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**** 'Jurado nº2'. Thriller, EE UU, 2024, 117 min. Dirección: Clint Eastwood. Guion: Jonathan Abrams. Música: Mark Mancina. Fotografía: Yves Bélanger. Intérpretes: Nicholas Hoult, Toni Collette, J. K. Simmons, Kiefer Sutherland, Chris Messina, Zoey Deutch, Cedric Yarbrough.
Nadie daba un duro por Clint Eastwood cuando dejó su mediocre carrera en Estados Unidos para interpretar un muy modesto espagueti western que su director y compositor firmaron con seudónimos, aceptando un papel que otros con más nombre -y hasta sin él- habían rechazado. Tampoco cuando la trilogía de Leone y otras películas populares de acción lo convirtieron en una estrella despreciada por la crítica como un “cara palo” inexpresivo. Y mucho menos cuando interpretó al fascista Harry “el sucio” Callahan. Incluso cuando debutó en la dirección con la muy apreciable Escalofrío en la noche y cuando fundó el pos-western sumando sus experiencias como actor con Leone, Siegel y Sturges, combinando el western espagueti y el moderno con el clásico wellmaniano, fordiano o hawksiano con Infierno de cobardes y El fuera de la ley, siguió sin ser reconocido su talento salvo por la crítica desprejuiciada. Hubo que esperar a El jinete pálido en 1985 y sobre todo a Bird en 1988 -western y jazz: dos de sus pasiones- para que, veinte años después de su primera fama con Leone y tras quince dirigiendo películas, se reconociera su talento. La consagración definitiva llegó con Sin perdón en 1992: cuatro Oscar, dos a la mejor película y la mejor dirección. Quienes lo admirábamos como actor desde la trilogía del dólar y como director desde Escalofrío en la noche nos reíamos como el perro pulgoso.
Han pasado tres décadas desde entonces que, gracias a su laboriosidad y longevidad, han estado llenas de películas correctas, grandes -no siempre es fácil distinguir entre unas y otras- y grandísimas, entre estas, sin duda, Mystic River y Million Dollar Baby como cumbres. Ahora, con sus envidiables 94 años, considerado el último clásico de Hollywood (etiqueta que serviría también para el casi nonagenario Allen), ofrece una de sus obras, si no magistrales, sí grandes. Y en algunos momentos a la altura de lo mejor que ha rodado. Se adentra en el cine judicial con la seguridad y hondura del Sidney Lumet de 12 hombres sin piedad -sobre todo- y de Veredicto final, con el estilo conciso y seco que ha dado a sus películas el gesto duro de su rostro.
Tiene la densidad dramática, la profundización abismal en el carácter de su protagonista y la dureza moral -lo que supone bucear en las más densas oscuridades- de sus mejores obras. Tiene una de esas historias de caída, expiación y redención que ha sustentado tantas de sus películas dándoles una extraordinaria densidad moral. Tiene esa precisa dirección de actores que convierte los personajes en personas, sobre todo en los casos de Nicholas Hoult, Toni Colette y J. K. Simmons. Tiene la difícil sencillez y la transparencia formal de quien domina la herramienta del cine clásico: la narrativa que no renuncia a la contundencia expresiva, pero la pone al servicio de la historia que narra y de los personajes que la interpretan.
Tanta complejidad moral resuelta con tan difícil sencillez formal es la clave del mejor cine de Eastwood. Y esta película las ofrece. El suspense, que lo tiene, y mucho, descansa sobre un conflicto ético que implica a un miembro del jurado quizás culpable, o al menos con graves responsabilidades, del caso sobre el que debe decidir. Un caso personal de conciencia que Eastwood proyecta sobre el trasfondo de los límites de la justicia, la fuerza de los prejuicios, la fatalidad de las circunstancias, la responsabilidad moral, la ambición profesional de quien tiene mucho que ganar con un rápido veredicto, la lucha por salvaguardar la felicidad personal de los buenos (el miembro del jurado y su familia) a costa del sacrificio de los malos (el acusado) y el carácter a veces esquivo de la verdad. Una pequeña gran película, quizás. Una gran película que parece pequeña, tal vez. Un puro Eastwood, desde luego.
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