“La idea de la cultura como lujo elitista y superfluo está lejos de la realidad ”
Irene Vallejo | Escritora
La autora de ‘El infinito en un junco’ pasó esta semana por el Centro Cultural La Malagueta y firmó ejemplares en la librería Proteo
Antes, atendió a ‘Málaga Hoy’ para esta entrevista
Málaga/En una terraza al lado del mar, pregunta Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) por el proyecto de la torre del Puerto. La escritora firmó contra su construcción en la campaña organizada por la plataforma Defendamos Nuestro Horizonte y esgrime, de hecho, un compromiso claro contra iniciativas urbanísticas de impacto indeseable en diversos puntos de España. Tras el fenómeno editorial que ha constituido El infinito en un junco, un ensayo sobre la relevancia del libro en el mundo antiguo publicado en septiembre de 2019 que obtuvo el año pasado el Premio Nacional y continúa situado invariablemente en los primeros puestos de las listas de ventas, Vallejo trabaja en su proyección internacional: su libro ha sido ya traducido al holandés, el finlandés y el portugués además del catalán y el gallego. Este otoño verán la luz las ediciones respectivas en italiano, francés, sueco, noruego, polaco, chino, coreano y japonés; y en 2022 dará el salto al mercado anglosajón y al alemán: de hecho, la presentación de la traducción alemana será el plato fuerte de la presencia de España como país invitado en la Feria del Libro de Frankfurt el año que viene. El pasado lunes, la autora, doctora en Filología Clásica, ofreció una conferencia en el Centro Cultural La Malagueta en diálogo con Luis Alegre, y al martes siguiente firmó ejemplares de El infinito en un junco frente a la puerta de la sede incendiada de la librería Proteo. Antes, atendió a Málaga Hoy para esta entrevista.
-¿No le da cierto vértigo pensar que El infinito en un junco se publicó hace ya casi dos años?
-Sí. Ni la editorial ni yo misma podíamos imaginar ni remotamente que iba a suceder con este libro algo de estas dimensiones. Todo empezó poco a poco, con algunas presentaciones y el objetivo de vender la primera edición. Me obsesionaba particularmente que la editorial pudiera perder dinero.
-Pues han sido bastantes más de cuatro sus lectores.
-Sí, pero nadie podía vaticinar lo contrario. Esto no dejaba de ser una cosa para poca gente.
-Precisamente, ¿considera que el éxito de El infinito en un junco permite desterrar al fin ciertos prejuicios sobre el nivel cultural medio de la sociedad española?
-Me gusta pensar que El infinito en un junco puede abrir caminos a libros que de otra manera lo tendrían más difícil para acceder al mercado editorial. Ensayos como Librerías de Jorge Carrión y La España vacía de Sergio del Molino ya abrieron esos caminos y creo que El infinito en un junco puede contribuir en la misma línea. Mientras lo escribía hablé con editores y libreros y casi todos me decían que no había un público para un libro así en España. Sin embargo, decidí continuar y terminarlo con el convencimiento de que lo mejor que podría pasar es que tuviera pocos lectores. Después, todo ha sido una sorpresa. El libro ha abierto también vías a otro tipo de ensayo, más de tipo cultural, dirigido a un público no especializado. Hasta ahora, los libros de este tipo se traducían pero la cantera que pudiera haber aquí no estaba clara. Lo poco que se escribía en este sentido no encontraba mucha promoción. Ahora sí parece que empieza a hacer cierta demanda de ensayos despojados de cierto lastre académico, y eso me alegra mucho. Cuidado, los ensayos académicos son muy necesarios e imprescindibles, pero es importante que convivan los dos modelos. Resulta más que oportuno que el público general se pregunte qué sentido tiene la literatura, el arte, la ciencia, la investigación. Y este tipo de ensayos, que en el mundo anglosajón goza de gran éxito desde hace décadas, ofrece un puente muy eficaz. Quizá faltaba un poco de confianza por parte del sector editorial español.
-¿Esa falta de confianza puede responder también a un prejuicio social? ¿Se ha prestado demasiada atención a las élites a la hora de publicar ensayo?
-Yo creo en el ensayo como un instrumento democratizador del saber y de la cultura. Fíjate, la gestación de El infinito en un junco está en el momento en que consigo una beca para estudiar en Florencia y accedo a la colección de manuscritos iluminados de los Médici. Siendo yo mujer, y procediendo del círculo social del que venía, aquellos libros no habían sido hechos para mí. Yo daba un perfil que nunca habría tenido acceso a aquellas joyas, reservadas a reyes y aristócratas. Entonces me di cuenta de que habían caído barreras históricas que habían hecho posible que yo estuviera allí, y El infinito en un junco es una respuesta a eso, una crónica sobre cómo a través de los siglos hemos logrado que los libros dejen de ser objetos de acceso restringido para quedar al alcance de todos, gracias sobre todo a personas anónimas que han contribuido a su expansión, viajando con ellos, burlando la censura. La del libro es la historia colectiva de un éxito social. Por eso escribí El infinito en un junco en un tono casi oral, para que el lector lo sintiera muy próximo, e incluí aspectos puramente emocionales, novelescos y autobiográficos.
-Buena parte de la crítica lo interpretó como una novedad radical.
-Sí, pero eso es lo que hace el verdadero inventor del ensayo, Montaigne, quien escribe todo el tiempo sobre sí mismo. Lo que hace Montaigne es diluir las fronteras entre sí mismo y la cultura, que no es algo que esté en el exterior sino que forma parte de la entraña desde la que mira al mundo. Del mismo modo, los libros han sido claves para mí en determinados momentos de mi vida, igual que para otras muchas personas. Así que quería trazar estos mimbres entre mi propia biografía y otras biografías ajenas, sobre todo cuando esas biografías nos demuestran lo importante que llega a ser la existencia de los libros en momentos donde todo parece derrumbarse, en la clandestinidad, en medio de las bombas y en campos de concentración. En su libro El hombre en busca del sentido, Viktor Frankl afirma que en las mayores tragedias han sido las personas más cultivadas las que han sobrevivido, no las más fuertes. El contacto con la literatura, el arte y la música crea experiencias internas que contribuyen a superar las situaciones más adversas. De modo que la idea de la cultura como lujo elitista y superfluo no puede estar más lejos de la realidad. Hablamos de gente anónima que, en los campos de concentración del nazismo, cambiaba comida y cigarrillos por libros para copiarlos y divulgarlos. No es precisamente un capricho.
-¿Llegará esa continuación de El infinito en un junco que abarque hasta la invención de la imprenta?
-El libro incluía originalmente ese apartado, pero decidimos dejarlo fuera por sugerencia del editor. Esa sección podría ser perfectamente el núcleo de otro libro, pero no me gustaría que fuera estrictamente la segunda parte de El infinito en un junco, preferiría que tuviera entidad propia. Además, mi proyecto a largo plazo es seguir escribiendo ficción y ensayo. Hay una disyuntiva falsa entre la ficción y eso que llaman no ficción, título que prefiero evitar porque no me gusta definir las cosas en negativo, como si al ensayo le faltara algo para ser ficción. Es más, me gustaría seguir investigando en las fronteras entre ficción y ensayo. Es cierto que la promoción de El infinito en un junco está siendo agotadora, pero en este tiempo de pandemia he sentido la necesidad de devolver al menos algo de lo mucho que he recibido. He aprovechado para tejer un discurso más sereno, abordar cuestiones que me parecen esenciales como los cuidados y la educación.
-¿Admite en esas confluencias entre ensayo y ficción la huella de Borges, aunque sea a su pesar?
-Hay una cuestión interesante y es que en la Antigüedad la historia se consideraba una disciplina literaria. Heródoto, Tucídides y Tácito eran considerados tan literatos como Eurípides o Virgilio. Heródoto me ha servido hasta cierto punto como modelo, ya que en su Historia introduce pequeñas novelitas o relatos que en su mayor parte pueden leerse escindidos del conjunto. Recogió una tradición fabuladora bajo la convicción de que aunque lo que contaran no fuera real en un sentido histórico, todas las leyendas tenían un elemento de autenticidad, una verdad simbólica. De hecho, la humanidad ha transmitido su conocimiento a lo largo de los siglos a través, principalmente, de las historias, tanto en la oralidad como en la escritura. Nuestra inteligencia conserva mejor los conocimientos si vienen contenidos en una historia con personajes y argumentos. Los poemas épicos y las leyendas contienen sabiduría condensada y eso ha permitido la transmisión general de conocimientos. Cuando daba clases, constaté que lo que mejor recordaban mis alumnos de lo que yo había contado en el aula eran las historias que les narraba. Y es que las historias son una herramienta pedagógica muy potente, pero los antiguos griegos ya lo sabían. También por eso Montaigne dialoga con los clásicos como si estuvieran vivos, de tú a tú. Esa conversación me interesa mucho. Ya en un plano más contemporáneo me interesan los autores que han seguido esa tradición: Borges, por supuesto; también Umberto Eco y Marguerite Yourcenar.
-Hablando de Yourcenar, ¿qué opinión le merece el apogeo actual de la novela histórica?
-El triunfo de la novela histórica en las últimas décadas ha confirmado que la gente busca conocimiento en los libros. Seguramente los lectores buscan aquí lo que no encuentran en los ensayos. En la etiqueta de novela histórica caben muchas cosas, desde Guerra y paz hasta El hereje de Delibes, si bien se ha popularizado cierto de tipo de novela de aventuras, considerada histórica, que a veces presenta lagunas serias en lo que se refiere a conocimiento e investigación. El problema de todo esto es el anacronismo: si el feminismo se pone de moda, encontramos muchas novelas históricas repletas de mujeres poderosas e independientes, que toman iniciativas y viven vidas trepidantes en contacto con el poder cuando la evidencia histórica nos dice algo muy distinto. La gran novela histórica es para mí la que demuestra que el conocimiento y el entretenimiento no están reñidos. Y la que busca en el pasado claves del mundo actual.
-Como sucede en El infinito en un junco.
-Sí. A veces me cuesta explicar que El infinito en un junco es libro sobre el mundo contemporáneo porque está hecho desde la mayor subjetividad. Y cuando depositas tu subjetividad en una investigación o en un proyecto, ya estás abordando el presente, no el pasado. Pero es que en realidad no se puede hacer de otra manera. Las personas no somos objetos, por eso no podemos ser objetivas. Por eso revivimos los clásicos de una manera distinta en cada época. Los reinventamos y los reescribimos porque cada generación encuentra en ellos cosas diferentes. Nuestra visión del mundo responde a imaginarios heredados, pero hay que volver a escribirlos siempre. El hecho de que el mundo antiguo se haya subido en demasiadas ocasiones a un pedestal explica que lo veamos hoy con cierta distancia. Hay que reivindicar, por el contrario, su humanidad.
-¿Le interesa lo fantástico como remanente del mito?
-Lo que me interesa de los mitos es el poder del símbolo. No necesariamente lo fantástico, sino lo simbólico que te permite separarte del estricto realismo, transfigurar el acontecimiento en una realidad duradera. Según una antigua definición, el mito es lo que nunca sucedió pero siempre es. Contiene una revelación sobre el ser humano que se renueva constantemente. Puede rayar con lo fantástico o no, pero busca una imagen de la totalidad lo más expresiva posible. Cuando hoy explicamos el mundo volvemos a hablar de Odiseas, de complejos de Edipo, de Antígonas y de Medeas. Ya no podemos explicar la realidad fuera de estos personajes. Yourcenar afirmó que los mitos son lo más aproximado a un lenguaje universal que hemos sido capaces de lograr más allá de la música. Y es hermoso pensarlo así. En esto, el libro y el mito se parecen mucho. Los libros transmiten el conocimiento y renuevan la experiencia. Cheever decía que forman parte de la salud del mundo, y en muchas ocasiones eso se constata.
-¿Es optimista respecto a una mayor presencia de las humanidades y el pensamiento en el curriculum educativo?
-Yo intento ser optimista siempre. Hay mucho más interés en las humanidades del que nos quieren hacer ver. El problema es que llevamos mucho tiempo apartando a gente de ese camino, convenciendo a muchas personas brillantes de que no deben dedicarse a eso, en parte porque hay un desprecio enorme a la vocación que persiste en el mundo laboral. El mensaje que se transmite a los jóvenes es que tienen que elegir con criterios absolutamente pragmáticos, sin tener en cuenta sus inclinaciones ni sus gustos. Y todo eso tiene sus consecuencias, porque dependemos de la vocación más de lo creemos. ¿Qué habría sido de nosotros en la pandemia sin la vocación del sector sanitario, que ha ido mucho más allá de lo que venía estipulado en sus contratos? Ya advierte Nuccio Ordine de que si llevamos a la gente a escoger sus trabajos en función exclusiva del éxito, el salario y las condiciones materiales, luego será mucho más fácil corromperlos. Cuando alguien con un buen expediente académico dice que quiere estudiar humanidades, no falta quien le reprocha que puede aspirar a más. Pero la sociedad necesita expertos en humanidades. Avanzamos hacia una sociedad deshumanizada, y lo que las humanidades pueden lograr también en términos de rendimiento empresarial es mucho. Sin embargo, los itinerarios que se presentan son progresivamente más estrechos. Pero así no habrá manera de dar respuestas a cuestiones cada vez más urgentes.
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