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María de la Luz del Prado: “Nos enseñaron a pensar, pero no a gestionar nuestros sentimientos”

La directora del festival Trocadero debuta en la novela con ‘La buena sombra’, una ficción sobre las distintas formas de enfrentarse al amor y una defensa de la vulnerabilidad

Agustín Gómez Arcos, el fantasma hecho carne

María de la Luz del Prado, fotografiada ayer en Sevilla, donde hoy presentará su libro. / José Ángel García
Braulio Ortiz

19 de noviembre 2024 - 06:30

Vera está en esa edad en la que preveía haber afianzado algunas certezas, presumir de un trabajo y una relación estables, pero la vida se resiste a concederle esa solidez anhelada. El destino, además, le reserva un seísmo inesperado: su atracción desmedida por Ezequiel el Pantera, la nueva promesa del flamenco, una figura que invade sus sueños y sus pensamientos. “Y Vera comprende, sentada a los pies del río Guadalquivir, que está presa de un hechizo bastante más profundo que un simple bando de mariposas revoltosas en el estómago”. Esta “niña insegura de treinta años” se asomará al abismo, pero comprenderá en su viaje que la vulnerabilidad es quizás el modo más sabio de abrazar el mundo. La gestora cultural –directora del festival Trocadero en Sotogrande y Málaga capital– María de la Luz del Prado debuta en la novela con La buena sombra (Espasa), un libro que presenta este martes a las 19:30 en Sevilla, en uno de los escenarios que aparece en su ficción, la Casa Pilatos.   

Pregunta.La buena sombra, con sus historias de amor arrebatadas, defiende que sólo vive realmente quien está al borde de la combustión...

Respuesta.–Para mí era muy importante describir las emociones, porque creo que en general no nos enseñan a sentir, nos enseñan más a pensar. Quería hacer hincapié a lo largo de la novela en las emociones sentidas, dándoles un color, un sabor, detallando cada aroma, para que los lectores experimentaran de verdad lo que se narra. Y el amor, el desamor y la pasión dan mucho juego, porque encierran una gama increíble de emociones: la euforia, la rabia, la tristeza, el desconsuelo...  

P.–En el libro, a través del Pantera pero también de muchos otros personajes, expresa su admiración por la cultura gitana y por el flamenco.  

R.–De la comunidad gitana me emociona su modo de vivir: no es que vivan el presente, es que viven cada minuto. Pero también hay muchas otras razones por las que me encanta esa cultura: por la alegría que suelen llevar con ellos, por el respeto a sus mayores, por cómo valoran sus tradiciones y cómo se sostienen entre ellos. Y el flamenco... Yo he hecho un curso intensivo apasionante en estos años, gracias al festival que dirijo, Trocadero. Las letras dicen verdades como puños, en apenas un verso te sueltan una verdad tan profunda que te quedas muerta. He tenido mucha suerte, y no sólo con el flamenco que he visto sobre el escenario, también con lo que he vivido con los artistas en las casas, en sus fiestas, en sus celebraciones... Estás sentada un rato con ellos y ya están golpeando con el nudillo en la mesa. Pero el flamenco es una manera de vivir y está presente incluso en la forma de hacer un potaje.    

P.–En un principio Vera parece una mujer a la deriva, pero en ese caos irá entendiendo algunas nociones de la existencia... 

R.–Vera pelea con la incertidumbre. Ella tiene una zona de confort, pero en todos los frentes se le plantean dudas y no se atreve a afrontar toda esa inseguridad. El punto de partida de la novela es cuando Vera se atreve a saltar al precipicio, y deja de temer lo que tenga que venir. Lo que viene a decir el libro es que el ser humano es vulnerable, y que hay algo bonito en serlo. Aunque nos dé miedo el dolor, el único modo de sobrellevar una situación es sintiéndola, abrazando nuestra fragilidad. Las emociones son energía, no puedes bloquearlas, tienes que dejar que hagan su curva y que sigan.   

P.–Entre los escenarios de la novela están el Teatro Real o el tablao Villa Rosa, pero también asoma el Marbella Club, que, lamenta la narradora, ya no tiene el encanto de los tiempos de Maria Callas. ¿Hemos perdido el glamour?   

R.–Hemos perdido la autenticidad, nos hemos desentendido de las tradiciones y las costumbres, todo lo hermoso que hay en lo sencillo. Nos ha arrastrado la globalización. Lo veo en las playas de Cádiz: ya no te encuentras la escena de la neverita y la sandía, la delicia de meter los pies en el agua sin más; hoy son todos unos beach clubs demasiado pulidos. Para tener charme tiene que haber naturalidad. El Marbella Club, en los años de Maria Callas, era un hotelito sin ningún tipo de pretensión, y Marbella era un pueblo de pescadores al que la jet set iba porque el lugar desprendía encanto.  

P.La buena sombra despliega todo un inventario de formas de amar...

R.–Sí, es que hay tantas maneras de hacerlo... Todos pensamos que nos tienen que querer como queremos nosotros, pero a lo mejor uno es de decirlo continuamente y la otra persona no lo dice pero lo demuestra con su actitud. Vera tiene al principio una relación con alguien a quien no aguanta,  pero ahí, y eso pasa a menudo, la pareja funciona como una especie de espejo, lo que te molesta del otro suele ser algo que no aceptas en ti mismo. Vera no entiende que Manu le hable mal, pero ella se habla a sí misma de forma terrible porque a veces somos los peores jueces con nosotros mismos, tenemos un tirano dentro.  Otro personaje, Consuelo, representa para mí el amor de verdad. En las dos historias principales hablamos del enamoramiento, que al final es una enajenación mental, es química, la dopamina disparada, pero todo eso no es tan real, y se basa más en cómo eres querido que cómo quieres tú. Por el contrario, Consuelo quiere de verdad, sabe que el amor no tiene por qué ser devuelto en la misma medida en que tú lo sientes, busca el bien para la persona a la que ama. 

P.–Ha querido “romper una lanza” por La Línea de la Concepción, otra de las localizaciones de la novela y a la que se refiere como “la gran olvidada”.

R.–Es un sitio maravilloso, con unas playas increíbles, pero la gente no tiene allí salida. No sé qué porcentaje de sus habitantes está al borde de la exclusión social, pero hablaríamos de una cifra altísima. Y cuando tú te encuentras en esa situación y tienes a mano el narcotráfico, que por ponerte un rato en una azotea vigilando o por hacer dos alijos te paguen mucho más de lo que vas a ganar en cualquier otro trabajo, es bastante comprensible que cedas. Hay una falta de cultura, de educación, de recursos... O cruzas la frontera y buscas un empleo en Gibraltar, que tampoco hay para todos, o terminas ahí. Yo quería contar la historia desde el punto de vista del narcotraficante, buscar algo entre comillas humano en su historia, nadie se pone a delinquir por vicio.  

P.–Se mete a sí misma como personaje en la novela.

R.–[Ríe] Como parte de la historia transcurre en el festival que hago yo me divertía. Yo soy muy perfeccionista, me estreso mucho, voy de aquí para allá y confieso que a veces tengo a mi equipo mareado. Era la oportunidad de reírme un poco de mí misma. Y debo decir algo: montar un festival es apasionante, conoces a muchos artistas entre bambalinas, pero desde mi punto de vista resulta mucho más difícil que escribir una novela. 

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