Retrato del siniestro maestro de la propaganda
El ministro de propaganda | Crítica
La ficha
*** 'El ministro de propaganda'. Drama histórico, Alemania, 2024, 135 min. Dirección y guion: Joachim Lang. Música: Michael Klaukien. Fotografía: Klaus Fuxjäger. Intérpretes: Robert Stadlober, Fritz Karl, Franziska Weisz, Raphaella Möst, Katia Fellin.
Goebbels (1897-1945) fue, como es sabido, un genio de la propaganda. Por desgracia. Porque puso su genio al servicio de Hitler. En cartelería, literatura y cine la propaganda comunista, siguiendo la teoría de Marx y Engels del arte como agitación, había ido muy lejos a finales de los años 10 y en los años 20 gracias a la colaboración de artistas de vanguardia como Mayakovski, Lavinski, Rochenko, Filonov, Rozanova, Burliok o Lissitzki y de cineastas como Eisenstein o Vertov, después barridos por la doctrina del realismo socialista impuesta por Stalin. También Mussolini contó en los años 20 y 30 con grandes vanguardistas, con el pintor Marinetti, el arquitecto Terragni o el escultor Bertelli en cabeza, y prestó gran atención al cine -creación del Instituto Luce en 1924, del festival de Venecia en 1932, el primero del mundo, del Centro Sperimentale di Cinematografía en 1935 y de Cineccità en 1937- y por supuesto a la radio desde la creación de la radio pública en 1924.
Pero ni Lenin, ni Mussolini ni Stalin llevaron tan lejos el uso de la propaganda como arma como lo hizo Goebbels vinculando bajo su férrea dirección la fotografía, el cartel, el cine, la radio y hasta una incipiente y muy minoritaria televisión, a los que sumó las gigantescas coreografías de masas, como el Congreso de Nuremberg de 1934 que congregó a 700.000 militantes en ceremonias que por una parte parecían una recreación de los fastos imperiales de la antigua Roma, por otra las coreografías geométricas y los caleidoscopios de los coetáneos musicales de Busby Berkeley y por otra más una ópera wagneriana que unía drama, música y escenografía -el arte total- para la divinización pagana de Hitler, filmadas con genio (siempre por desgracia) por Leni Riefenstahl (único genio nazi del cine tras las huidas de Friz Lang, Billy Wilder, Robert Siodmak, Douglas Sirk o Karl Freund entre otros muchos directores, actores y músicos).
De este individuo tan genial como malvado y fanático -su devoción por Hitler llegó al extremo de asesinar junto a su mujer Magda a sus seis hijos antes de suicidarse, después que su ídolo se matara- trata esta película. El genio, el fanático (no el loco: sería exculpatorio) que, como Hitler, ensayaba sus discursos ante un espejo desarrollando una estudiada gestualidad y una gradación de los tonos, cosa que su líder no hacía, que incluía pianísimos y fortísimos, humor ácido y furor apocalíptico, está bien retratado, al igual que el horror de su época, insertando con habilidad y buenos resultados didácticos imágenes reales (algunas terribles) en las ficcionales. Ya en La película de la 'Ópera de cuatro cuartos' de Brecht (2018) el realizador Joachim Lang -apellido ilustre para un director alemán- fundía imágenes reales y ficcionales.
El retrato de Goebbels que propone indaga sobre la propaganda como mentira, la imposición de una irrealidad minuciosamente fabricada como realidad (en lo que utilizó con maestría -la Riefenstahl de por medio tanto en El triunfo de la voluntad como en Olimpia- el documental, con su poder de convicción al basarse en imágenes reales pero manipuladas), la conversión del veneno ideológico en píldoras fotográficas, cinematográficas, cartelísticas, radiofónicas y escenográficas. Tarea que intensificó, con más odio y más rabia cuanto peor iban las cosas y la guerra estaba perdida para todos, menos para él y para Hitler, que hasta el final esperaron un ‘milagro’.
No alcanza la trágica y abismal densidad de El hundimiento, ni en su concentración dramática ni en las interpretaciones -volvamos a homenajear al grandísimo Bruno Ganz- de Robert Stadlober, que pone intensidad en su trabajo pero no logra transmitir del todo el complejo y siniestro perfil humano de Goebbels; de Fritz Karl, que hace un correcto trabajo como Hitler, aunque aplastado por la sombra de Ganz; y de Franziska Weisz, que sí compone una convincente Magda, la alemana perfecta según Hitler. El conjunto hace una buena, seria e histórica y didácticamente necesaria película, sobre todo para quienes no estén familiarizados con este personaje.
Como ejercicio, que el director subraya, de aviso sobre manipulaciones en nuestros tiempos de tan poderosos medios, fakes, bulos, relatos y desinformación/sobreinformación la película tiene menos valor porque, si bien es cierto que la mentira y la propaganda nunca tuvieron tantos elementos a su disposición como hoy, también la verdad los tiene, no hay censura, no existen los baratos Volksempfänger (receptor o radio del pueblo) que solo podían captar ondas locales y no emisoras extranjeras, no es el cine la única y controlada fuente de imágenes, las redes son un peligro pero también una posibilidad y hay libertad de prensa. Goebbels y sus tácticas son un aviso, por supuesto. Su famoso “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” sigue siendo cierto. Pero no es una figura exportable al siglo XXI y a las democracias occidentales acechadas por los populismos. El mal nunca elige el mismo rostro para seducir. Aunque conocer los que tuvo en el pasado puede ayudar a descubrir los nuevos en el presente.
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