“El aprendizaje que entraña ver el mundo a través de un personaje que te repugna no tiene precio”

Pilar Adón | Escritora

La autora de 'De bestias y aves', referente esencial de la literatura española contemporánea, participará en la próxima edición del Festival Escribidores, que se celebrará en Málaga y otras ciudades andaluzas del 22 al 25 de febrero

La narradora, poeta y traductora Pilar Adón (Madrid, 1971). / Asís G. Ayerbe

Málaga/En el panorama literario actual en lengua española, la figura de Pilar Adón (Madrid, 1971) ocupa una posición central y a la vez independiente, propia y distinta, lo que únicamente queda al alcance de los autores imprescindibles. Su última novela, De bestias y aves (Galaxia Gutenberg, 2022) ha sido reconocida con galardones como el Premio Francisco Umbral y el Premio CálamoOtra Mirada, un colofón, de momento, a una trayectoria reconocible y apasionante, notoria y generosa, con libros de relatos (La vida sumergida, Viajes inocentes y El mes más cruel, entre otros), poemarios (Las órdenes, Mente animal y La hija del cazador) y otras novelas (Las efímeras) además de la traducción y la edición. Hace unos días, Adón participó en el ciclo de lecturas dramatizadas de la Fundación UnicajaA Escena junto al actor Juan Antonio Hidalgo; y el próximo 25 de febrero volverá a Málaga como parte del cartel del Festival Escribidores, que reunirá desde el día 22 en Málaga, Sevilla, Granada y Almería a escritores como Mario Vargas Llosa, Leonardo Padura, Valeria Correa Fiz y David Foenkinos además de Pilar Adón, quien compartirá mesa y conversación con Jorge Hernández y Santiago Roncagliolo en el Museo de Málaga.

-¿En qué medida supone De bestias y aves una continuidad en relación con su obra o, tal vez, un capítulo aparte?

-Yo la veo como una continuidad, como si fuese una obra dentro de una obra mayor que llevo escribiendo desde hace muchos años. Tengo la sensación de que en mi caso cada obra está enlazada con la anterior y la siguiente, no por una voluntad expresa por mi parte sino porque supongo que, a la hora de escribir, siempre me guían ciertos temas. Uno fundamental es el del encierro, por distintas razones basadas casi siempre en el miedo. Así que cuando vuelvo la vista atrás a mis poemas, mis cuentos y novelas, encuentro una imagen recurrente: la de unas mujeres encerradas en una casa. Así era en Las efímeras, en De bestias y aves, en los poemas, incluso en el primer relato que escribí, cuando aún era muy jovencita. Todo enlaza con una cierta vocación de encierro. Cuando estalló la pandemia y tuvimos el confinamiento mucha gente lo advirtió, pero en realidad venía de mucho de antes, no tenía nada que ver con esa circunstancia excepcional. A veces me planteo por qué me interesa tanto este tema, la sensación de saberse protegida cuando estás encerrada. Y creo que tiene que ver con un instinto animal, con un anhelo de madriguera, de escondrijo, para ponerse a salvo.

-¿Tal vez, dado que en su escritura el silencio es un elemento clave, lo que no cuenta en una obra sirve para iluminar lo que sí cuenta en otra?

-Pienso mucho en eso últimamente. Terminas de escribir un libro de cuentos o una novela después de un proceso lento, al menos en mi caso, ya que soy muy esmerada; luego la entregas para su publicación y por una parte estás satisfecha, pero por otra parte estás segura de que no lo has contado todo, de que el tema no se ha acabado. Por eso, casi siempre que termino una novela necesito empezar ya la siguiente. Al mismo tiempo, cada vez estoy más convencida de que ese lugar que buscan mis personajes para sentirse protegidos es la novela misma. Ahí está el hogar donde yo puedo encerrarme en busca de protección, y si fuera uno de mis personajes haría lo mismo. Necesito tener una novela de fondo a la que volver siempre. Cuando la rutina se rompe por cualquier cuestión, la estabilidad de la novela en la que trabajo me aporta seguridad.

-¿Y el lector, está también presente en esa casa?

-Absolutamente. La palabra casa es muy importante en mi obra precisamente por eso. En mi obra, cada novela funciona como la habitación de una casa. Puedes ir pasando de una habitación a otra y así tendrá el lector la oportunidad de conocer mi obra, entendida más como un continuo que como un conjunto de libros independientes. Por otra parte, mi intención es siempre que el lector participe de las emociones de los personajes, de sus inquietudes. Algunos lectores me han contado que De bestias y aves les ha resultado una novela incómoda, en la que sólo al final entiendes bien cómo se ha dado la salvación de la protagonista. Pero es que me interesa mucho que en mis novelas el proceso de lectura sea un proceso de vida, de la mano de los personajes. Supongo que esto tiene que ver con el modo en que concibo la escritura. Yo, ante todo, me considero lectora. Y, como lectora, me gusta participar en las novelas que leo, sentirme cocreadora. Cuando escribo persigo exactamente eso, que el lector se sienta cocreador de lo que está leyendo.

-Ya que hablamos de casas, ¿su proceder a la hora de construir a los personajes es similar al de un arquitecto?

-Nunca me lo he planteado así. Las casas, como te decía, son importantes para mí. Así que supongo que algo hay. Pero, por otra parte, todo lo relativo a la figura del escritor como creador de un mundo más en relación con una totalidad, un universo, que con cada personaje. Por eso para mí es muy importante, a la hora de escribir, tener claras las primeras líneas y tener igual de claro el final. Que el final de la historia no se mueva llegado el momento.

"Cuando empiezas a escribir, lo haces sobre lo que quieres ser; conforme pasa el tiempo, escribes de lo que has sido"

-¿Y en alguna ocasión se ha movido?

-Intento que no pase. Me da mucho miedo la incoherencia, así que prefiero tener bien definido a dónde va todo. Luego, las anécdotas intermedias pueden sorprenderme, claro. Digamos entonces que mi instinto arquitectónico tiene que ver en cada novela con los cimientos, con el principio y con el final. Pero a partir de ahí me permito siempre alguna licencia constructiva, sobre todo con los personajes.

-Sus personajes son casi en su totalidad mujeres. ¿Es ésta su manera de hacerlos universales?

-Sí, desde luego, aunque al final supongo que mis personajes son mujeres porque eso me hace sentir muy cómoda. Pero también tengo que admitir que no me di cuenta de que los personajes de mis libros son mujeres hasta que ya había publicado unos cuantos. Me lo hizo ver una periodista en una entrevista. Yo ni siquiera había reparado en ello, y me sorprendió muchísimo. Todo se había dado de manera natural, y se sigue dando así. Pero, al mismo tiempo, la presencia de mi padre en De bestias y aves es una clave fundamental.

-Tanto, que está dedicada a él.

-Sí. Él ya no está para que pueda decírselo, pero dedicarle la novela es mi manera de reconocerlo. Para mí, mi padre es la naturaleza. La manera en que él entendía la naturaleza es para mí la manera de entender la naturaleza. Por ejemplo, él tenía problemas de circulación, para él hacerse una herida podía ser un problema delicado, y se las hacía con frecuencia dado que estaba siempre en el campo. Pues bien, cuando sufría un corte, se limitaba a ponerse una venda encima y a decir: “Esto se cura solo”. Esa afirmación está muy vinculada al mundo natural y animal, a la confianza en que la naturaleza hace las cosas bien. Cuanto te relacionas así con la naturaleza, eres todo lo contrario a un pusilánime.

"Mi lenguaje se ha ido desnudando con el tiempo, ahora es incisivo y directo, y eso se lo debo a la poesía"

-Eso me recuerda a Chantal Maillard cuando escribe sobre el mundo natural y animal como aspiración, como la puerta a un vaciamiento del yo y a una mayor conexión con el mundo. ¿Está de acuerdo?

-Sí. Creo que la mejor manera de acercarse al mundo natural se da entre el respeto y la identificación. Pero esta conexión con la naturaleza se está perdiendo, más que nada porque las personas de la edad de mi padre, que constituyen la que seguramente fue la última generación que llegó a relacionarse así con el mundo natural, se están muriendo. Ahora, con la pandemia, han muerto muchos. Su manera de ver el mundo se está yendo con ellos, y eso, de alguna forma, me da miedo. Ese mundo, por cierto, se manifestaba especialmente en las mujeres, en las que se reunían en las noches de verano a las puertas de las casas y mantenían una poderosa tradición oral. Y también esta tradición se está perdiendo. Creo que escuchamos muy poco a los ancianos y demasiado a los niños.

-¿Es para usted la novela un medio para ponerse en el lugar del otro, para habitarlo y comprenderlo, aunque ese otro no le guste o directamente le repugne?

-Sí, desde luego. Escribir novelas es una tarea que exige conocer la psicología de tus personajes, y a veces hay personajes que no te gustan. A mí me encanta enamorarme de mis personajes, pero esto no sucede siempre. Pero esa sabiduría se adquiere mucho antes leyendo que escribiendo. Cuando se diseñan planes de fomento de la lectura, habría que incidir en la cantidad de experiencias que la gente se pierde cuando no lee. Cuando lees, acompañas los personajes en una experiencia de ficción que termina siendo real. ¿Cuántos personajes de ficción pueden llegar a parecernos más reales que personas a las que conocemos? Poder ver el mundo a través de un personaje que no te gusta, que te repugna, entraña un aprendizaje que nos ayuda a discernir lo que queremos y lo que no queremos. Y eso no tiene precio.

-¿Escribir novelas es para usted otra manera de ser poeta?

-Es complicado. Ahí tengo una relación de doble sentido. Fui antes narradora que poeta, aunque curiosamente mucha gente empezó a conocerme por mis poemas. Publiqué mi primer libro de poesía ya tarde, cuando ya había publicado bastante narrativa. Por eso me considero siempre narradora antes que poeta, aunque puedo decir sin miedo a resultar cursi que a mí la poesía me ha salvado como escritora en momentos muy concretos. Uno de ellos fue la muerte de mi padre: en los meses que siguieron no podía escribir prosa, por más que lo intentaba. Pero encontré en la poesía el cauce perfecto para expresar lo que quería decir. Además, la poesía me ha enseñado a tratar el lenguaje. Mi lenguaje se ha ido desnudando con el tiempo, ahora es incisivo y directo, y eso se lo debo a la poesía. Por eso creo que mis novelas son más difíciles de vivir que de leer.

-¿Y ahora, a dónde le lleva la escritura?

-Estoy escribiendo cuentos, aunque, como te decía, siempre que termino una novela tengo que empezar la siguiente, por mucho que luego, al mismo tiempo, escriba otras cosas o traduzca libros de otros.

Adón ha sido reconocida en los últimos meses con los Premios Francisco Umbral y Cálamo. / Asís G. Ayerbe

-¿Identificaría a algún referente que le haya podido servir de modelo?

-Como lectora soy muy devocional. Hace ya muchos años tuve una fase de verdadera devoción por Marguerite Duras, que es una escritora devastadora, extraordinaria. Mi devoción fue tal que me di cuenta de que mi escritura quería parecerse a la Duras. Pero esto me sirvió, precisamente, para aprender que cuando escribes tienes que evitar esto de una manera radical. No te puedes dejar llevar. Otro flechazo importante en mi caso fue Iris Murdoch, que hace parecer fácil lo más difícil. Pero si intentas hacer algo parecido, vas a fracasar sin remedio. Los referentes están ahí para leerlos y disfrutarlos, pero no para tenerlos en cuenta a la hora de escribir. Lo que sí hago a veces es preguntarme si lo que escribo le gustaría a la Pilar Adón lectora, porque tengo claro que escribo los libros que me gustaría leer. Aunque quede un poco petulante.

-¿Sigue escribiendo desde el asombro?

Tengo la impresión de que los escritores nos pasaríamos el día entero hablando de lo que leemos y escribimos. Cuando sales del círculo de escritores, editores y periodistas, descubres que la gente habla de otras muchas cosas, y eso es una cura de humildad, te pone en tu sitio. Yo podría tirarme horas conversando sobre por qué puse o no puse una coma en tal frase, pero hago el esfuerzo de juntarme con gente que habla de otras cosas. Pero el asombro, eso sí, es constante. El deslumbramiento que te produce una obra o un autor no se termina nunca. Y de eso vas aprendiendo, por ejemplo, lo perseverante que puedes llegar a ser, o la capacidad de entrega que puedes llegar a asumir ante tu obra. Cuando empiezas a escribir, lo haces sobre lo que quieres ser; conforme pasa el tiempo, escribes de lo que has sido. Y la manera en que fijas y concretas eso también tiene mucho que ver con el asombro.

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