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Málaga/Arropado por Cristina Consuegra y Abraham Gragera no sabemos si Pablo Bujalance creía que podría escapar airoso de la presentación de su poemario Los relojes de río (Ediciones en Huida) este viernes en la Librería Luces. Si era así, la ventana abierta tras él parecía indicar otra cosa: como si de una salida de emergencia se tratara, el balcón de Luces boqueaba a la Alameda para refrescar el ambiente primaveral de un doloroso Viernes de Dolores y para espantar el virus, mientras ofrecía un murmullo de río furioso. El runrún no era otro que el ruido del tráfico, una vía perenne que no parece que vaya a tener fin hasta el fin de los tiempos.
Decimos que no sabemos si el periodista, escritor, dramaturgo, poeta, músico, padre... todo lo que pueda abarcar, en suma, Bujalance, pensaría salir bien parado al hablar de su propia obra, pero lo que sí podemos afirmar es que el aforo se llenó y que las mascarillas ocultaron tras el encuentro enormes sonrisas que se reflejaban en las arrugas de los ojos. Porque Pablo, como ya se ha dicho, es un autor que ama al ser humano y que con Los relojes de río explora uno de los elementos que más configuran la realidad humana: el tiempo. “Con este libro”, afirmó Bujalance, “he querido profundizar desde el prisma más amplio posible en este elemento”. El tiempo entendido como un río que fluye, “que lo abarca todo, donde se encuentra todo, que lo arrastra todo”.
Y cuando Pablo dice que quería afrontar el tiempo desde cualquier perspectiva posible lo dice bien en serio: para ello ha empleado cualquier herramienta que el pensamiento humano ha desarrollado a lo largo de su extensa historia y llegando a los poemas que conforman este libro a través de la ciencia, el humanismo, los recursos de la ciencia especulativa, el estilo y su propia memoria personal que finalmente termina por colarse “cuando uno menos lo espera o lo desea”. Bujalance afirma que, más allá de la idea del tiempo como un río, quería ofrecer una experiencia concreta: la del tiempo como una realidad no fragmentada. “De ahí esos poemas largos que aspiran a generar una sensación en el lector” que lo llevará a lo largo, pues eso, del tiempo.
El paso del tiempo (todos los tiempos, el tiempo) como elemento primordial que nos impregna y nos conforma. Porque no somos otra cosa que tiempo y eso es un hecho interiorizado que nos llena de nostalgia y tristeza como lectores, aunque estos relojes no dejan de ser un auténtico canto a la esperanza. Una esperanza “muy referencial, pero con alardes coloquiales: la ambición estética detrás de este poemario no es otra que mantenerlo pegado a la tierra. No he querido hacer un libro que jugara contra el lector, sino que fuera como un abrazo, como estrecharle la mano”. Algo que se agradece porque, precisamente, abrazarnos es lo que más echamos de menos. Aunque, si lo que nos cuenta Pablo, este viajero del tiempo amable e inteligente es cierto, ahora mismo, y siempre, estamos abrazados a nuestros padres.
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