María Zambrano y Hannah Arendt: confluencias al filo del siglo
Pensamiento
Olga Amarís presentó en el Centro Andaluz de las Letras ‘Una poética del exilio’, una obra sobre los vínculos filosóficos que compartieron las dos filósofas
Málaga/Existe cierto consenso académico a la hora de considerar que tanto María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904 - Madrid, 1991) y Hannah Arendt (Linden-Limmer, 1906 - Nueva York, 1975) han dejado ya una huella más honda y una influencia más abultada en la filosofía contemporánea que sus correspondientes maestros, esto es, Ortega y Gasset y Martin Heidegger. Sus obras y sus biografías concitan, al menos, más atención por parte de los jóvenes estudiantes y pensadores primerizos y una mayor reivindicación por parte de la crítica y el medio cultural. Zambrano y Arendt nunca coincidieron, pero su creciente reconocimiento capital en la historia de la Filosofía del siglo XX invita a advertir paralelismos, analogías y verdaderas confluencias entre las dos autoras, tanto por su posición en la Historia como por lo que de la misma acertaron a interpretar en su obra. Y esto es justo lo que ha decidido emprender la filósofa y traductora Olga Amarís Duarte en su libro Una poética del exilio (Herder), que presentó este jueves en la sede malagueña del Centro Andaluz de las Letras (CAL), dentro del ciclo Letras Capitales, de la mano del escritor Rafael Ballesteros. Con la cuestión del exilio a modo de destino compartido como eje central, aunque no único, el volumen entabla un diálogo fértil y revelador entre dos tradiciones filosóficas que dan cuenta así de extraordinarios elementos comunes.
Una poética del exilio parte, a modo de premisa conciliadora, de la advertencia de que Zambrano y Arendt se expresaron, de manera formal, en tonos distantes, lo que resulta evidente si se comparan obras como Claros del bosque y Los orígenes del totalitarismo, aunque tal vez no pueda darse tal afirmación de manera muy rotunda si se tienen en cuenta, por ejemplo, Persona y democracia y La condición humana. En cualquier caso, más allá de estas divergencias, Amarís subraya su “deseo común por estirar los límites de la razón más allá de lo aceptado por los cánones”, lo que se tradujo en ambos casos en una superación de los viejos sistemas filosóficos para el abrazo de una expresión más poética. La autora destaca igualmente “la centralidad del sentir amoroso, de la figura del prójimo, de la imaginación creadora, así como la potencia alquímica del decir poético” como “piedras de toque sobre las que se yerguen las obras filosóficas de ambas autoras”; pero es la asunción del exilio desde esa misma poética la que permite establecer los lazos con la mayor consistencia y autoridad: María Zambrano y Hannah Arendt coinciden, sobre todo, a la hora de ofrecer “una respuesta esperanzada que da prioridad a la creación desde la ruina y a la heroicidad del gesto extraordinario del sujeto común”.
De este modo, Zambrano y Arendt conciben el exilio como un mecanismo facilitador del salir de sí, de la adopción de la perspectiva más deseable desde la que observar, comprender e interpretar el tiempo presente con una proyección futura: “En el contexto de la crisis crónica en la que se encuentra la humanidad (...), sí que se hace legítimo el discurso alternativo de estas dos autoras, pensadoras y filántropas (...), quienes intuyeron un envés revelador que hace del exilio el lugar propicio para que tenga lugar el desvelamiento de la propia subjetividad, así como la capacidad hermenéutica para la comprensión y reconciliación con los sinsentidos del transcurso histórico”, escribe en su libro Olga Amarís Duarte. De este modo, el exilio se dibuja en la obra de Zambrano y de Arendt como “lugar del desprendimiento, del desvelamiento y de la esperanza ciega y sorda de que una nueva forma de pensar el mundo aún es posible”; y, justamente, ésta es la intención que abraza la autora: en un contexto conducido invariablemente a los extremos, en el que no parece haber grises entre el neoliberalismo deshumanizador y los movimientos rupturistas cada vez más abiertamente propensos al totalitarismo, donde sí coinciden Zambrano y Arendt es en la formulación de lo que Amarís Duarte llama, abiertamente, “una tercera vía”. Una nueva mirada a la realidad que no se sostiene en la aniquilación del adversario, sino en la experiencia humana entendida como causa a defender siempre. Desde esta posición, esta tercera vía no es en su ambición menos radical ni menos transformadora que cualquier otra, tal y como señala Amarís Duarte al citar a Hanna Arendt en una misiva enviada a Karl Jaspers: “La única existencia decente es aquella que solo es posible desarrollar en los márgenes de la sociedad donde el individuo corre el riesgo de morir de hambre o de ser apedreado hasta la muerte”. Episodios de la historia reciente como el de Afganistán demuestran hasta qué punto esta mirada sigue siendo oportuna y necesaria: nueva.
Esta tercera vía, entendida como oportunidad brindada al presente, se da en términos de reconstrucción, igual que el exilio. “En los discursos de Hannah Arendt y María Zambrano se vislumbra, tras la tragedia, un sobrepasamiento”, escribe Amarís Duarte antes de citar a Rilke: “A menudo lo sufrimos: en cenizas se convierten unas llamas, / sin embargo, en el arte: en llama se convierte el polvo. / Aquí está la magia”.
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