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ANTONIO R. Montesinos (Ronda, Málaga, 1979) mantiene una estrecha relación con los desechos, que utiliza como base de la propuesta que hasta el 18 de junio está abierta al público en la galería Isabel Hurley (Paseo de Reding, 39). Un ejercicio no intencional, un resultado inesperado expone las vergüenzas de una sociedad inevitablemente capitalista y endeudada con su propio futuro, desde la perspectiva de la sostenibilidad, al tiempo que propone una excursión urbana tan del gusto de los situacionistas del siglo en curso. Y es que sigue siendo genial perderse, ya sea en una casi ahogada Venecia o aquí mismo (aunque estemos más rodeados de urbanizaciones inexplicables y cascotes que de bellos edificios e islotes). Fruto de la acumulación típica del merdelloneo urbanístico, Montesinos utiliza estos restos para un proyecto que tiene una fijación estratégica con esos paisajes abandonados de la construcción en los que el creador interviene para luego teorizar en torno a ciudades como la nuestra, modificadas a golpe de piqueta desde siempre, cuando no inmersas en procesos de gentrificación -estamos en momento candente, oiga- con la excusa del turismo (envenenado invento en lo que a transformación territorial se refiere, la mayor parte de las veces). Aunque la deriva quede por encima, aquí, de la reflexión desde el punto de vista de la arquitectura responsable, concentrada en principio en la pieza colgada nada más entrar en la sala, que con el revelador título de Rescatar un horizonte (2016) ofrece una disyuntiva semántica: ¿es la cordillera oculta tras los edificios, o son los propios levantamientos de hormigón que definen el skyline? En cualquier caso, el uso de pladur coloca al espectador en una muestra que contiene mucho de arte povera, solo que de alguna manera se ha adaptado a los tiempos. Una instalación frente a 16 fotografías lo demuestran.
El creador, a su vez, desea invitarnos a un juego en el que los objetos se reagrupan para su reconfiguración y desconfiguración, pasando de la bidimensionalidad práctica de la foto a la tridimensionalidad a ras de suelo (Instalación, 2016), interesante, más que nada, para reconocer los elementos inmortalizados. Las representaciones fotográficas se llaman así precisamente, Reconfiguración (2016), e igual remiten a figuras escultóricas que erigen arquitecturas o evocan las disposiciones de bodegones originarios de una tradición pictórica que se infiltra -o al menos eso puede deducirse- por la vía del escenario sobre el que el creador coloca los objetos encontrados. Un croma que queda al descubierto, cual secreto de cuarto luminoso, hacia el final de la sala y dentro de una parte de la exposición centrada en el proceso creativo (Set, 2016) del artista.
Corchos, cartones, ladrillos, moquetas, bayetas, restos de mobiliario doméstico, bolsas de plástico, maderas, latas, cerámicas… constituyen la basura que "moldea", por así decirlo, la futura representación fotografiada. La percepción y sus caprichos realizan su trabajo, restando a los despojos su ausencia de cualidad con la finalidad de crear ilusiones diversas: desde un submarino vertical con naturaleza viva incluida (Reconfiguración #7, 2016) a una orgullosa librería (Reconfiguración #2, 2016) o un robot mudo pero eficaz (Reconfiguración #29, 2016). Después de su recorrido útil, la cosa adquiere una segunda vida representada. Las instantáneas destacan del conjunto por su limpieza y textura (rayana en lo publicitario), como representaciones distantes del olor rancio que desprende lo que es desechado.
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