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Málaga/Más allá de los descacharrantes fakes que dejó para el recuerdo Wolfgang Petersen en Troya, en la que no resultaba difícil distinguir los relojes de pulsera que lucían los soldados comandados por Aquiles, el cine de Hollywood ha forjado en la reconstrucción de las grandes batallas de la Antigüedad tantos momentos espléndidos como desaciertos únicamente perceptibles, en no pocas ocasiones, por historiadores expertos. Convendría partir de la evidencia de que la reconstrucción de una batalla como la que narró Homero en la Ilíada es una tarea harto complicada, tanto en un nivel técnico como, especialmente, en lo que se refiere a la fidelidad respecto a los hechos, porque no siempre la información sobre los mismos es abundante, ni siquiera suficiente. En el otro lado de la balanza, el noble género del péplum ha dejado imágenes imborrables en la retina de millones de espectadores y contribuyó a hacer del cine el mayor espectáculo del mundo. A la hora de revisar sus títulos esenciales, eso sí, siempre es de agradecer una mirada desde la Historia, capaz de asentar en esta posición una nueva perspectiva crítica. Y justo esta confluencia entre cine e Historia es la que propone Guillermo Díaz en su nuevo libro, Grandes batallas en la pantalla. Hollywood y la realidad de la guerra en la Antigüedad, que, con un generoso corpus de mapas e ilustraciones, y con un prólogo a cargo de Carlos Canales, acaba de hacer llegar a las librerías la editorial Edaf.
En este volumen, Díaz (Melilla, 1978), licenciado en Derecho, vincula dos de sus grandes pasiones. Y es que aunque es más conocido por su actividad política (diputado en el Congreso por Málaga, es también coordinador provincial de Ciudadanos), su trayectoria profesional está ligada al séptimo arte, especialmente a la exhibición, y además ejerce la crítica cinematográfica en diversos medios. Grandes batallas en la pantalla se articula en torno al análisis de cinco películas fundamentales del género bélico en la modalidad del péplum, con recaudaciones millonarias en taquilla y la consideración general del público: la citada Troya (Wolfgang Petersen, 2004), 300 (Zack Snyder, 2006), Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004), Espartaco (Stanley Kubrick, 1960) y Gladiator (Ridley Scott, 2000). Recuerda Guillermo Díaz, de entrada, que el cine “es un poderosísimo medio de propaganda. Uno de los más eficaces de la historia”; y, con semejante premisa, el autor recuerda que la toma de decisiones a la hora de narrar las grandes batallas de la Antigüedad a base de imágenes no son gratuitas, tampoco, en el campo ideológico, más aún cuando se trata de una maquinaria tan elocuente en este sentido como Hollywood. El uso propagandístico del cine es una cuestión universal (Díaz hace también un repaso de la filmografía de Eisenstein para recordar cómo también el cine se puso al servicio de la propaganda comunista), si bien en Hollywood presenta “cuestiones técnicas y costumbristas” propias. Cuando las películas deciden ser más o menos fieles a la Historia lo hacen, también, por este motivo.
Sin escatimar en erudición ni en lecturas, pero tampoco en su afán ilustrativo y pedagógico, Díaz apunta abundante información histórica sobre las guerras recreadas en estas cinco películas y en qué grado esa información es respetada. El autor se muestra particularmente crítico con Troya, a la que califica como “una oportunidad perdida”; sin embargo, en términos de fidelidad, brinda un análisis elogioso de Alejandro Magno, de Oliver Stone: “La película recrea a mi juicio la mejor batalla que un equipo de rodaje ha regalado a la gran pantalla [en referencia a Gaugamela]. Desde el modo de combate hasta el uso de los carros (...) Para muchos, la batalla es la única virtud de una película que fue cuanto menos extraña.Pero tiene otros muchos aciertos en cuanto a a ambientación, usos y costumbres”. Si todo en la vida es cine, la guerra no iba a ser menos.
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