El imperio de los insomnes
Noche en blanco
El clima jugó al fin a favor de la iniciativa urbana y la respuesta ciudadana al programa de actividades fue masiva · El Museo Picasso registró las mayores colas y las dudas razonables se quedaron en la calle Larios
La de ayer fue una Noche en blanco de categoría por varios motivos. Primero estaba el asunto cultural, qué duda cabe. Pero también fue blanca la noche por el Real Madrid: a eso de las 20:30, la cantidad de personas que se agolpaban a las puertas del Málaga Palacio con la esperanza de que algún Cristiano Ronaldo asomara la cresta superaba, con mucho, la afluencia de cualquier actividad contenida en la programación municipal de la susodicha Noche en blanco que ya a esa misma hora se estuviese celebrando en cualquier otro punto de la ciudad. Y por si todavía no quedaba suficientemente blanca la cosa, una novia se paseaba con su larguísimo velo muy cerquita, en los jardines de La Coracha, agarrada al brazo de su recién adquirido esposo y adoptando la postura más apasionada posible para la foto. Hubo blanco en ciertas paredes encaladas del centro histórico, en los capuccinos de Lepanto, en algunos calcetines de gusto dudoso. Pero pronto el mapa magnético adoptó la postura idónea y afloraron los verdaderos insomnes, los que habían ocupado las calles para participar en la oferta cultural reservada a esta velada. Por primera vez en su corta historia, la Noche en blanco malagueña contó con el beneplácito del buen tiempo y la respuesta fue masiva durante la mayor parte del horario reservado a la iniciativa, desde las 20:00 a las 3:00 de esta mañana. Las colas se repitieron en las puertas de los museos y galerías, pero también en los espacios reservados a las proyecciones audiovisuales y los conciertos. Si de la reacción popular registrada anoche dependían ciertamente algunos puntos para conseguir la Capitalidad Cultural de Europa en 2016, éstos pueden darse por anotados. Eso sí, con todo esta respuesta no registró la misma intensidad en todos sus flancos: se detectaron algunos puntos débiles que deberían ser convenientemente revisados para futuras convocatorias.
A eso de las 21:00, las mayores colas se producían a las puertas del Museo Picasso y recorrían buena parte de la calle San Agustín. Con la reordenación de la colección permanente como principal reclamo, la pinacoteca del Palacio de Buenavista se llenó de propios y extraños, habituales y novatos, que una vez dentro dudaban entre dejarse conquistar por las obras del más universal malagueño, visita guiada mediante, o tomarse algo al fresquito en el privilegiado jardín colmado de hiedra. En el resto de museos, a esa misma hora, la afluencia era notablemente poderosa: el CAC Málaga estrenaba con éxito su particular revisión de la colección permanente bajo el lema Apocalipsis, con la presencia de algunos artistas recogidos en la misma como Juan del Junco y Medina Galeote, aunque la mayoría de los visitantes hacían cola para meterse en el Pillar de Anish Kapoor (en serio) o quedarse embelesados ante la brutal exposición de Jonathan Meese. En el Museo del Patrimonio Municipal se vislumbraban las primeras colas para los Camuflajes de Maite Méndez y Pedro Pizarro, mientras que en la Fundación Picasso Casa Natal Dalí se convirtió en el reclamo perfecto con sus revistas. El Palacio del Obispo inauguró una nueva exposición con fondos del Museo de Málaga, El arte de la madera. Del lazo a la figuración, y no tardaron en llenarse las salas. Igual tónica se dio en galerías como Henarte (que se benefició con ingenio y una interesante propuesta del ambiente generado en torno al CAC), Viñas, Gravura, Cartel Fine Art, Isabel Hurley, Javier Marín (la Virgen del Arte de Irene Andessner causó furor) y Gacma, que logró trasladar a su público desde el centro hasta el Polígono Santa Bárbara (había autobuses disponibles, y más colas para subir a los mismos) para hacerle disfrutar con las irreverentes obras de Riiko Sakkinen. También hubo apretones para ver Desde las ventanas en el Espacio Emergente de Unicaja de la calle Doctor Pérez Bryan y los Project Rooms del Hotel Larios.
Más allá del valor artístico de las propuestas, en realidad la Noche en blanco fue, de nuevo, un éxito de marketing. No había rincón emblemático del centro sin un voluntario repartiendo a mansalva programas de mano con todas las ofertas culturales. Y lo habitual era encontrarse a no pocas familias siguiendo el pasquín arrajatabla, aquí podemos ver esto, allí lo otro. Sólo así se explica que para ver las videocreaciones de una artista de sesgo minoritario como Cristina Martín Lara en la Sociedad Económica de Amigos del País hubiera hasta empujones; o que para ver los cuadros de José Basto en la galería Benedito, en la calle Niño de Guevara, la cola llegara hasta más allá del Clandestino. Hubo muy buen ambiente en los conciertos, especialmente los que se celebraron al aire libre: los Taxi reunieron a una cohorte de fans en el Eduardo Ocón, aunque un servidor prefirió desplazarse hasta la Plaza de las Flores para ver a las Flaming Dolls, que defendieron lo suyo con mucha honra. Llega tarde esta edición para dar cuenta del tardío concierto de Lori Meyers en los Jardines de Pedro Luis Alonso, aunque aquí el periodista tuvo la suerte de toparse con los granadinos después de las pruebas de sonido, cuando buscaban un sitio para tapear. No andaban muy convencidos, especialmente del resultado obtenido para las guitarras. Por lo general, lástima, todavía en Málaga hay que mejorar bastante la calidad del sonido en las actuaciones de este tipo, especialmente cuando el viento juega en contra (las mismas Flaming Dolls también lo acusaron). Bastante antes había reunido Javier Colis a los suyos en el Echegaray, de modo más íntimo y distendido.
El gran pero de esta Noche en blanco se llama calle Larios. La instalación El río que nos lleva de Luzinterruptus funcionó más como obstáculo en la primera vía de la ciudad que como atractivo artístico. Y resultaba cuanto menos chocante comprobar cómo, mientras la Plaza de la Constitución se llenaba con el concierto de piano de Juan Pablo Gamarro, en la calle Alcazabilla no cabía un alfiler para ver las proyecciones de cortos en la pantalla gigante y en los cinco espacios tomados por otras tantas formaciones de la Orquesta Filarmónica de Málaga (el Museo del Patrimonio Municipal, el Palacio del Obispo, el CAC, el Museo de la Semana Santa y el Archivo Histórico Municipal) apenas quedaban plazas libres, la arteria más emblemática del centro se quedaba como mera estación de tránsito. Quizá fue un problema de enfoque (se supone que se trataba de una instalación interactiva, que reproducía peces en un río que podían cogerse sin problema, aunque a la vez había una valla disuasoria y explícita), pero habría resultado mucho más apropiado trasladar las performances de Méndez Núñez o el Rectorado, atestadas, a la calle Larios. El primer escaparate se quedó cojo, pero la Noche en blanco fue de todos. Y da gusto contarlo.
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