Eugenio

Muere Eugenio Chicano

Chicano se ha ido cuando a Málaga no le cabían ya dudas sobre la grandeza de este pintor al que le costó algo entregarse

Eugenio Chicano, en su estudio. / Javier Albiñana
Salvador Moreno Peralta

19 de noviembre 2019 - 17:14

Málaga/"Oficio, sólo oficio". Así me respondía Eugenio en la cosmogonía de su estudio, el día anterior a su entrada en el quirófano, a mi pregunta sobre la técnica empleada para pintar aquellas maravillas. De cerca eran unas manchas amorfas, unos retazos de pintura sin sentido, lanzadas sobre el lienzo como al azar de un “dripping” de Pollock; pero a medida que te separabas iban apareciendo con toda nitidez las imágenes de un Cristo Yacente y una Virgen Dolorosa sobrecogedoras. Eugenio estaba embutido en un mono negro chorreado de pintura blanca. Sólo el entorno de miles de objetos perfectamente ordenados,- algunos “objets trouvés” como los que inspiraban a Duchamps- de fotos, de cuadros, de recuerdos, de lápices, dibujos… hablaban de una racionalidad mágica en lo que de otra forma habría podido ser una estancia trastornada por un pintor de brocha gorda. Era el mundo de Eugenio y Mariluz -la gran Mariluz- cobijo, factoría y expresión del que, como decía Javier Ramírez en el catálogo de su maravillosa exposición del MUPAM “Cuaderno de viaje al corazón de Andalucía”, era el más pop de los pintores pop, y para mí, sin duda alguna, el más grande.

Se nos ha ido Eugenio cuando estaba en plenitud creadora, con un estado de ánimo exaltado ante la posibilidad de fundar una institución depositaria de su ingente obra, y la inmediata publicación de un magnífico número monográfico dedicado por el Ateneo, de cuya presentación estuvimos hablando. Eugenio se ha ido cuando a Málaga no le cabían ya dudas sobre la grandeza de este pintor al que le costó algo entregarse, porque esta ciudad no siempre entendió bien la importancia de su actitud cultural frente al arte popular que, al elevarlo a arte a secas, eliminó esas temibles adjetivaciones con que “lo local” te confina en el rincón de lo provinciano.

Eugenio no podía, ni quería, desarraigarse de las raíces de su tierra y su paisaje, pero sabía muy bien cómo la cultura popular es germen inagotable de sabiduría si se sabe ver la dimensión universal que hay en las más recónditas entrañas de las cosas rutinarias, cotidianas, familiares. Fue precisamente su viaje a Verona una experiencia iniciática a la búsqueda de ese universal común en el que todas las culturas se encuentran en las profundidades de sus raíces.

Desde ahí vio Eugenio cómo la cultura de nuestra tierra era una cultura usurpada, un paisaje usurpado en un folklorismo ratonero y clerical, una Demostración Sindical de Primero de Mayo, una religiosidad de meapilas y un permanente festival de Coros y Danzas. Eugenio rescató a la cultura española de las sucias manos que la monopolizaban y la condenaban a lo que genéricamente despreciábamos como “españolada”.

Ya hicieron esto en su momento Lorca, Alberti, Falla, Giner de los Ríos, Andrés Segovia y tantos otros y, entre nosotros, Eugenio. Eugenio Chicano era un hombre extremadamente culto, progresista, gran lector, investigador permanente, de una curiosidad insaciable. Descubrió el “pop” al mismo tiempo que el fenómeno se estaba produciendo en Estados Unidos e Inglaterra, y lo hizo con una estética muy personal e identificable, bebedora de múltiples fuentes, como el “cómic”, Fernand Lèger, los surrealistas pero, sobre todo, mediante la forma conspicua y genuina que tenía de incorporar la cultura popular desde su variadísimas manifestaciones.

Si en los conocidos pintores “pop” americanos podemos rastrear sin dificultad el “american way of life” elevado a categoría artística, aquí la obra de Chicano es la viva expresión del “modo de vida español”, es decir, de una profunda forma de vida española, si consiguiéramos desembarazarnos de ese complejo de inferioridad a que nos lleva la omnipotente colonización anglosajona y la agresión que hoy está sufriendo lo español desde la canallada periférica.

Chicano se abastecía de todo lo que emergía de lo cotidiano, ya fuera del medio urbano o rural, de la artesanía o del folklore, de la ópera al cante jondo, del tebeo o el museo del Prado. Eugenio era de esos pintores a tiempo completo que cuando el mundo los atraviesa se convierten en pintura. El arte era lo cotidiano filtrado a través de Eugenio. Por eso me decía que “todo era oficio”, porque en Chicano el oficio de pintar era lo mismo que el oficio de vivir. Hasta siempre, querido maestro.

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