Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Julio Fraga. Director
Homero Rodríguez y Cristina Rojas protagonizan Seis y medio, una historia de amor nada convencional con guión de Víctor Maña y en la que Málaga, donde se rodó el filme el año pasado, ejerce de tercer actor. El onubense Julio Fraga, activo esencial del teatro andaluz y con éxitos en el ámbito audiovisual, lanza un órdago al corazón.
-¿Cómo puede ayudar el Festival de Málaga a una película como Seis y medio?
-Hay dos cosas importantes en el hecho de que estemos en el festival. Por una parte queremos devolver a Málaga la oportunidad de haber rodado aquí la película íntegramente, y haber soportado las molestias derivadas del tinglao que montamos en la calle Cister, con las calles cortadas y demás requerimientos. De alguna forma, al estrenar aquí cerramos el círculo. Por otra parte, queremos que los distribuidores la vean, llegar al máximo número posible de medios de exhibición. Y en eso la presencia aquí es fundamental.
-¿Encontró la película que quería hacer una vez montada?
-Más, incluso. La película está al nivel de cualquier gran producción española, aunque esté hecha con pocos medios. Por otra parte, siento además que es una película muy distinta a lo que se hace ahora mismo en España. Y me parece interesante tratar otros temas de los que comercialmente se abordan, y al abrir puertas al cine de autor se abren puertas a otro público del que está necesitado el cine español. A menudo la gente deja de ver cine español porque se cansa de lo comercial y lo superficial, y en el fondo es porque reclama un cine español distinto.
-Pero, ¿será sencillo llegar a ese público?
-Eso va a depender del riesgo que asuma el distribuidor. La película engancha en la medida en que te lleva a una reflexión. No es una película que termina y olvidas dos horas más tarde: llama al diálogo, a conversar después, sobre todo si vas con tu pareja. Pero es que en el cine estamos necesitados de un público activo. No me interesa un público que se siente a que las den todas. Busco un público que mientras ve la película se mira a sí mismo, se interroga. Lo ideal es que, al ver la historia de una pareja que evalúa el amor que se tienen con un seis y medio, cada uno reflexione sobre si quiere como dice que quiere y sobre si le quieren como dicen que le quieren.
-¿Y confía en que encontrará la madurez suficiente en las salas?
-Parte del público de 30 a 50 años ha dejado de ir al cine porque lo encuentra banal, y nosotros vamos a por ese público. Pero eso no quita que la película pueda gustar a gente más joven. Queremos entretener al público, no renunciamos a eso. Pero buscamos a gente capaz de escrutar en su corazón hasta dónde puede llegar a amar.
-¿Qué ha aprendido de todo esto?
-De post-producción, mucho. A nivel personal, no es que haya aprendido, pero sí me he reafirmado en mi empeño en seguir trabajando sobre los sentimientos del ser humano. Es la misma línea que mantengo en mi trabajo en teatro y en otros proyectos audiovisuales. Hemos optado por una línea que subraya las tres líneas que debe tener toda obra que se considere artística: el entretenimiento, la reflexión y el compromiso social. Creo que estamos obligados a asumir este compromiso, a no renunciar a los sentimientos, a compartir lo que nos pasa dentro. En este país nunca se ha educado para compartir sentimientos, ni para disfrutar con cosas sensibles. Esto se confunde con la debilidad, pero el camino es muy distinto. Y esto tiene que cambiar, la educación no puede dirigirse sólo a la cabeza, también al corazón. Estamos creando computadoras, no seres humanos. Lo importante es escrutar el corazón y llegar a la conclusión de que lo ha ocurrido ahora en el Mediterráneo es algo que no puede volver a suceder. Sentirse dolido en lo más íntimo por la muerte de tantas personas.
-¿Considera el cine un patrimonio tan real como el teatro?
-El séptimo arte es el patrimonio de la realidad histórica de un momento. Yo no hago una película porque sí, sino porque creo que hay que hablar de determinadas cosas. Y eso es lo que queda, un testimonio que será válido para las siguientes generaciones, para que sea estudiado por quienes quieran conocer una determinada época. Pero este patrimonio está siendo maltratado, especialmente por los políticos que toman decisiones en materia cultural. En algún momento tendrán que rendir cuentas y ser juzgados por esto. Eso sí, por más que nos jodan vamos a seguir haciendo películas. Seguro.
-Homero Rodríguez y Cristina Rojas también tienen una importante trayectoria teatral. ¿Por qué el cine español presta poca atención a los intérpretes de la escena? ¿Lo considera un handicap?
-En España se han tergiversado los medios. Si vas a países del norte de Europa, te encuentras que los actores de teatro son considerados personas importantes. Pero no por una cuestión de glamour vano, como en el cine, sino por lo mismo que sucedía en la antigua Grecia: los actores son la voz del pueblo. Pero eso en España se ha perdido. Los actores de cine son aquí payasos, y los de teatro perroflautas. A día de hoy, un actor de teatro puede hacer cualquier cosa y adaptarse a cualquier medio, y eso es algo que difícilmente puede hacer un actor de cine o de televisión. Sin embargo, los niñatos de las series de moda están aquí más considerados que cualquier actor de teatro que lleve décadas partiéndose la cara en los escenarios.
-¿Tiene pensado el segundo?
-Sí.
-Cuente, cuente.
-Queremos adaptar El encuentro, la obra de teatro que ya hicimos, escrita por Luis Felipe Blasco Vilches, sobre la conversación clandestina que mantuvieron Adolfo Suárez y Santiago Carrillo y que abrió las puertas a la democracia. Ya estamos con el guión.
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