James Turrel: hágase la luz
Museo Picasso Málaga
El Museo Picasso expone ‘Cherry’ (1998), una instalación del artista norteamericano que pulveriza los límites de la materia y de la percepción
Málaga/El debate sobre los límites entre lo material y lo inmaterial tiene su particular campo de batalla en la luz: sólo de manera muy reciente la física moderna ha admitido la naturaleza material del fotón, si bien cierta tendencia de esta disciplina considera que lo que entendemos por materia es una ilusión provocada por la entropía. Trasladado al arte, el debate mantiene su enjundia en la medida en que la creación contemporánea atiende con mucha más intención a la idea que al soporte empleado para suscitar la misma. Y pocos artistas han asumido tan a fondo la cuestión como el estadounidense James Turrell (Pasadena, California, 1943), considerado el arquitecto de la luz y el espacio y pionero en el empleo de la misma luz como primer instrumento de su obra, en una relación que va necesariamente mucho más allá de la mera noción de soporte o registro. Esta atención prestada a la luz tiene que ver con el pasado de Turrell como piloto, oficio en el que llegó a contabilizar 12.000 horas de vuelo. A los mandos de sus aeronaves, su tarea era la de cartografiar los cielos: tan exótica disciplina le permitió comprobar hasta qué punto la luz crea ilusiones en la percepción humana que inciden especialmente en la delimitación de espacios: la luz entraña la primera conexión con la realidad que admiten nuestros sentidos, pero al mismo tiempo establece reglas para la definición de esa realidad que la inteligencia sólo puede traducir o imitar, nunca reproducir de forma fidedigna. Esta intuición ha llevado desde entonces a Turrell a trabajar con la luz, el espacio y la percepción en proyectos de muy diverso calado. El más destacado es Roden Crater, una instalación abierta en el seno de un cráter (localizado a las afueras de Flagstaff, Arizona) expresamente adquirido por Turrell ideada como el mejor observatorio celeste posible que el artista empezó a construir en 1977 y que, a día de hoy, continúa inacabada. Formado en la psicología de la percepción, la filosofía, las matemáticas y otros saberes vinculados a la luz, el artista ha dado igualmente muestras de su talento en otras muchas instalaciones y series más accesibles. Ahora, el Museo Picasso Málaga invita a sus visitantes a entrar en el asombroso mundo estético de James Turrel a través de la instalación Cherry (1989), que, en una exposición comisariada por Inmaculada Abolafio, puede verse hasta junio de 2021 con la colaboración de la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el arte (FABA) y de la Galería Almine Rech.
Resulta tan complicado como inútil describir Cherry con palabras: a través de un sinuoso laberinto de paredes oscuras, el visitante llega a una estancia con una iluminación residual en la que encuentra lo que parece la proyección de una luz roja en una de las paredes. A partir de aquí, Cherry juega con la dilatación de la pupila para despertar ilusiones imprevistas y, en virtud del mayor idealismo filosófico, invitar a dudar al visitante de todo lo que su sentidos le cuenten a partir de la experiencia. Hay dos espacios bien delimitados: el que ocupa el espectador y el que se extiende en torno a la luz, merecedor también de una exploración concienzuda en virtud de las posibilidades del ojo. Resulta inevitable abrigar sensaciones espirituales dado que el hallazgo invita a pensar en un templo, pero en realidad la intuición de Turrell va por otro lado. El mismo artista da las claves en un vídeo documental que los interesados podrán ver en la sala de proyecciones del Museo Picasso a modo de complemento perfecto para Cherry, obra incluida en la serie Space Division Constructions (en la que el artista empezó a trabajar en 1976): “Mi obra no tiene objeto, imagen ni foco. ¿Y qué queda cuando no tienes objeto, imagen ni foco? Muy fácil: tú mirando. Ésa es mi obra de arte”. De esta manera, Turrell aborda de manera directa “la experiencia de un pensamiento sin palabras”. El espectador queda no incorporado a la obra, sino convertido en obra misma, si bien el arte sucede en su cabeza. Es ahí, en la idea, donde la delimitación entre lo material y lo material que puede localizarse en la luz adquiere un pleno sentido clarificador.
Turrell admite entre sus referentes a Caspar David Friedrich, “por el modo en que contrapone conciencia y naturaleza, yo y realidad”; así como la abstracción de Malévich (“el ascenso de un hombre hacia el éter”), pero Inmaculada Abolafio apunta una posible influencia en negativo de Mark Rothko: la primera vez que Turrell vio una obra del genio del expresionismo abstracto afirmó sentirse decepcionado, “y no es de extrañar que su obra haya ido dirigida desde entonces a superar la limitación formal de Rothko”. Todo lo que los artistas americanos del expresionismo abstracto prometieron a mediados del pasado siglo ha encontrado su más afortunada respuesta, crítica y continuación en James Turrell. En la luz, el juego del color sigue otras reglas: el amarillo y el azul nunca se funden en el verde. Para desazón del ojo satisfecho con las apariencias.
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