La oscuridad, centro y paisaje

La titánica adaptación del Teatre Lliure de '2666', homenaje manifiesto a Roberto Bolaño, exhibe las mejores armas del arte dramático para asomarse a la desolación

Representación de '2666', de Roberto Bolaño, a cargo del Teatre Lliure.
Representación de '2666', de Roberto Bolaño, a cargo del Teatre Lliure.
Pablo Bujalance

17 de febrero 2008 - 05:00

Quien haya leído el 2666 de Roberto Bolaño (quien no, debería hacerlo en el plazo más breve posible) sabrá que la novela esconde un objeto oscuro cuya naturaleza no llega a revelarse, tal vez porque, en el momento en que un enigma semejante pueda dilucidarse sin problemas, la especie humana habrá terminado por conocerse a sí misma. Desde el título -jeroglífico de satánicas connotaciones que hace referencia a un año en el que no estaremos, habremos sido olvidados e incluso, posiblemente, ya no habrá nadie-, hasta la estructura, que tiende puentes desde las tragedias del siglo XX hasta aquéllas que nos advierten en el siglo XXI que la profecía corre riesgo serio de cumplirse, la obra recorre los paisajes más desolados de la humanidad como si se tratara de un desierto de Sonora regado de cadáveres. Los lectores sabrán también que trasladar este 2666 (que recoge la simiente del Pedro Páramo de Rulfo y lo eleva hasta altares que hicieron de Bolaño uno de los cinco mejores escritores en lengua castellana en los últimos cien años) a la escena es una tarea imposible. Pero, parafraseando a alguien, Álex Rigola no lo sabía y por eso lo ha hecho.

Ante todo, el espectáculo, que se prolonga durante cinco horas y logra mantener la atención del público durante todo el trayecto (sólo algunos pocos se dieron por vencidos antes de tiempo en la representación del viernes), es un homenaje directo a Roberto Bolaño. Así lo aseveran los cinematográficos títulos de crédito proyectados inicialmente sobre el telón, los fragmentos de entrevistas y las citas presentadas de igual forma y, especialmente, la fotografía eterna del chileno, ésa en que aparece con su aire despistado y la tímida media sonrisa (conmovedora, diantre, no pude evitar la lagrimita) que aparece en la pantalla al final, mientras el público aplaude de pie y el reparto regala sus reverencias al maestro. Y es un homenaje más que digno, respetuoso a veces hasta el escrúpulo, que presenta cinco obras diferentes en la medida en que 2666 reúne cinco novelas diferentes.

En este sentido, Álex Rigola ha redondeado un tratado enciclopédico de las artes escénicas, que incluye los registros más dispares y que, lamentablemente, no pudimos disfrutar en Málaga en toda su plenitud ya que la escenografía tuvo que ser reducida considerablemente dadas las medianas dimensiones del Cánovas. Transitan, de cualquier forma, estilos y parámetros teatrales muy diversos: los meramente narrativos, como en La parte de los críticos inicial, ponen la novela en boca de sus personajes y su inserción parece inevitable, aunque se echa en falta una teatralidad más contundente durante el discurso. Ésta llega, precisamente, en los pasajes en que Rigola decide tomarse más libertades y llevar el material original a su terreno, sin separarse un ápice de su intención. Es en esta personalización de la obra cuando el montaje gana enteros: véanse la etílica aparición de Boris Yeltsin en La parte de Amalfitano, la perturbadora coreografía de La gasolina en La parte de Fate (logradísima, realizada entera en uno de esos cubos claustrofóbicos que tanto gustan a Rigola, con un violento fondo verde), y sobre todo La parte de los crímenes, creación auténtica en sí misma y la patada más directa al estómago que este crítico ha visto en un teatro, rematada con la bilis revuelta por los chistes machistas que se cuentan alrededor del cadáver de una mujer brutalmente asesinada.

Es de suponer que la admiración hacia Bolaño haya movido a Rigola a no salirse del tiesto ni un milímetro más allá de lo necesario, aunque quizá, visto el resultado, habrían sido deseables mayores distancias. La muerte del escritor está demasiado reciente y su proyección internacional todavía está en juego, así que, tal vez, con más tiempo de por medio la interpretación escénica habría sido más brillante. Pero el reparto, salvo algunas consideraciones sobre la dicción, funciona como se espera hasta sugerir en este 2666 el mismo objeto oscuro. ¿Un corazón?

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