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Exposición en Málaga
Málaga/A estas alturas resulta bien patente el protagonismo de la memoria personal y familiar en la obra de la artista malagueña Teté Vargas-Machuca. Si la infancia ha tenido desde siempre una presencia determinante en su mundo, particular e intransferible, dueño de una poética libre y sin embargo tendida en toda su intención a quien observa, los relatos de los personajes que pueblan esa iconografía tan especial tienen a menudo que ver con la experiencia de la propia artista, en parte porque su manera de ver y plasmar la realidad sigue siendo deudora de ese relato personal. Así sucede con la última gran exposición de Vargas-Machuca, El legado de Federico E. G., recientemente inaugurada en el Rectorado de la Universidad de Málaga y compartida, a modo de confluencia entre el arte y la literatura, con la poeta María Eloy-García: el personaje que protagoniza el proyecto, nacido de la imaginación portentosa de Vargas-Machuca, es en realidad la personificación de una memoria familiar distribuida "entre quienes están y quienes se han ido", tal y como precisó la artista. Esta misma memoria, nacida del espectro más íntimo y traducida a la belleza más directa, protagoniza la nueva exposición de la galería taller Gravura, Sobrehilados, que se inaugura este jueves y que podrá verse hasta el 15 de abril. De manera más discreta, sencilla y cómplice, Vargas-Machuca viste de colores la memoria a partir de una manera bien significativa de entender la infancia: la suya propia.
Sobrehilados reúne veintiséis obras de técnica mixta y de reciente creación con un argumento común: el hilo como matriz esencial, a tener de un ejercicio, el tejido, que devuelve a la artista (habitual en la nómina de Gravura) justo a la posición exacta en la que la memoria sucede: "He vuelto a la niñez casi sin darme cuenta de lo lejos que ha quedado. He vuelto a la clase de labores en el mismo silencio absoluto y con un fondo de lectura; pero no lee Teresita, ni cuento hilos en el cañamazo, ni ponen notas a mis desatinos. He retomado los hilos de colores y el dedal emulando a esa niña lejana con la seriedad que dan los años", afirma la artista respecto a Sobrehilados. En el caso de Vargas-Machuca, esta confesión respecto al regreso a la infancia "sin darse cuenta" resulta harto reveladora, en la medida en que la disposición de la artista a la hora de darse es aún mayor. El mundo recreado en estas labores de hilo, diversas, con formas e intenciones bien distintas, pero reconocibles en una poética capaz de invocar con eficacia lo invisible, entre el sueño y el juego, es el mismo que la niña que fue Vargas-Machuca tejía a base de dedal e hilo de colores; y es, también, el mundo que aquella niña observaba en su entorno, en su familia, en sus cuentos, en aquel silencio "con un fondo de lectura". El visitante queda así invitado a participar de este mismo silencio, en el que los detalles mínimos adquieren una resonancia duradera: exactamente igual que los recuerdos más queridos de la infancia.
Dueña de un lenguaje artístico único, Vargas-Machuca, que desde sus primeras exposiciones compartidas en La Buena Sombra a finales de los 60 ha desarrollado una trayectoria creativa marcada tanto por la libertad como por el rigor, es uno de los versos sueltos más estimulantes de la historia del arte del último siglo en Málaga. Ahora, en la distancia más corta, en la labor de la infancia ahora recuperada, la artista ofrece su mundo con una generosidad mayor, si cabe. Con la independencia y la valentía que entraña esa obra pequeña, tejida nudo a nudo, en el silencio más íntimo.
Y, por su parte, Gravura añade un argumento contundente a su aportación a la oferta expositiva de Málaga desde una independencia no menos feroz. El resultado queda, así, a la vista.
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