Yo sigo siendo aquél: no toméis prisioneros
música Un animal de escenario
Raphael puso el Cervantes boca abajo en una noche de gloria
La salida de Raphael al escenario es ya una fiesta, el momento exacto en que el pájaro descubre que la puerta de la jaula está abierta. Suenan los acordes de Como yo te amo y el Teatro de Cervantes se pone en pie por primera vez. Lo hará muchas más veces a lo largo de las más de dos horas (¿tres?) en las que transcurrirá la velada. Es más, el patio, las plateas, palcos y gallineros llorarán, se estremecerán, se pondrán boca abajo, una y mil veces, basta un gesto de este hombre, tremendamente familiar, cuántas veces, al cabo, ha estado en el salón de casa, cuántas veces lo hemos visto en este mismo teatro, y la liturgia se repetirá incesante, todo el mundo arriba, la gloria, los piropos, el delirio. Es un síndrome que afecta a personas de toda condición: señoras de visón y permanente alzada en la cabeza como estandarte de clase, caballeros de chaqueta de pana y pose de esto no va conmigo yo he venido con mi mujer pero qué voz Dios mío qué voz, matrimonios con el alma en vilo que comprueban el teléfono cada cinco minutos, la canguro no llama, todo está en orden, parejas de novios que se dan el capricho, gafapastas que descubrieron al fin la manera de parecer insobornablemente interesantes ante sus atónitos compañeros de facultad, enfermos de nostalgia, enfermos de contradicción, enfermos, diantre, de un rato de libertad. Entra Raphael, no lo había hecho hasta ahora en realidad, canta Mi gran noche, no va a tomar prisioneros, no hace falta, la guerra está ganada de antemano. La banda que le acompaña es de órdago: Juan Pietranera (piano y dirección musical), David Pérez (teclados), Ezequiel Navas (batería), Javier Muñoz (bajo) y Juan Guevara (guitarra). Todo suena preciso, perfecto, brillante al detalle, por más que ecualizar la voz de este hombre sea todavía una tarea de titanes. Llega Cantares, y Machado es un mundo que tiembla en la garganta. Yo sigo siendo aquél, vaya que sí. Y Digan lo que digan, y acaso nunca, nunca esta canción ha tenido tanto sentido. Y el ejército se entrega plácidamente a la derrota.
Raphael brindó ayer en el Cervantes la primera de las cinco noches consecutivas que el artista ha decidido plantar en Málaga dentro de su gira Lo mejor de mi vida. Y lo mejor, otra vez, es comprobar cómo se resuelve medio siglo de esa vida, de ese oficio, en un escenario: con una honestidad que el público recibe como un regalo. No hubo un momento de impostura, ni una escena de cara a la galería, sólo música y más música, esa trayectoria ligada a Manuel Alejandro, desde los primerísimos temas felizmente rescatados (Tú,Cupido, Casi, casi, Todas las chicas me gustan) hasta los del disco que ha vuelto a reunirlos recientemente: quiso Raphael un ángel en su bolsillo y terminó metiéndose a todo el público. Entre y uno extremo, qué quieren que les diga: el Raphael puro espectáculo, el romántico, el funk, el swing, por las alturas y con proyecciones: Ella ya me olvidó, Eso que llaman amor, Hablemos del amor, Estuve enamorado (guiño a Day tripper incluido), Desde aquel día, A pesar de todo, Sexo sentido, Cuando tú no estás, Maravilloso corazón (coreada, con qué gusto, por todo un teatro que parecía recuperar cierta ilusión perdida), Y fuimos dos (uno de los mejores momentos de la noche), Adoro, Payaso... Y quién sabe cuánto más. Todo. Inolvidable.
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