Pat Metheny: todas las orquestas del mundo
Festival de Jazz de Málaga
El guitarrista y compositor estadounidense cerró el Festival de Jazz en el Teatro Cervantes con una revisión a fondo de su trabajo como solista que deparó sorpresas inolvidables
El legado musical de Quincy Jones
Málaga/En su tercera comparecencia en el Teatro Cervantes, celebrada este sábado para la clausura del Festival de Jazz de Málaga, Pat Metheny se presentaba ante el público en estricto formato solo, sin más músicos que él mismo. Lo hacía para presentar sus dos últimos discos, el recién aparecido MoonDial y el anterior Dream Box, grabados de esta guisa, aunque ya en la intervención inicial, todavía desde las bambalinas, advirtió de que, más que una puesta de largo al uso del álbum, revisaría para la ocasión otros proyectos de su fecunda trayectoria concebidos y ejecutados bajo tan sonora soledad. Ya en escena, Metheny bromeaba sobre la evidencia de que cada vez que actuaba en Málaga lo hacía con menos gente a su lado (en sus dos actuaciones previas en el mismo escenario, en 1998 y en 2001, se hizo acompañar del Pat Metheny Group) y, precisamente, otra de las grandes novedades respecto a aquellas citas fue la posibilidad de encontrar al guitarrista de Missouri mucho más dicharachero y doméstico, como cuando evocó el momento en que vio por primera vez una guitarra, a sus diez años, en una actuación televisada de The Beatles, así como sus frustrantes comienzos con la trompeta o el día en que su hermano Mike le hizo escuchar el 4:30 Blues de Duke Ellington para que se olvidara de The Beatles (propósito que, claro, nunca logró). Metheny llamaba igualmente la atención sobre el hecho de que, tal y como le habían recordado no mucho antes, su discografía alcanza ya los 53 títulos (el músico admitió que no llevaba la cuenta), y consideró que, entre todos esos álbumes, los facturados en solitario constituían un paisaje singular que merecía una exploración más consciente en directo. Y eso fue justo lo que brindó en un concierto de dos horas y media que, en muchos sentidos, ganó la categoría de inolvidable.
De entrada, sí, la propuesta resultaba estimulante. El formato solo es el que ha permitido a Metheny abrazar los espectros más amplios del sonido, desde los más radicales e innovadores hasta los más desnudos, en un abanico de amplitud abrumadora. Es ahí, sin más músicos, donde Metheny se ha apartado también de manera más espontánea del jazz, o al menos de las convenciones propias del jazz (no del espíritu inquieto que se le supone al género). Lo cierto es que uno no habría creído que Metheny se atrevería a reproducir en escena algunos de los momentos más extremos de este registro, pero sí, lo hizo, de manera generosa y tremenda. Comenzó en estricto tiento acústico con la revisión de Beyond the Missouri Sky, el disco que grabó en 1997 mano a mano con Charlie Haden, y ahí que sonaron Waltz for Ruth, Our Spanish Love Song y el tema central de Cinema Paradiso compuesto por Ennio Morricone, entre otros; pero Metheny se iba acordando en el camino de otros clásicos de su cosecha extraídos de Phase Dance o Still Life (Talking). Quedó entonces bien demostrado el modo en que el músico concibe la guitarra como una orquesta, premisa que amplió a medida que iba añadiendo instrumentos en el escenario, como un par de ejemplares de guitarra barítono y la Pikasso de 42 cuerdas con la que interpretó Into the Dream. Curiosamente, el formato solo ha prodigado uno de los mayores éxitos discográficos de Pat Metheny, la colección de perlas ajenas What’s it all about de 2011, del que interpretó Alfie de Burt Bacharah, That’s just the way I always Heard it should be de Carly Simon, Garota de Ipanema de Antonio Carlos Jobim y la estremecedora lectura de And I love her de The Beatles que cerró el concierto. También contravino Pat Metheny el consejo de su hermano Mike con Here, There and Everywhere, recogida en MoonDial, del que interpretó de paso la pieza que da título al disco. Y, ya que estábamos, la Manha de Carnaval de Luiz Bonfá supo a gloria.
Pero uno no habría esperado, honestamente, que Metheny incluiría en el concierto material de su Zero Tolerance for Silence de 1994, no solo su disco más radical, también el envite con el que pulverizó las presunciones más transgresoras de cualquier género, a la búsqueda de armonías inéditas en el mismo corazón del ruido. Y lo hizo, pedaleando a mansalva, para sorpresa del respetable que llenaba el Cervantes y que solo pudo reaccionar entre el estupor y la admiración. Para entonces, todavía en realidad en los primeros compases del concierto, Metheny había puesto todas las cartas boca arriba al hacer sonar sus guitarras (que superaron la decena) a la vez en diferentes pistas tras su correspondiente grabación en directo. Metheny se lo pasaba ya en grande jugando al mago Houdini, apartando telas negras bajo las que aguardaban su turno estratégicamente camufladas más guitarras. Pero, en realidad, faltaban los ases. Uno tampoco habría apostado un céntimo a favor de que esta noche veríamos recreado el Orchestrion de 2010, pero, llegado el momento, el último telón se alzó y allí estaba, la orquesta de autómatas cuyas percusiones hacía sonar el propio Metheny sin salir del juego. Resultó, entonces, que la orquesta terminó siendo mucho mayor de lo que cualquiera habría llegado a imaginar, pero en realidad todas las orquestas del mundo habían encontrado su acomodo entre las estrictas seis cuerdas con las que Pat Metheny ha firmado una de las aventuras musicales más asombrosas del último siglo. Estuvimos allí y lo recordaremos siempre.
También te puede interesar