Los límites del teatro filmado

Crítica 'Ayer no termina'

Pablo Bujalance

21 de abril 2013 - 05:00

Ayer no termina. Drama, España, 2013, 108 min. Dirección: Isabel Coixet. Intérpretes: Javier Cámara y Candela Peña. Guión: Isabel Coixet, basado en la obra teatral 'Gif', de Lot Vekemans. Fotografía: Jordi Azategui. Música: Alfonso Vilallonga.

Entre las primeras críticas de Ayer no termina nunca publicadas tras su proyección en el Festival de Berlín no faltaban referencias a la naturaleza teatral de la película. Y a menudo esas referencias adquirían un matiz despectivo, porque todavía, para buena parte del medio cinematográfico español, lo teatral constituye un mal que hay que evitar a toda costa. Para un servidor, sin embargo, lo mejor de Ayer no termina nunca es que no oculta su vínculo con la escena. Más aún, lo subraya y lo revela sin tapujos a costa de que cierto sector del público la encuentre demasiado lineal. Tampoco es de extrañar: Isabel Coixet ha dirigido teatro (adaptó a las tablas la novela de Helene Hanff 84, Charing Cross Road en un estupendo montaje que se estrenó, precisamente, en el Festival de Teatro de Málaga, allá por 2005) y la película que aquí nos ocupa se basa en una pieza dramática de Lot Vekemans. Ambientada en un cementerio que no parece tal (casi serviría de búnker a una guerra futura aunque no muy lejana), la cinta ofrece hallazgos interesantes en el uso del espacio arquitectónico para la relación de los dos personajes, que ocupan prácticamente todo el metraje: la amplitud se combina con materiales pesados, esencialmente hormigón, en una escenografía que funciona bien como marco argumental para la tragedia que queda en boca de la pareja. Los encuadres reproducen fielmente la sensación teatral: salvo algunos apuntes falsamente naturalistas cámara en mano, predominan los planos largos y las tomas amplias y en profundidad. La exigente dirección de actores sigue la misma senda. Y lo hace con generosa fortuna.

Por el contrario, lo que más estorba en Ayer no termina nunca son sus elementos puramente cinematográficos: los flashbacks (o mejor evocaciones, un poco a la manera de acotaciones) en blanco y negro no aportan nada e incurren en lo ridículo al introducir la primera persona de manera torpe, gratuita y con una lírica ciertamente vergonzosa. Los primeros planos, como el que termina en el libro de John Berger sobre la mesa de noche del personaje que interpreta Candela Peña, son prescindibles y delatan, injustamente, manías de principiante. Conviene apuntar que las continuas referencias culturales en boca de los ilustrados protagonistas, de Dorothy Parker a Oscar Wilde pasando por Pepe Isbert, pueden satisfacer a los lectores de ciertos suplementos dominicales pero empobrecen soberanamente la película. También las referencias explícitas a la crisis económica restan energía: de haberlas solamente insinuado, seguramente habrían cumplido mejor su pretendido objetivo.

Eso sí, Coixet deja claro lo que quiere decir, y lo dice de manera hermosa: ante la tragedia, el único consuelo posible es el que aporta el afecto humano. Vale la pena.

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