La odisea de Omar Ibn Hafsún
Historia de Málaga
Los restos arqueológicos hallados en Pizarra y correspondientes a una ciudad de la alta Edad Media prometen aportar información y contexto a la gesta del muladí que puso en jaque al Emirato cordobés desde Bobastro
Málaga/Revisada la Historia a menudo como una mera sucesión de bloques independientes, las conexiones y mezclas que se dan entre los distintos episodios del relato quedan por lo general soslayados, por más que justo ahí se encuentren los matices más interesantes. Habitualmente se perfila el proceso de islamización de la Península Ibérica desde el siglo VIII como poco menos que un viaje de placer, en el que los musulmanes llegados desde el norte de África apenas encontraron resistencia en un territorio donde el cristianismovisigodo apenas daba ya más de sí, pero, más allá de las nociones (a menudo arbitrarias) de conquista y reconquista, las tensiones militares fueron abundantes en litigios en los que bandos a menudo confluían más de lo que cierta historiografía está aún dispuesta a aceptar. Los restos arqueológicos recientemente hallados en Pizarra por el equipo que coordina el doctor de la Universidad de Málaga Virgilio Martínez Enamorado, correspondientes a una ciudad medieval habitada al menos entre los siglos VIII y IX por una población cristiana, prometen arrojar luz y datos esenciales a la gesta de Omar Ibn Hafsún que en aquel tiempo llegó a poner en jaque al Emirato omeya de Córdoba desde Bobastro, con la que la villa localizada ahora en el paraje de Castillejos de Quintana debió compartir una hermandad estratégica más allá de lo religioso. Si la transición de la época tardovisigótica a la andalusí constituye un enigma en buena parte de España dada la ausencia de restos arqueológicos y testimonios documentales, la provincia de Málaga refuerza ahora su condición de libro al respecto, de nuevo con Ibn Hafsún como guía fundamental.
Pocas figuras históricas responden a esta idea de confluencia con la precisión del malagueño Omar Ibn Hafsún, nacido en torno al año 850 en la alquería de Torrichela, perteneciente a la antigua Hisn Autha, hoy Parauta, en el corazón del Valle del Genal. Nieto de visigodos que optaron por convertirse al Islam tras la llegada de los musulmanes, nuestro hombre formaba parte por tanto de la casta de los muladíes, cuyas relaciones con el poder islámico fueron siempre incómodas. De hecho, en el mismo 850, Abd al-Rhaman II emprendió una ambiciosa reforma política y social para conferir una mayor cohesión a su territorio, cuya heterogeneidad económica, cultural y religiosa dificultaba de manera notable su gobierno, y encontró de inmediato la oposición de los muladíes, quienes no dudaron en acudir a la lucha armada para reforzar su resistencia. Implicado en la causa e inclinado a hostigar a los bereberes, el joven Ibn Hafsún huyó al norte de África (algunas fuentes lo sitúan en el escenario de un asesinato), donde adquirió una destreza militar que no dudó en aplicar a su regreso a al-Andalus en el año 880. Lo hizo primero, paradójicamente, a favor del Emirato: Muhammad I decidió reclutarlo en su ejército y Ibn Hafsún aceptó, movido por la oportunidad brindada para su enriquecimiento personal, hasta derrotar a los cristianos en la batalla de Pancorbo. Cansado sin embargo del desprecio de los omeyas, decidió recuperar sus raíces y reunió a un ejército formado por muladíes, cristianos y también bereberes desencantados con el Emirato. Con ellos emprendió una revuelta que tuvo su núcleo esencial en Bobastro.
Tal y como recordaba en 2012 el profesor de la Universidad de Málaga Manuel Acién en una conferencia pronunciada en el ciclo Cita con la Arqueología, Bobastro llegó a ser una gran ciudad cuya situación geográfica la convirtió en inexpugnable. De hecho, resistió con éxito todas y cada una de las embestidas omeyas durante más de cuarenta años. Su condición de gran ciudad quedó ratificada ya poco después de su fundación con la llegada de un obispo cristiano que Ibn Hafsún promocionó como guiño inefable al rey Alfonso III para ganar su apoyo, pero también con sus construcciones religiosas: la iglesia descubierta a mediados de los años 80 y, especialmente, la basílica mozárabe que el mismo Virgilio Martínez Enamorado encontró en 2001. Sin embargo, lo que se conoce actualmente de Bobastro es muy poco, apenas un fragmento de la urbe que se extendía a lo largo y ancho de la Mesa de Villaverde, en el Desfiladero de los Gaitanes: allí sigue sepultado en su mayor parte un yacimiento arqueológico merecedor de un mayor estudio y, sobre todo, de una protección eficaz contra los expoliadores. Que Bobastro resistiera intacta durante tanto tiempo tuvo que ver, también, con el ingenio militar de Ibn Hafsún, quien, por ejemplo, engañó al ejército musulmán de al-Mundir simulando la rendición de la ciudad y aprovechando la retirada del cerco militar para atacar a discreción. Sólo en el 928, diez años después de la muerte de Omar Ibn Hafsún, fue capaz Abd al-Rhaman III de rendir la ciudad y construir en ella una alcazaba. Antes, en el año 889, había consumado Ibn Hafsún su conversión al cristianismo con su bautizo en Bobastro y la adopción del nombre de Samuel. Su hija, santa Argentea, es hoy venerada por los cristianos como virgen y mártir.
Pero la odisea de Ibn Hafsún abarcó mucho más allá de Bobastro. El caudillo estableció alianzas con grupos rebeldes de Estepa, Osuna, Écija, Elvira, Jaén e incluso el norte de África hasta poner en jaque al Emirato en una extensión que abarcaba desde Murcia hasta Algeciras. El objetivo no era otro que la independencia del territorio y la promulgación de leyes propias (la leyenda concede a Ibn Hafsún el mérito de haber enarbolado por primera vez la bandera verde, blanca y verde en Bobastro como signo de esta empresa). Y es aquí donde la ciudad medieval encontrada ahora en Castillejos de Quintana, en Pizarra, puede ofrecer información harto interesante de primera mano: el hallazgo de una iglesia con el ábside en arco de herradura señala que también aquí la población profesó el cristianismo a modo de resistencia frente al poder omeya, lo que, según Martínez Enamorado, "se corresponde con comunidades que, frente a la imposición del Islam, optaron por un cristianismo ascético, radical, vivido de manera aislada". Tanto es así que el hallazgo de esta primera iglesia invita a pensar en la existencia de otro templo de mayores dimensiones, al igual que en Bobastro, en cuya localización trabaja ya el equipo que dirige el arqueólogo. Situada a apenas diez kilómetros de la misma Bobastro, la villa de Castillejos de Quintana pudo funcionar como un satélite o, tal vez, un aliado fundamental para su resistencia. En cualquier caso, esta historia merecería una apuesta institucional decidida en materia de excavación, estudio y protección, especialmente de la ruinosa Bobastro. La candidatura a Patrimonio Mundial del Caminito del Rey aporta no pocos argumentos para llevarla a cabo.
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