Rosario Raro: “El verbo rendirse no existía en el vocabulario de Martha Gellhorn”

Literatura

La autora retrata en la novela ‘Prohibida en Normandía’ a la corresponsal de guerra Martha Gellhorn, una mujer “intrépida” a la que “no benefició haber estado casada con Hemingway”

La escritora Rosario Raro posa en la playa de Omaha, escenario del desembarco de Normandía. / Javier Ocaña
Salvador Gutiérrez Solís

02 de septiembre 2024 - 06:01

Tras la exitosa El cielo sobre Canfranc (2022), la escritora Rosario Raro (Segorbe, 1971) publica Prohibida en Normandía (Planeta, nuevamente), una novela en la que recupera a la que fuera reportera de guerra y esposa de Hemingway, Martha Gellhorn.

–Martha Gellhorn, más que una mujer “invisible”, fue una mujer “excepción”, ¿no le parece?

–Todo lo que ella hizo, hace 80 años, tanto en el desembarco de Normandía como en otras guerras que cubrió, era excepcional. Y más que invisible, creo que sus huellas en la playa de Omaha en Normandía fueron borradas, e incluso fue ninguneada. Además de que no le benefició el estar casada con Hemingway.

–¿Cómo le llega este personaje, y a qué fuentes ha acudido para recrearlo?

–Siempre he tenido en la recámara a Martha Gellhorn. Pensé que la coincidencia del calendario, el 80 aniversario del desembarco de Normandía, era el momento oportuno para sacar a la luz a este personaje que he reconstruido a partir de su escritura. Gracias a sus palabras la he podido conocer muy bien. Era un mujer muy intrépida, indómita y empática, ya que siempre se ponía en el lugar de las víctimas.

–Es inevitable preguntar por Hemingway, tratándose además de la única mujer que lo dejó.

–El que Martha Gellhorn dejara a Hemingway también demuestra valentía por su parte, ya que él estaba acostumbrado a que, como se dice coloquialmente, le bailaran el agua. Tenía una gran corte de aduladores, ya que no dejaba de ser la gran estrella del ámbito periodístico y literario. No fue fácil la convivencia entre ambos. Si bien en un principio él la animó a escribir, posteriormente ella le reprochó que no se solidarizase cuando la revista Collier’s le negó la acreditación para cubrir el desembarco de Normandía.

Gellhorn daba voz a las personas anónimas. Se ocupó de lo que sus compañeros llamaban vidas pequeñas”

–Es curioso que su final se parezca al del que fuera su marido.

–Martha vivió hasta los 90 años, murió en 1998, en Londres. Al final de sus días, apenas salía de casa, aunque con 81 años cubrió la invasión de Estados Unidos en Panamá, e incluso se planteó ir a la Guerra de los Balcanes. Ella se quitó la vida de una manera que recuerda bastante a la Segunda Guerra Mundial, ya que ingirió una píldora de cianuro, que era algo muy habitual entre los espías. Estaba bastante enferma, había perdido la vista, y como su ex marido escogió ser ella misma la que decidiera el momento de su punto y final.

–¿Qué aportan las narraciones de Gellhorn o en qué se diferencian de las que conocemos realizadas por hombres?

–Tanto a Martha Gellhorn, como a todas las reporteras que estaban en el hotel Dorchester de Londres, les indicaban que tenían que escribir desde un punto de vista femenino, y ellas respondían que no sabían qué quería decir eso. Lo que pretendía el ejército era algo puramente artificial, ya que querían dotar al relato de la épica y de la gloria que supuso la liberación de Europa. Martha Gellhorn no hubiera publicado algo así, ya que en sus reportajes se centraba más en los detalles, y daba voz a las personas anónimas. Siempre mostró una tendencia a ocuparse de lo que sus compañeros llamaban las “vidas pequeñas”.

–Aunque desastroso desde el punto de vista de la paz, el siglo XX tiene mucho de mitológico, y la playa de Normandía forma parte de ese mapa legendario...

–Presenté la novela, precisamente, en la playa de Omaha, en Normandía. Da la sensación de que la arena de aquellas playas se ha convertido en un inmenso reloj de arena. Y es curioso, que hay un brillo especial, y que no es casual, ya que se debe a las toneladas y toneladas de metralla que se han erosionado y siguen estando presente. La mitología de ese lugar, donde llegó tanta gente solo para morir, sigue estando presente. En el cementerio americano, por ejemplo, me llamó la atención que hay muchos nombres alemanes de soldados en las lápidas, pero que eran norteamericanos, y que se correspondían con la primera generación de migrantes. Sus padres emigraron a Estados Unidos. Esos soldados podrían haber muerto tanto en un bando como en otro. Eso nos habla también de lo absurdo de las guerras.

Que ella dejara a Hemingway también demuestra valentía por su parte. Él era la gran estrella literaria”

–Mitológica, igualmente, la llamada operación Fortitude, o ese ejército fantasma en Calais, que tan bien describe en Prohibida en Normandía.

–Es muy curioso todo lo que tiene ver con el “ejército fantasma”, que llaman también “los fantasmas de Dover”: solamente cincuenta años después les permitieron a los protagonistas que habían tomado parte en esa operación contar lo que supuso. Una operación que consistió en llevar desde Hollywood a más de mil técnicos, pintores, carpinteros, escultores, etc, para construir un enorme plató, tipo superproducción cinematográfica, para hacerles creer a los alemanes que el desembarco se iba a producir por la parte más estrecha del Paso de Calais. Se trataba de una estrategia de distracción, que a mí me llamó mucho la atención. Coincide esto, además, con el hecho de que Hitler era muy cinéfilo y se acostaba muy tarde viendo películas. El desembarco fue muy temprano y nadie se atrevió a despertarlo para que diera las órdenes. Estos dos hechos nos hablan de la importancia del cine en el desembarco de Normandía. Al igual que la cantidad de actores que en ese momento eran militares, como David Niven, Peter Ustinov, Glenn Ford o Douglas Fairbanks.

–¿De todo lo que ha encontrado de Gellhorn y de su época, qué le ha llamado más la atención?

–De Martha, el descubrir que buena parte de su personalidad es herencia de sus padres. Su madre era una sufragista, muy activa en cualquier causa social, y su padre fue el primer ginecólogo de San Luis (Misuri) que atendió a pacientes negras, con lo que eso suponía en un tiempo y un estado tan racistas en ese momento. También me ha llamado la atención que el verbo rendirse no existía en su vocabulario. Tengamos en cuenta que todo esto sucedió hace 80 años.

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