Pedregalejo, el oasis 'malaguita' que resiste al turista en Málaga

El barrio convive con la tradición y la modernidad en la oferta gastronómica

Las jábegas y los chiringuitos con espetos, dos estampas que representan la cultura malagueña costera

El Ayuntamiento reconoce que mil malagueños necesitan "una vivienda urgente y no tanto debate"

Jábega en la playa de Pedregalejo / Javier Albiñana

El olor a sal, el sonido de las olas rompiendo con las rocas, risas y viandantes que van de arriba abajo por el paseo marítimo. Pedregalejo es un barrio pesquero del este de Málaga que conserva las raíces de los malagueños a pesar del paso del tiempo. Resiste a la turistificación y sirve como refugio de los locales para huir de la masificación, de las franquicias y de los precios abusivos de un Centro en el que ya pocos habitan. Este rincón litoral preserva el encanto de antaño y hace sentir a los residentes que conectan -o reconectan- con su cultura costera, como si se tratase de una burbuja espaciotemporal en la que se protege lo malaguita frente a lo que viene de fuera.

Uno de los ejemplos más marcados es Astilleros Nereo, ubicado al principio del paseo marítimo, dando la bienvenida y ejerciendo de frontera con lo turístico y lo tradicional. A los pies de este mítico local yacen dos jábegas en la orilla. Los visitantes aprovechan las vistas que otorgan las embarcaciones típicas de Málaga para posar y llevarse unas fotografías para el recuerdo con el mar de fondo. El clic de los móviles y las sonrisas ante las cámaras no cesan. Los turistas vienen y van como el oleaje, esperando su turno para colocarse frente a las barcas de madera. Un par de metros más adelante, un pequeño quiosco espera a recibir las visitas de los transeúntes para brindar bebida refrescante, chucherías o cualquier aperitivo que se le antoje a cualquiera pasada la media tarde.

En el Paseo Marítimo el Pedregal se puede encontrar todo tipo de oferta gastronómica. El primer local es una alta taberna de cocina tradicional de Málaga, La Malagueña Cuando Besa, que ofrece unos platos más elaborados para un público que busca algo diferente. Es la muestra de que el barrio convive con la tradición y la modernidad, una combinación que, en equilibrio, permite el disfrute de todo tipo de personas. Al seguir caminando, el paseo conduce hacia la Peña Recreativa Pedregalejo, que reúne en su terraza a los primeros malagueños que se animan a tomar su cervecita en compañía cuando las temperaturas de un día cálido empiezan a descender.

El paseo marítimo de Málaga no se entiende sin chiringuitos. Aunque esté repleto de bares y restaurantes enfocados a un consumo más abierto -con platos y cartas al gusto de cada uno, con una oferta amplia de comida y bebida-, en la arena descansan barcas que empiezan a llenarse del humo de las brasas. En unos minutos, algunos de los visitantes se impregnan por el olor que emanan y observan con curiosidad el arte del espetero. Las varillas de metal se llenan de sardinas y se broncean con el sol de fondo, que pocos minutos le quedan para seguir dando luz natural, ante la mirada de todo aquel que se preste a deleitarse con la tradición costera de la gastronomía de Málaga. Y Pedregalejo no se entiende sin la hamburguesería Mafalda y sus camperos, que no tarda en tener una larga cola de espera con la terraza llena.

Espetero de un chiringuito de Pedregalejo / Javier Albiñana

Aunque el calor sigue arrancando suspiros, muchos son los bañistas que apuran adentrarse al mar para refrescarse y huir de las altas temperaturas de la ciudad. Entre chapuzones y risas, muchas familias disfrutan de estar unidas y de unos instantes que, conscientes o no, no se van a repetir. Por ello, los padres y madres juegan con sus hijos por la orilla o gozan de un baño divertido, saltando las olas que mecen barcos en la lejanía. También hay espacio para los adolescentes y Pedregalejo se llena de su vitalidad. Pequeños grupos hablan entre ellos tumbados en las toallas en un pequeño círculo o juegan a las palas. Incluso con una pelota.

Pero los adultos, por otro lado, también buscan la manera de divertirse. Con cervezas sobre una mesa de madera, un grupo de tres amigos juegan al parchís al lado de una barca de espetos, en la arena, regalando una postal veraniega idílica y demostrando que la felicidad también se encuentra en las pequeñas cosas. Con el atardecer de fondo, varias jábegas regresan a la orilla después de una salida para el entrenamiento del Club de Remo de Pedregalejo, que se abre paso entre las pocas sombrillas que quedan todavía clavadas en la arena. Con sus camisetas amarillas, aguardan unos minutos para elegir el chiringuito en el que tomarse un refrigerio de recompensa después del esfuerzo realizado en el mar.

Las diversas calas, todas en forma de U, parecen abrazar el paseo marítimo de Pedregalejo, desde donde varias personas mayores conversan en la sombra sobre cómo les ha ido el día o lo mucho que ha cambiado el barrio desde que viven en él. Mientras tanto, una mujer ofrece biznagas, vestida con una camisa blanca, a juego con la flor de Málaga. En el horizonte divisan a varias personas practicando paddle surf, un deporte que ha crecido en la costa. Más al fondo, varias motos de agua se pasean por el litoral y aprovechan el rastro de olas que dejan los barcos turísticos y las pequeñas lanchas que saltan hacia la orilla para poner fin a una tarde de navegación.

Pero no todo ha cambiado. Basta con adentrarse por los callejones estrechos del barrio, donde aún quedan casas mata de todos los colores, típicas de Pedregalejo, un barrio pesquero, pero que a su vez fue cuna de burgueses malagueños. Dos apartamentos turísticos no consiguen reemplazar el alma de un barrio que congrega a muchos vecinos en un escenario colocado en una pequeña plaza. Los locales practican zumba y ríen al ritmo de una música que invita a seguir los pasos de los profesores, que animan a los residentes como si se tratase de una fiesta. "Esto es lo que hace barrio", se escucha decir a una de las presentes al acabar la clase al aire libre.

También se juntan grupos de vecinos que sacan sus sillas a la calle y, en círculo, hablan plácidamente sobre sus vidas mientras se fuman un cigarro o beben cualquier refrigerio cuando el sol ya se ha escondido lo suficiente como para no molestar a la vista. Sobre ellos, cuelga un cartel de la Virgen del Carmen, su patrona, la Estrella de los Mares. Esa por la que tanta devoción siente el barrio, volcado cada 16 de julio. En otra fachada se puede ver una estampa de Jesús Cautivo al lado de la puerta. En otra terraza, un vecino del barrio luce un botellín pintado con los colores del Málaga CF. Hay añoranza y sentimiento de nostalgia por la cultura propia, por lo malaguita, pero Pedregalejo es la muestra de que no todo está perdido. La Málaga de siempre sigue presente en sus calles.

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