Por primera vez

El disco con el que debuta el cantaor Manuel Romero es una obra integrada exclusivamente por cantes clásicos

El cantaor, en un concierto reciente.
Juan Vergillos

15 de julio 2012 - 05:00

Asume con toda naturalidad Manuel Romero, en este su primer disco, aquello de que "somos enanos a lomos de gigantes". Los gigantes, de talla mediana en lo físico, se llaman Antonio Chacón, Enrique el Mellizo, Joaquín el de la Paula, Manuel Vallejo, Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manolo Caracol, Antonio Mairena, Camarón, Morente... Se trata, por tanto, de una obra estrictamente tradicional, tanto en música como en letra. Eso sí, en la garganta, en las manos, de tres intérpretes muy jóvenes. Aquí no hay pretextos de modernidad o vanguardia para ocultar intenciones puramente crematísticas. Tonás, seguiriyas, polo, bulerías, guajiras... en unas formas, musicales y literarias que, no por ser remotas son mejores. Son mejores, sin más, por su enorme calidad artística, y por eso han sido escanciadas por el tiempo. También en el pasado, en la época en que se compusieron estas malagueñas, estos tientos y estas cantiñas, había música y poesía de ínfima calidad. El tiempo ha sido el antólogo de esta obra.

Lo brillante es fruto de la juventud del intérprete principal y, también, de ese don de la naturaleza que es el chorro de voz, potente, clara, de timbre denso y viril, naturalmente bella. Manuel Romero mira al futuro desde el presente de su juventud. Y mira al pasado desde su enorme afición a este arte llamado flamenco, al clásico que de él se ha derivado por la criba de los años.

La tradición también se nutre del olvido, como estas guajiras de finales del siglo XIX, de las que no nos acordamos en cien años, y que ahora vuelven a nacer en las voces de estos venteañeros, gracias a la vanguardias técnicas, a la tecnología digital que nos permite volver a escuchar como recién grabados los cilindros de cera de nuestros bisabuelos.

La misma lozanía y el mismo afecto a la tradición adornan a las dos guitarras. La seguridad, el poso, la firmeza de Ulrich Gottwald se une en la bulería a la sólida serenidad de Pedro Barragán que, en la guajira, se deja llevar por una vibrante y muy contemporánea fantasía. Porque esa es la gracia de este disco, de estos artistas: en ellos la tradición sólo tiene sentido "en cuanto actúa en una conciencia, por ende incorporada a un presente, y en constante función de porvenir" que nos enseñó el maestro Juan de Mairena.

Por eso la tradición sólo tiene sentido cuando, como en cada una de las audiciones de este registro, se nos aparece como recién parida. Esa es la afición verdadera: incorporar la tradición a la propia vida, a las propias células, de manera que cuando Manuel Romero abre la boca lo que escuchamos, tantas veces oído, lo escuchamos por vez primera.

Manuel Romero (Pedrera, 1980) llegó a Sevilla becado por la Fundación Cristina Heeren, institución premiada recientemente con el Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera, y se quedó. Ahora forma parte del profesorado de esta institución. Pero, además de eso, es uno de los cantaores más demandados en la actualidad por el cante para el baile. Por su conocimiento de los estilos, su entrega, y su sentido del ritmo. Uno de los intérpretes con más proyección de futuro que, afortunadamente, vuelca su interés y sus excelentes condiciones en el repertorio tradicional, como demuestra este disco integrado por seguiriyas, soleares, tonás, polo, soleá apolá, bulerías, guajiras, malagueñas, tientos y cantiñas.

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