Por el país de los cátaros XI: de Albí a Conques

El jardín de los monos

Gaillac es un pintoresco pueblecito en el que se disfruta de unas magníficas vistas y del sabor de unos excelentes caldos criados en sus antiguas bodegas

Por el país de los cátaros VIII: Albí (I)

Conques.
Conques. / Luis Machuca
Juan López Cohard

19 de febrero 2023 - 06:09

Málaga/Gaillac es un pintoresco pueblecito en el que se disfruta de unas magníficas vistas y del sabor de unos excelentes caldos criados en sus antiguas bodegas. A orillas del Tarn, aún conserva cierto aire medieval en sus callejuelas, en sus iglesias y en las fachadas, de vacilante verticalidad, de muchas de sus casas. Después de desayunar, visitar La Maison del Vino y las iglesias de Saint-Pierre, del s. XIV, en la que destaca una potente torre adosada a su fachada, y de Saint-Michel, de los s. XII-XIII, nos dirigimos al cercano pueblo de Cordes sur Ciel.

Cordes, que así se llamaba hasta que el poeta Jeanne Ramel-Cals la cantó sentada en una nube, sobre el cielo, y abrazada por las alas del Arcángel San Miguel, Cordes sur Ciel, es una de las más bellas ciudades fortificadas del Languedoc. Su traza y su aspecto medieval se encuentran intactos, como si el tiempo se hubiese detenido desde que Raimond VII, el conde de Toulouse y marqués de Provenza, la fundara en 1222 y estableciese en ella a todos aquellos que habían perdido sus hogares por obra y gracia de la cruzada de Simón de Monfort. Inmediatamente se convirtió en una plaza fuerte del catarismo.

Una más que empinada escalera nos llevó a la puerta de entrada, llamada de Ormeaux, con forma de herradura y guardada por dos torres que la escoltan y enmarcan a un anacrónico reloj que marca las horas de un tiempo que nunca pasó por la medieval ciudad. Tras esa puerta, hay otra y otra y aún otra más que atraviesan las cuatro murallas que defienden la ciudadela. Nos encontramos en la Gran Rue de Raimond VII. Aunque dentro de las murallas todas las casas son góticas del s. XIV y magníficamente conservadas, en ésta calle pudimos ir contemplando palacios realmente excepcionales. Palacios porticados con arcos ojivales y fachadas con dos filas de ventanas ojivales ajimezadas y tímpanos de filigranas en piedra calada, entre los que destacan el palacio del Grand Fauconnier (Halconero Mayor), el del Grand Veneur (Montero Mayor) y el del Grand Ecuyer (Caballerizo Mayor).

Una atractiva plaza cubierta, que conserva su techado original, es aún el lugar del mercado y en ella se celebran agradables y curiosos mercadillos de productos medievales. En ésta plaza se encuentra un pozo de construcción un tanto extraña que tiene más de cien metros de profundidad y que despierta bastante curiosidad. No dejan de ser curiosos los extraños bajorrelieves de muchas de sus casas, especialmente los de la “Gran Genet”. Y también es una rareza que en la casa llamada “de Prunet” se encontrara emparedado un manuscrito en occitano, del siglo XIII, titulado “La suerte de los Apóstoles”.

La iglesia de Saint-Michael presenta dos torres curiosas. Una, la más alta, es una atalaya militar muy similar a una torre de vigilancia. La otra es un torreón de base cuadrada, macizo con saeteras en sus fachadas, rematado por uno de planta octogonal con ventanas en arco de medio punto. En la fachada principal, asimétrica, la puerta de entrada tiene un gran rosetón encajado en una hornacina ojival.

Puede que en Cordes sur Ciel se respire, como en ninguna otra ciudad del Languedoc, los efluvios del catarismo. La Inquisición hizo estragos en ella y, no en balde, varios inquisidores fueron allí asesinados (tirados al extraño pozo, antes citado, concretamente) una década después de la fundación de la ciudad.

Suspendida en el cielo sobre el valle del Cérou, la ciudad transmite una paz que sobrecoge. Aún con un turismo de cierta importancia la estancia se hace agradable y la tranquilidad se apodera del alma. De ella dijo Albert Camus que “su belleza te irá quitando la soledad día tras día”. El reposo de los siglos y la grandeza de sus paisajes sobre los que parece estar volando, aniquila el ansia de continuar viaje. Sus curiosos comercios de productos salidos de las manos de artesanos que han continuado la tradición gremial de aquellos cátaros que tenían allí sus talleres, te animan a caminar despacio, a disfrutar de sus calles y a contemplar aquellos edificios medievales que tanta historia almacenan.

Nuestro siguiente destino fue Rodez, la actual capital del departamento francés de Auvernia. Antiguo poblado celta donde vivían los “ruten”, que de ahí proviene su denominación, fue ocupada por romanos, visigodos, francos, moros, aquitanos y tolosanos, hasta que pasó a ser de la corona francesa. En su época tolosana fue asilo de cátaros y, como todas las demás ciudades del Languedoc, sufrió los embates de la Inquisición. Pero lo más curioso de ésta ciudad es que estuvo dividida materialmente en dos, esto es, con una muralla de por medio, a causa de la guerra entre el obispado y el conde de Rodez. Ello fue del siglo XIII al XV.

La ciudad está sobre una colina que se alza sobre el rio Aveyron y sobre ella destaca prominentemente la catedral de Notre-Dame, el edificio más destacado e importante de la ciudad. Nos llamó mucho la atención su fachada principal que carece de puerta de entrada ya que se encuentra en un lateral. El frente es una auténtica fortaleza y, de hecho, fue parte de la muralla defensiva, rota tan sólo por la parte superior de la nave central de estilo gótico con un rosetón y pináculos afiligranados. A los lados de dicha nave hay dos torres de distintas alturas sobre las que se apoyan los arbotantes. Realmente esplendorosa es la vista del ábside y el campanario que se encuentra en el lado izquierdo del crucero. Del ábside parten multitud de arbotantes con sus contrafuertes formando un bosque de arcos junto al que sobresale el campanario gótico flamígero de espectacular belleza. Seguramente la catedral es obra de Jean Deschamps ya que fue éste arquitecto quién introdujo el gótico en el sur de Francia allá por el siglo XIII.

El interior de la catedral nos pareció, a pesar de los grandes ventanales, algo oscuro aunque realmente es grandioso con sus tres naves que descansan sobre pilares con sus correspondientes nervaduras. Algunas capillas contienen interesantes esculturas y notables catafalcos; hay, en una de ellas, un retablo del Santo Sepulcro espléndido. Es también magnífica la sillería del coro del siglo XV. Ya fuera de la catedral, en lo que se denomina el Viejo Rodez, nos encontramos con el Palacio Episcopal y, entre callejuelas medievales, todas peatonalizadas, dimos con la preciosa plaza del Bourg plagada de casas antiguas. En los aledaños nos encontramos con el Museo Fenaille que contiene una interesante colección de menhires tallados, lo que nos recordó que andábamos cerca de la meca del arte prehistórico y la cultura megalítica en Francia.

Conques es un maravilloso pueblecito del valle del Dourdou absolutamente mimetizado con la naturaleza que le envuelve. La pequeña villa nace en torno al monasterio benedictino, de época carolingia, de Ste-Foy. En el siglo IX un ermitaño llamado Dadon se estableció en éste paraje. A partir de él nació el monasterio. A finales del milenio los benedictinos consiguieron traerse de Agen las reliquias de la mártir Ste-Foy (Santa Fe) que murió en las persecuciones de Diocleciano y, habiéndose corrido la voz de que la santa hacía muchos milagros, el lugar se convirtió en un importante centro de peregrinación que se reforzó al quedar el lugar estratégicamente situado en el Camino de Santiago. La iglesia abacial de Ste-Foy, románica de los s. XI-XII, es un espléndido ejemplo de templo de peregrinación. El tímpano representa un asombroso relieve sobre el Juicio Final con un extraordinario Cristo Pantocrátor. Pero lo realmente curioso, en éste tipo de representación, es que aparece el demonio saliendo por la puerta del Averno en tanto que es rechazado por los ángeles. Es espectacular y el único elemento decorativo de la austera fachada. En el tesoro se puede contemplar la imagen-relicario de Ste-Foy que es del siglo X.

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