmicos, a menudo ínfimos, que antaño contenían la rica diversidad del verdial. Dicho de otro modo: el verdial es la música y la liturgia de un mundo ya acabado que sobrevive en el presente. ¿Cómo mantenerlo vivo fuera de su hábitat? Un BIC no es suficiente.
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