Hermosa Sicilia V: Made in Liotru
El Jardín de los Monos
Catania es la segunda ciudad de Sicilia, tanto en número de habitantes como por su economía industrial y agrícola. La fuente del elefante en la plaza del Duomo es su símbolo
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En mitad de la Plaza del Duomo, centro histórico y arquitectónico de la ciudad, se encuentra la fuente del Elefante. Una fuente que representa los ríos sicilianos Simeto y Amenano y consta de un grupo escultórico formado por un elefante con un obelisco egipcio encima rematado con un globo en lo alto. Se debe al arquitecto Giovanni Battista Vaccarini, hacedor de la Catania barroca renacida entre las cenizas del Etna, en 1669, y los escombros del terremoto de 1693. Recuerda al elefante con obelisco de Bernini sito en la plaza de Santa María sopra Minerva en Roma. Sólo que, el obelisco egipcio procede del circo romano de Catania, y el elefante es romano o bizantino. El caso es que el conjunto se convirtió en el símbolo de Catania. Tal es así que cuando alguien de Catania quiere decir de algo que es auténtico catanés, dice que es “marca Liotru” ya que con este nombre han bautizado al elefante. Cuenta el mito que “Liotru” deriva de Eliodoro que fue un noble bizantino que pretendió ser obispo de Catania sin conseguirlo, despechado por su fracaso se hizo apóstata, nigromante e idolatra. Y esculpió al elefante en piedra basáltica para desplazarse de Catania a Constantinopla cabalgando sobre él.
Catania es la segunda ciudad de Sicilia, tanto en número de habitantes (330.000) como por su economía industrial y agrícola, especialmente son famosos los cítricos que crecen en la feraz tierra volcánica que de vez en cuando aporta el Etna. Ya de por sí la existencia de la propia ciudad es un milagro. Solo a aquellos griegos, que procedentes de Calcidia, capital de la isla de Eubea, se les pudo ocurrir asentarse al pie de un volcán que estaba, y sigue estando, permanentemente en erupción. Pero lo hicieron y crearon la colonia (entre otras denominadas colonias calcidicas) de Katane en el 729 a.C., origen de la ciudad.
Siguiendo el hilo de su historia sabemos que en el año 476 a.C. fue conquistada por Hieron I, tirano de Siracusa, que murió en ella precisamente una década después. En el año 263 a.C. la conquistan los romanos. Con ellos la ciudad alcanzó un notable desarrollo e importancia. Los numerosos monumentos legados y que aún podemos contemplar como el teatro, el odeón, el foro, las termas, etc., así nos lo atestiguan. Y es en el periodo paleocristiano, en plenas persecuciones de cristianos por el emperador Decio, cuando un senador, Quintianus, torturó y dio muerte a la joven catanesa Ágata (o Águeda), después santa, que es la patrona de la ciudad. Bajo su manto se refugian los cataneses cuando ruge el Etna. Ahí nació el mito de Santa Águeda.
No vamos a repetir los mitos griegos transmitidos por Homero, Píndaro o Platón, por conocidos, pero sí hablaremos del mito de santa Águeda porque está muy presente en Catania. A partir del martirio, la joven santa forma parte del alma, tanto de la ciudad como de los cataneses. Ese mito se arraigó durante la Edad Media y cuando en el s. XVII se sucedieron ininterrumpidamente catástrofes ocasionadas por la furia del Etna, los habitantes se levantaron una y otra vez recuperando la ciudad, encomendándose para tomar fuerzas a Santa Ágata. Catania ha sido desde entonces una mítica fábula sobre el bien y el mal y su lucha sin cuartel. Del mal que reiteradamente causa el volcán y del bien que proporciona el manto protector de la Santa Patrona. Pero también en esa lucha hay un amor hacia ambos. Hacia la protectora y hacia el Etna, porque el daño que causa viene acompañado de la feracidad de sus aportes lávicos que han sido y son la base de su rica agricultura.
Siete iglesias tiene consagrada la patrona en Catania. Si nos fijamos en “Liotru”, el elefante lleva grabada una gran “A”. Las ventanas del Ayuntamiento están adornadas con una “A”, y en su vestíbulo hay una frase en latín que reza: “Nadie agravie a la patria de Ágata porque es celosa vengando las ofensas”. A la joven Ágata, por no ceder a los libidinosos deseos del senador Quintianus, le fueron cortados los pechos y murió quemada en un horno. Por eso es también es la patrona de las personas que sufren enfermedades de las glándulas mamarias.
Bajo el dominio de la corona aragonesa, Catania fue la ciudad más importante de Sicilia. Y, tras el terremoto que la devastó en el s. XVII, el siciliano Giovanni Battista Landolina, "Marqués de San Alfano" y virrey español, decide reconstruirla. El proyecto le cayó al arquitecto G. B. Vaccarini. Formado en Roma con Carlo Fontana e influido por el gran Borromini, diseña y construye la Catania barroca que hoy podemos admirar y disfrutar.
En la Plaza del Duomo podemos contemplar la fastuosa fachada de la catedral diseñada por Vaccarini. Se alza sobre la catedral antigua que construyó el conde Roger II (s.XI) sobre unas termas romanas. Está dedicada, ¡cómo no!, a Santa Ágata y en su capilla se conserva una espectacular arca gótica con sus reliquias. Cerca se encuentra la tumba del más ilustre hijo de Catania: Vicenzo Bellini. Por favor, aquí seguir leyendo con música de fondo, “Casta diva”, de su ópera Norma, por ejemplo, quizás el aria de soprano más conocida de toda la historia de la música. En la escultura de Giulio Monteverde, en la plaza Stesicoro, está sentado y a sus pies están representadas cuatro de sus más famosas óperas: Norma, La sonámbula, I Puritani e Il pirata. Murió a los 33 años de edad. Murió de amor, a la Música y a las Mujeres.
El paso de los árabes aún se respira en Catania, como en toda Sicilia. Bastará darse una vuelta por el mercado de la Pescheria para saber, por sus olores, la tipología de los vendedores, las luces, los gritos, etc, que estamos en un zoco árabe. En la Vía Vittorio Enmanuele, cerca de la catedral está la iglesia Badia di Santa Ágata, obra maestra de Vaccarini, que recuerda mucho a la de San Carlino alle Quattro Fontane de Borromini en Roma. El barroco, como el Palacio de los Elefantes (Ayuntamiento), se mezcla con lo romano como El Teatro y El Odeón. El Teatro, del que se conserva bien la cavea, es tardo imperial hecho sobre otro griego del s. VI a,C. Tenía un aforo de unas 7.000 personas, mientras que en el Odeón, mucho más pequeño, cabían unas 1,500.
Un rosario de iglesias, conventos y palacios, barrocos en su mayoría, nos acompañará mientras paseamos por Catania. Entre ellos nos vamos a detener en San Nicolo y el convento de los Benedictinos. La ostentación y grandeza, hoy con un importante aspecto de abandono, da cuenta de la influencia y el papel prepotente que tuvo esta orden en la sociedad catanesa. Ya en la Edad Media el abad de San Nicolo, que solía ser obispo, era el verdadero señor de Catania.
Casi siempre en manos de los descendientes de familias poderosas, concentró el poder financiero y político, de lo que da muestras este conjunto arquitectónico. De las mezquindades, intrigas y miserias que allí se vivieron da cuenta muy bien la novela “Los virreyes” del autor decimonónico Federico de Roberto. Con sus tres naves separadas por pilastras, es el mayor templo de Sicilia y son de destacar por su magnificencia el altar mayor, las tallas del coro y la distinguida sacristía de estilo rococó. Para darle un toque final al oscuro, intrigante y abyecto ambiente, en 1995, la iglesia saltó a la prensa envuelta en un asunto de celebraciones de ritos satánicos y orgías sádicas que escandalizó a toda Catania. Junto a la iglesia se levanta el Monasterio de los Benedictinos que, por sus dimensiones (100.000 m2), figura entre los tres más grandes de Europa junto al Escorial y el de Mafra en Portugal.
La vía principal de Catania es Vía Etnea, una gran arteria, presidida por el Etna, que atraviesa la ciudad. Perpendicularmente se cruza con ella la Vía de Sangiuliano formando una placita, los Quattro Canti, con esquinas achaflanadas de los palacios Geraci-Guerra, Carcaci, San Demetrio y del convento de San Nicolella. Los cuatro fueron proyectados por el duque de Camastra tras el terremoto de 1693 y tienen el mismo estilo arquitectónico. Es notable la semejanza con los Quattro Canti de Palermo. Desde el balcón del primero de los palacios citados, Garibaldi, tras la toma de Sicilia en 1862, pronunció la famosa frase: “¡O Roma o morte!”
Catania siempre nos sorprenderá. Sorprenderá su bello Teatro Bellini, en su intento de epatar al Massimo de Palermo. Fue inaugurado en 1880 con la representación de la ópera “Norma”. Sorprenderá las fantasías eróticas de las tallas de los balcones del palacio Mazza, o la solemne tribuna sobre el portal del palacio Valle, o el palacio Bonajuto que contiene una iglesia bizantina, o la iglesia de Sta. Mª dell´Indirizzo levantada sobre unas termas romanas que se pueden visitar, y no digamos el Castillo Ursino, construido por Federico II de Suevia entre 1239 y 1350, que fue residencia de los reyes de Aragón y ahora alberga el interesante Museo Comunale.
Y como tanto pasear despierta el apetito, en Catania se puede disfrutar de un sabroso “Linguini con frutti di mare”, salteado en una salsa de ajo, mantequilla y vino blanco servido con perejil picado. Los “linguini”, para los no avezados en pastas italianas, son espaguetis aplastados y en este plato van acompañados de frutos del mar que suelen ser, entre otros, camarones, almejas y mejillones. Delicioso plato que debe ir acompañado de un buen vino blanco siciliano, por ejemplo un “Catarratto (recomendación de la casa).
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