La mirada que protege la jábega
Los ojos de las embarcaciones típicas malagueñas tienen sus raíces en la costumbre fenicia que incorporó a sus navíos el amuleto del dios egipcio Horus
En este siglo XXI de criaturas clonadas y misiones a Marte, el mal de ojo es un trance temido todavía por muchos. Incluso en las ciudades modernas no faltan abuelos temerosos que regañan a los parientes si miran durante demasiado tiempo a los bebés. Este pánico telúrico es uno de los grandes mitos filogenéticos del Mediterráneo y, para combatirlo, todos los pueblos que lo han habitado han creado sus singulares versiones del ojo. Un ejemplo superviviente se encuentra todavía en las jábegas, las típicas embarcaciones malagueñas. El origen de esta costumbre, que inspirara a Picasso (quien trasladó este ojo a muchas de sus obras, incluida el Guernica, donde lo camufló como una lámpara), se pierde en la misma fundación de la Malaka fenicia.
Desde Turquía hasta Líbano, desde Siria a El Magreb, el ojo está presente en las puertas de las casas, ornamentos y abalorios. Se trata de un símbolo que comparten todas las culturas, ya sean árabes, cristianas o herederas de algunos de los grandes imperios de la Antigüedad. Especialmente popular es el ojo azul de Turquía, donde cobró este color ya que la superstición afirma que la mirada de una persona con ojos azules puede causar algunos males. Todas estas recreaciones del ojo tienen una raíz común: el ojo de Horus, el dios egipcio. Fue el país de las pirámides el primero en acuñar un amuleto con forma de ojo como protección contra las pérfidas maldiciones de la pupila. La explicación, por supuesto, es mitológica: Horus, hijo de Osiris, quien murió a manos de su propio hermano Seth, se enfrentó a éste para vengar a su padre. En el fragor de la lucha, Horus perdió su ojo izquierdo, que fue irreversiblemente mutilado. Pero el dios Thot intervino y permitió que el ojo de Udyat sustituyera al extirpado de Horus. Los egipcios atribuyeron a este nuevo ojo propiedades mágicas, e invocaban sus poderes cuando se enfrentaban a serios riesgos y corrían todo tipo de peligros. Baste citar este fragmento piadoso del Libro de los Muertos: "El ojo de Horus es tu protección, Osiris, Señor de los Occidentales, constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos, todos tus enemigos son apartados de ti".
Como es bien conocido, los fenicios adoptaron muchas de las costumbres egipcias. Sus dotes comerciales y marítimas pasaron a la Historia, pero en los demás órdenes de la vida copiaron con fruición a los hijos del Faraón. Incluso se convirtieron en los primeros expoliadores de las pirámides: robaban las joyas de los notables egipcios en sus tumbas y las vendían por todo el Mediterráneo (en Málaga se han encontrado muchos restos egipcios traídos por los fenicios: en los sótanos del Museo Picasso pueden verse algunos). En lo tocante a los ojos protectores, no podían ser menos. Eso sí, esta civilización pintó los ojos en sus bienes más preciados: los barcos, medios imprescindibles para quienes se dedicaban al comercio marítimo. Aquellas miradas defendían las frágiles embarcaciones de las sirenas de Ulises y los Polifemos terribles. Las jábegas malagueñas han mantenido esta tradición; todos los escudos son buenos contra la mala suerte.
El Mediterráneo es rico en simbología benefactora. Algunos ejemplos tienen origen religioso, como la mano de Fátima musulmana o el pez (ichthys) cristiano, aunque todas las culturas comparten ambos. El ojo, antiguo y silencioso, sigue a favor de los navegantes.
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